Análisis deportivo: La selección de Pizzi

Nuestra selección se ha vuelto un equipo más parsimonioso y calculador. La presión constante se ha dosificado, la pasada de los laterales es más esporádica y la posesión del balón ya no es tan relevante. Ahora el rival modifica la propuesta y el orden táctico también. Algunos dirán que este es un equipo más maduro y práctico pero también podría decirse que es más predecible y aburrido. Todo depende del enfoque. La Roja sigue siendo una buena selección incrustada de estrellas pero sin duda es un equipo menos admirable.

Nuestra selección se ha vuelto un equipo más parsimonioso y calculador. La presión constante se ha dosificado, la pasada de los laterales es más esporádica y la posesión del balón ya no es tan relevante. Ahora el rival modifica la propuesta y el orden táctico también. Algunos dirán que este es un equipo más maduro y práctico pero también podría decirse que es más predecible y aburrido. Todo depende del enfoque. La Roja sigue siendo una buena selección incrustada de estrellas pero sin duda es un equipo menos admirable.

La decisión de la FIFA de otorgar los tres puntos a las selecciones de Chile y Perú por la alineación antirreglamentaria del jugador Nelson Cabrera en sus enfrentamientos contra Bolivia, puso al rojo la tabla de posiciones rumbo a Rusia 2018. Así, la Selección Nacional debió enfrentar una doble fecha crucial para sus expectativas mundialistas. Primero contra el representativo colombiano, en Barranquilla, y después contra la siempre complicada selección del Uruguay en el Estadio Nacional.

La clasificatoria sudamericana es la más pareja y difícil del mundo. No sólo es el alto nivel de las individualidades y conjuntos, también se suman condiciones geográficas y climatológicas particulares y una pasión desbordante que enmarca la disputa. Ganar nunca es fácil y lo espaciado del calendario, ofrece otras dificultades como las lesiones, suspensiones y las exigentes temporadas de los clubes. Pero más allá de los inconvenientes, cada partido sirve para medir fuerzas y afianzar o debilitar los diferentes proyectos deportivos.

En Colombia la Selección jugó cuarenta y cinco minutos a buen nivel y después se dedicó, casi exclusivamente, a defender el cero en el marcador. No lo hizo de modo vulgar con líneas estáticas numerosas, pero si agrupó un mayor número de jugadores en esa faceta y destinó a los esfuerzos individuales de Eduardo Vargas, toda la responsabilidad ofensiva del conjunto. El equipo entrenado por Juan Antonio Pizzi supo equilibrar el partido en los momentos de mayor tensión y también ejecutó un sistema defensivo solidario y efectivo que neutralizó los intentos colombianos. El partido tuvo mucha presión en medio campo, bajo nivel técnico, poca profundidad en las áreas y defensas sobrepobladas. Aún así, la selección chilena tuvo enormes dificultades para mantener el ritmo competitivo y la precisión a lo largo del encuentro y sólo con un derroche físico grupal, logró rescatar un valioso aunque opaco punto.

Contra Uruguay, las expectativas eran mayores. En casa había que ganar, jugar bien y superar a una de las mejores selecciones del mundo. Si a alguien le parece exagerado el calificativo, bastaría con detenerse a observar la calidad de la dupla de centrales y la potencia y virtud de sus delanteros. Luis Suarez y Edison Cavani fueron un peligro en cada ataque celeste. Todos los balones aéreos fueron ganados y jugados por ellos, imponiendo su fortaleza física y velocidad. Por ello la defensa chilena debió jugar más contenida para multiplicar las marcaciones, limitando así la acostumbrada proyección de los laterales. Uruguay sorprendió desde el inicio presionando a la defensa chilena y moviendo permanentemente a sus jugadores de ataque, lo que confundía la marcación y generaba espacios abiertos. Así aprovechando un error defensivo del local, se puso en merecida ventaja. Después, cuando parecía que la confusión se imponía y que la tarea de los chilenos se volvía gigantesca, apareció el primer brillo inesperado y el gol de Eduardo Vargas que emparejó el marcador. Chile no había hecho grandes méritos, pero la anotación le permitió jugar un segundo tiempo con mayor confianza lo que mejoró la precisión y facilitó la asociación. Entonces si fue mejor que el rival y lo superó aunque siempre le costó encontrar profundidad. Y ahí se torció la historia porque apareció Alexis Sánchez que con un largo e imprevisto remate de distancia y posteriormente tras una genial carrera, encontró los dos goles que le dieron tranquilidad al triunfo y aseguraron los puntos. Sobre el final, el penal tapado por Claudio Bravo a Suarez cerró las posibilidades de la visita y sirvió como sentencia definitiva que enmarcó otra buena actuación individual del arquero chileno. Las luces individuales terminaron modelando el triunfo y alegraron a todo el estadio.

Esta vez el desempeño de los nuestros no fue el esperado y aunque la suma de unidades puede celebrarse, faltó el sabor dulce de otras jornadas. Ese que quedaba por saberse dominadores y por ser protagonistas en cualquier cancha sin importar el resultado. Pero eso ya es pasado y, con casi un año de trabajo, “la Selección de Pizzi” ya muestra una impronta y propuesta clara que sepulta de paso, varias premisas de los ciclos de Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli.

Nuestra selección se ha vuelto un equipo más parsimonioso y calculador. La presión constante se ha dosificado, la pasada de los laterales es más esporádica y la posesión del balón ya no es tan relevante. Ahora el rival modifica la propuesta y el orden táctico también. Algunos dirán que este es un equipo más maduro y práctico pero también podría decirse que es más predecible y aburrido. Los cambios de ritmo y la sorpresa provienen siempre de chispazos individuales y casi nunca de construcciones colectivas. Obviamente con el nivel de jugadores que tenemos, la selección puede ganar casi siempre pero el problema aparece cuando no están, no andan bien o son contenidos por los rivales. Ahí nos complica cualquiera porque colectivamente son cada vez menos las respuestas y por si fuera poco se prescinde de un habilitador de oficio.

Defensivamente la mayor preocupación proviene de la certeza de que agrupar mucha gente en la zona posterior no es garantía de defenderse mejor. Incluso la selección parece complicarse más cuando esto sucede. Gary Medel y Gonzalo Jara son muy buenos en la marca individual y es difícil superarlos en los duelos “mano a mano” pero se ven complicados cuando hay muchos compañeros cerca. Sin importar esto, Pizzi no tuvo reparos en hacer ingresar a un tercer central (Enzo Rocco) para sostener la ventaja contra Uruguay llegando a formar una línea de cinco defensas lo que al menos fue llamativo. Todo esto sorprende porque creemos que la selección es un mejor equipo cuando presiona más adelante y cuando los defensas juegan con mayor espacio a sus espaldas. Ahí aumenta la precisión en la salida (al reducirse las distancias de traslado) y se fortalece el talento del mediocampo dentro de la zona rival, donde realmente generan preocupación y pueden unirse al ataque.

Pero lejos de estos detalles y dudas, lo más probable es que la Selección Nacional clasifique al próximo mundial porque tiene un plantel fuerte, de primer nivel, que se conoce a la perfección y que ya ha sido exitoso colectivamente. También porque tiene individuales descollantes que destacan entre los mejores del planeta y que aparecen para resolver la mayor parte de las complicaciones. Sin duda, los caminos al éxito son diversos aunque uno siempre tenga su favorito. Los resultados y ubicación en la tabla son la mejor muestra de ello. No es que Chile juegue mal si no que juega con menos compromiso con el espectáculo y depende más de los nombres propios, algo que creíamos haber dejado atrás. Todo depende del enfoque. La Roja sigue siendo una buena selección incrustada de estrellas pero sin duda es un equipo menos admirable.





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