En estos días en que muchos nos sentimos un poco más huérfanos, empobrecidos, algo más solos en el laberinto, retomo los temas “educación, memoria y política”. A través de esos términos, se puede abordar una infinidad de problemas pero, en el marco de estas columnas, el enfoque es acotado.
¿Cómo abordar el pasado reciente con niños? ¿Qué es pasado reciente? ¿Qué incluye? De las discusiones que se desarrollan en distintos lugares no surge una sola respuesta. Entre los tópicos que sobresalen: dictadura, democracia, derechos humanos, terrorismo de Estado, verdad, justicia. Pero también: luchas políticas, conquistas sociales, acción colectiva, solidaridad. ¿Se puede abordar algunos de estos temas con niños pequeños? ¿Se debe? Llegado el caso: ¿cómo? ¿Para qué?
En otras columnas, he podido contar algunas experiencias argentinas, desarrolladas en el marco de políticas de Estado entre 2006 y 2016. En lo que se refiere a los más pequeños, hubo una intención: correr el foco. No centrarse en los crímenes. Buscar temas y formas de abordaje acordes a las necesidades y particularidades de los niños. Aunque cueste creerlo, aun corriendo el foco y con ese cuidado, se pudo en más de una ocasión ir al fondo de las cosas: “¿quién tiene el poder de hacer qué, cómo y por qué?” son algunas de las preguntas que permite plantear un cuento como “Caso Gaspar” de Elsa Bornemann (donde no aparece nunca la palabra dictadura).
Sobre el uso de los cuentos (en particular de los cuentos infantiles prohibidos durante la dictadura en Argentina) he hablado bastante y pienso seguir hablando en un blog de próxima aparición. Más allá del cuento: ¿qué pasa cuando no hay política de Estado? ¿O cuando la política que hay se percibe como “insuficiente”? O: “mal planteada”, incluso “tramposa” (según quiénes sean los observadores). Sobre todo: ¿qué pasa cuando los docentes son criticados, sancionados y hasta expulsados de sus lugares de trabajo por sus abordajes de estos temas? Pueden pasar por lo menos dos cosas. La primera: una autocensura. La segunda: un despliegue de creatividad.
En los encuentros que tuvieron lugar en la Universidad de Valparaíso durante el año 2016, a los que me referí en la última columna, una maestra de religión explicó de qué manera había logrado abordar temáticas complejas relacionadas con educación y memoria con sus alumnos. En otro contexto, pero con una preocupación similar, un maestro argentino de escuela primaria convocó hace poco a una apoderada (historiadora) para que lo ayudara a pensar, en función de su programa, los hitos que le permitían abordar estos temas. Esto sucedió porque el maestro no quería limitarse a la efeméride del 24 de marzo sino pensar los diversos tópicos (económicos, políticos, culturales) que implican también la palabra “dictadura” y, como si fuera poco, desde un enfoque pluridisciplinario.
En el caso de algunos maestros que trabajan con los niños “grandes” de la primaria, sobresale la preocupación por articular no solamente los tiempos sino los derechos: hablar de pasado reciente no excluye –todo lo contrario– hablar del presente. Por ejemplo, hay un puente posible entre las temáticas de exilio, inmigración, racismo, discriminación, diversidad, integración, tolerancia, democracia.
Pero insisto, ¿qué pasa con los más chicos? Y sobre todo, ¿qué pasa con los más chicos en contextos donde “poner una palabra” puede condenar? No tengo una respuesta definitiva pero sí algunas ideas. Una invitación, primero. Luego, una propuesta.
Invito a las personas que se interesan por estos asuntos a ver un video: Frases en cajitas II: Juguetes Rotos – Canal Pakapaka. Dura un minuto y catorce segundos. Se trata de una animación. En la primera parte, un niño está triste, le da tristeza que se le rompa un juguete. En la segunda parte se ve un niño risueño, le divierte armar cosas con juguetes rotos. No estamos como para pasar de largo y no atender esa pregunta. ¿Qué hacer con lo roto? ¿Qué hay dentro de la caja donde los adultos guardan sus propios tesoros destrozados? En medio de esas piezas sueltas, ¿cuáles podrían servir para “armar otras cosas”? ¿Cuáles pueden ser desechadas sin nostalgia?
A partir de este video es posible elucubrar diversas propuestas. La que ahora se me viene en mente la someto a examen de colegas, docentes, lectores buena leche, y cómplices en este desafío que consiste en pensar otra educación para los hijos. En particular para los más pequeños y en relación a temáticas concebidas como “difíciles” en contextos también difíciles. Imagino esto como actividad para hacer dentro del aula y/o fuera del aula en talleres, en centros culturales, clubes, otros. “Taller de los juguetes rotos”. Se lo podría concebir como una invitación a llevar un juguete roto, a socializarlo, usando los distintos restos, piezas, pedacitos, para que cada niño arme otro objeto. (Con las variantes que cada cual pueda imaginar y con las dificultades que todos los que trabajan con niños pueden imaginar también… ).
Este sería un taller que promovería actitudes. No prioritariamente discursos: no relatos. Una fase previa, entre muchas otras fases previas posibles. Una manera de introducir –sin exponerse a censuras– la idea de que junto a otros podemos más que separados. Una manera de considerar que muchas cosas tienen un segunda oportunidad sobre la tierra. Una forma de poner a prueba el propio poder de generar algo nuevo. Una valoración de la puesta en común. Una acción colectiva de (re)creación. Una forma de aprender: todos con todos, incluyendo a los adultos. ¿Qué adultos están capacitados para ser parte de este tipo de procesos? Queda claro que no hace falta haber ido a la Sorbonne. ¿Tiene algo que ver un taller de este tipo con DD.HH.? ¿Con “derecho” a secas? ¿Con memoria? ¿Con política? O sea, ¿con lo que podemos aspirar y realizar en tanto sujetos y miembros de una comunidad? Se verá con mayor precisión en la próxima columna.