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Señorones y la generación perdida de nuestra política


Martes 3 de enero 2017 14:49 hrs.


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El desprecio de la actual clase política chilena por las generaciones más jóvenes es una de las claves para entender nuestra fallida Transición. Un ninguneo que ha sido permanentemente maquillado pero demasiado elocuente como para ignorarlo.

A comienzos de la década del 90 del siglo pasado, cuando la Dictadura cívico-militar salía de La Moneda pero no del poder real, fueron los mismos que habían llevado a Chile a la mayor polarización política de su historia a fines de los sesenta, los que se impusieron como los adalides para recomponer tamaño entuerto. No había lugar para nuevos liderazgos. La generación que había crecido en la Dictadura y que entonces estaba en sus 20 y 30 años, era demasiado joven, según los dirigentes históricos, para asumir tan alta responsabilidad como era reconstruir el tejido democrático de un país tironeado por las ideologías que mismos los señorones habían sustentado… autoridades con el gen masculino dominante, como es nuestra política.

La frustración de las nuevas generaciones fue ignorada y más aun, a medida que los años pasaban,  los mismos caballeros aludían que aun no estaban preparados para puestos de responsabilidad en la alta política.

Los jóvenes que habían crecido en la Dictadura ya no lo eran tanto y se empinaban en sus 40, edad suficiente para acceder a la Presidencia de la República, según lo establece nuestra Constitución, pero aún no habían desarrollado el muñequeo político necesario para deslizarse por el Palacio Presidencial y gran parte del Congreso sin hacer chirriar sus envejecidos goznes, aludían las viejas guardias. Por eso se requería de un Panzer o de selectos operadores de la máquina interna de los Partidos, diestros en el movimiento de los invisibles hilos de la connivencia entre política y empresa, para que sin escrúpulos pudieran traer de regreso a un Pinochet hasta dejarlo morir en paz sin una sentencia condenatoria como tampoco impedir que el neoliberalismo desintegrara la conciencia moral de nuestra sociedad.

A 27 años de la postdictadura, iniciamos un año electoral en el que emergen como grandes figuras dos ex presidentes y un periodista de viejo cuño. Señores de la tercera edad que de jóvenes vivieron la desenfrenada década de los 60, una época en la que no pidieron permiso a nadie y decidieron ser realistas para soñar lo imposible. Para esos jóvenes de entonces, la realidad se presentaba como un laboratorio que admitía cualquier tipo de experimentos… hasta que todo explotó. Pero ellos ya no son los mismos. Y quienes querían entonces todo el poder para los soviets, hoy lo reclaman para la empresa privada; quienes vociferaban por un golpe militar hoy posan de demócratas… al punto que el ministro más joven del gobierno de Eduardo Frei Montalva, el octogenario senador Andrés Zaldívar, aspira hoy llegar a los 90 sentado en el mismo curul que ha ostentado por décadas. Y si bien algunos podrían aducir cierto recambio generacional, es una cuestión cosmética, cuando se trata de hombres y mujeres hechos a la medida de sus mayores, viejos chicos que siguen los mismos patrones y están infestados de sus prácticas maliciosas y moral de pacotilla.

Las excepciones son la regla en este triste escenario que hizo huir a perderse de la política a toda esa generación que se le negó participar en puestos de responsabilidad  durante toda la Postdictadura. Hastiados pero con la esperanza en otro Chile posible, aquellos que tenían vocación de servicio público se refugiaron en organizaciones sin fines de lucro, ONG y fundaciones de diverso tipo… espacios donde pudieran pensar fuera de las lógicas de los enseñoreados con el dinero y el poder.

Ni relevo de cuadros ni cuota para mujeres. Nada que pudiera mover las fichas de verdad, porque el juego está en hacer creer a todos que el tablero está en plena actividad, cuando en verdad se trata de un gatopardismo: todo se mueve para volver exactamente a la misma alineación.

Irrita que este maltrato se reproduzca hasta el hartazgo, como cuando la Presidenta de la República invita hace unos días a un desayuno a quienes habían obtenido los máximos puntajes de la Prueba de Selección Universitaria (PSU). No más de 150 jóvenes en todo el país que obtuvieron Puntaje Nacional en alguna de las pruebas, de los que sin embargo, solo fueron elegidos un puñado para tener el privilegio de desayunar con la Presidenta. ¿Cómo se llegó a ese grupo? Eso no se sabe. Como tampoco el por qué la Presidenta no haya tenido la deferencia de saludar o despedirse de cada uno de ellos de la mano, como corresponde a una anfitriona que se precie. La mandataria optó por el saludo al montón y una vez terminado el servicio, argüir la premura por salir rumbo a la Araucanía. Allí se quedaron los jóvenes, una vez más, con el brazo estirado, esperando el gesto de respeto que no llega nunca ni siquiera para esos inofensivos pero ejemplares jóvenes. La idea es empezar a maltratarlos desde el comienzo, para que se vayan acostumbrando a lo que se les viene, porque en La Moneda se los quiere solo de visita… y muy breve.