Tras ocho años de gobierno, Barack Hussein Obama se despide de la Casa Blanca con el último discurso presidencial ante la nación. Una alocución ofrecida desde el centro de convenciones McCormick Place de la ciudad de Chicago, donde Obama había celebrado su reelección el año 2012.
Una exposición sustentada en el carisma y el verbo fácil de Obama, que se centró, sobre todo, en lo que se ha denominado “los valores estadounidenses” que deben ser afrontados, según Obama, para un mejor futuro estadounidense. Previo a la alocución final a la nación norteamericana, la asesora presidencial, Valerie Jarret, sostuvo que “el principal enfoque del discurso no va a ser una reflexión sobre lo mucho que hemos avanzado en los últimos años, sino una visión a futuro de cómo tomar los logros y construir sobre ellos”. Pero… la pregunta que surge es: ¿cómo construir sobre tanta destrucción, sobre un par de administraciones de Barack Obama plagadas de sombras? ¿Cómo llamar a defender una obra edificada sobre una superficie de arena?
Las palabras de Barack Obama comenzaron con un “me siento muy bien aquí en casa” dando comienzo a una alocución plagada de frases comunes y expresiones de lo que podría haber sido y nunca fue, catalizado por lo que el propio Obama definió como el hilo conductor de su carrera política: “La noción de que cuando la gente común y corriente se involucra, se compromete y se reúne en un esfuerzo colectivo, las cosas cambian para mejor”. Un Obama emocionado, locuaz, que hizo mención a sus inicios políticos en la ciudad de Chicago, donde señaló haber aprendido del ideal estadounidense respecto de la igualdad entre seres humanos y dotados de derechos inalienables “que a pesar de ser evidentes suelen no ser utilizados. Los padres fundadores nos legaron que nuestros derechos deben ser conseguidos con nuestro esfuerzo y el esfuerzo común”.
Las remembranzas a los padres fundadores, a los ideales y valores sustentados por la nación estadounidense no pudieron esconder un discurso con sabor a derrota cuando en menos de diez días, el primer presidente negro de Estados Unidos deba entregar el sillón presidencial a Donald Trump, el multimillonario que finalmente derrotó a la candidata del establishment estadounidense. Un Donald Trump, que ha amenazado con revisar y hasta cambiar gran parte de las medidas y reformas que Obama ha definido como la obra de su gobierno y que en Chicago llamó a defender.
Precisamente, el martes 10 de enero Donald Trump – horas previas al discurso de Obama – instó a los republicanos, que son mayoría en el Congreso, a derogar de inmediato el Obamacare – reforma sanitaria de Obama – calificándola como un hecho catastrófico. Consideremos que el pasado mes de noviembre del 2016 Trump designó al congresista republicano Tom Price como nuevo Secretario de Sanidad y Servicios Sociales, considerado como un tenaz detractor del Obamacare. En el plano de inmigración Obama no tiene nada bueno que ofrecer como medidas que favorecieran a los millones de inmigrantes en suelo estadounidense pues su gobierno fue la administración que más personas deportó en los últimos 30 años, con 2.9 millones de seres humanos, que debieron retornar a su países de origen, no importando si parte de su familia quedaba en suelo estadounidense. Por tanto, si Trump sigue deportando, será sólo la continuación de una política ya crónica de los gobiernos estadounidense.
Lo interno
Para Obama los logros de sus administraciones son de envergadura y se centran en el área de la economía donde señaló que un país que venía contrayéndose, perdiendo puestos de trabajo y mercados frente a otras economías, en la actualidad crece, crea trabajo y compite en forma adecuada. En el área sanitaria consigna como un éxito que 16 millones de ciudadanos tengan un seguro médico gracias a la reforma en salud impulsada por su gobierno. Entre los desafíos internos planteados por Obama destacó el hecho de reconocer la baja participación ciudadana en las elecciones de la nación norteamericana, situadas entre las más bajas de las llamadas democracias representativas de los países occidentales desarrollados “cuando nuestras tasas de participación en elecciones está entre las más bajas de los países democráticos – sostuvo Obama – debemos hacer que votar sea más fácil, no más difícil”.
El papel permite mucho, al igual que la complacencia frente al que se va tras ocho años de administración. Y en un marco de miles de adherentes, entusiastas y sin crítica, las palabras de Obama, llenas de fervor patriótico, enumeración de logros y buenos augurios no se compadece con la realidad de un país que recibe como herencia una sociedad militarizada. El aumento de las tensiones raciales bajo los períodos de Obama, que tuvo hitos en las olas de protestas en Ferguson, Baltimore, Nueva York y Charlotte, que sacó a la luz las diferencias raciales en temas como los asesinatos de ciudadanos negros a manos de la policía que constituye el 43% del total del país cuando los negros constituyen el 13% de la población total.
Si a eso sumamos las tasas de encarcelamiento de la población negra ella significa el 37% de la población carcelaria total del país estimada en 2.5 millones de personas, es decir, 698 presos por cada 100.000 ciudadanos de los cuales cerca de 900 mil son negros. Liderando el índice de países con mayor porcentaje de población cumpliendo penas de prisión. Si de ingresos familiares se trata, los negros en Estados Unidos tienen una media de 34 mil dólares al año, comparado con los 55 mil de la sociedad blanca. Un país donde la precariedad laboral se ha acentuado a pesar de contar con una tasa de un 4,7% de cesantía. Considerada técnicamente como de pleno empleo – pero un 10% de subempleo sobre todo en el sector servicios., con un salario mínimo federal de 7,25 dólares la hora, muy lejano de los 15 pretendido por Obama.
En el plano de la educación el discurso del saliente mandatario no permitió visualizar el tremendo fracaso de sus administraciones. Los “millennials” – generación de estadounidenses nacidas después del año 1980 – son considerados los primeros que vivirán peor que sus padres. Con trabajos precarios, que impiden su independencia y salida de la casa de sus padres y sin posibilidades de acceder a la educación superior, devenida en un nicho de negocios imposible de costear para gran parte de la población. El mercado está dominado por universidades privadas, pero incluso si hacemos referencia a las universidades consideradas públicas estas tienen aranceles tan altos y prohibitivos que resultan imposible de ser posibilidades de educación para una enorme mayoría de jóvenes y aquellos que lo hacen con un esfuerzo supremo, suelen quedar con deudas crónicas. La generación que se graduó en el año 2015 es una muestra clara que el negocio de la educación hace más ricos a los dueños de universidades y empobrece a aquellos que salen con deudas promedios de 35 mil dólares.
Bajo la primera administración de Obama, los ingresos del 1% más rico creció 31%, mientras el resto de la población se mantuvo estable, cifras que no han sufrido mayores variaciones en su segunda administración y que se explican por las enormes transferencias de dinero hacia una minoría de multimillonarios, empresarios y banqueros, que impulsó el surgimiento del denominado movimiento Occupy Wall Street, que sacó a la luz esa brecha en la desigualdad en los ingresos y el salvataje del gobierno, justamente a quienes más tienen. Las cifras macros del período Obama pueden significar el orgullo de tecnócratas y economicistas pero que no da cuenta de la creciente brecha económica y social entre un sector minoritario de la población inmensamente rico y una población mayoritaria que se pauperiza crecientemente. Obama da en el blanco cuando señala que esa situación corroe las bases de la democracia. El problema es que esa realidad no se cambió.
Lo externo
Las referencias de Obama al papel de Estados Unidos en el mundo tuvo escasa relevancia. Algunas líneas a la lucha contra organizaciones takfirí, la necesidad de no salirse de la lucha global contra el terrorismo, que no pueden dejar de mostrar que la herencia en política exterior ha sido desastrosa: crisis con Beijing producto del contencioso en el Mar Meridional de la China. Crisis en el Magreb con Libia convertida en coto de caza y una balcanización de un país que hasta hace un lustro exhibía los mejores indicadores de desarrollo humano del continente africano. Guerras de agresión en Oriente Medio contra el pueblo sirio a partir de marzo del año 2011 con el objetivo inmediato de derrocar a Bashar al Assad y objetivos ulteriores de cercar a la República islámica de Irán e impedir el avance ruso hacia occidente. Guerra en Irak, tensiones en con Paquistán. El paso de Obama por Afganistán mostró el fracaso de una política donde los talibán siguen tan firmes y activos como hace tres lustros y que mantiene aún, a pesar de múltiples promesas, abierta la cárcel en el territorio cubano ocupado de Guantánamo, sirviendo como centro de detención contra personas acusadas de pertenecer a grupos terroristas vinculados a los atentados del 11 de septiembre del 2001.
En el mismo plano externo ha continuado el apoyo sostenido al régimen sionista y su política de agresión y ocupación de los territorios palestinos. Soporte que se traduce, por ejemplo en el millonario acuerdo militar consistente en la entrega de 38 mil millones de dólares por los próximos diez años – a partir del año 2019 – ya que el convenio firmado el año 2007 y que significaba la entrega – sin reembolso alguno – de 3.100 millones de dólares anuales – finaliza el año 2018. De esta forma, Israel seguirá cumpliendo el papel de gendarme de los intereses occidentales en Oriente Medio. La abstención de Washington en la Resolución N° 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, del 23 de diciembre del 2016 que exige a Israel que cese la construcción de asentamientos en el West Bank, en ese marco de apoyo incondicional de Washington es, por tanto, mera tinta cuando se sigue avalando una política colonialista, racista y criminal de la entidad sionista contra el pueblo palestino. Retórica hueca cuando se habla que Israel debe detener la construcción de asentamientos, pero no se trabaja para sancionar a este régimen.
Y si de apoyos se trata, ese sostén político y militar se mantiene también con la Casa al Saud, que mantiene su conducta de agresión militar contra Yemen y el apoyo a la represión llevada a cabo por el régimen de los al Jalifa en Bahréin. Misma política de soporte a todo tipo de oposición a gobiernos considerados rivales como el de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y alentar el giro a la derecha que ha exhibido parte de Latinoamérica con la instalación de gobiernos como el de Mauricio Macri en Argentina, Michel Temer en Brasil – que significó la destitución de Dilma Rousseff – y Pedro Pablo Kuczynski en Perú.
En el plano de la política exterior Obama cosechó éxitos – que le ha permitido usufructar de ellos desde hace 6 años a la fecha – con la muerte de Osama Bin Laden el año 2011, habla de logro también cuando se refiere al retiro parcial de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán sin reconocer que no se ha cumplido las etapas para la salida total de esas tropas y menos con los objetivos planteados para ambos países. Desde la óptica y la práctica estadounidense ambos países han devenido en campos de batallas e intereses con la idea de fragmentarlos y atizar las divisiones étnicas, de tal forma de no perder la hegemonía que han sustentado por décadas y seguir así esquilmando sus riquezas naturales.
Obama destacó, igualmente, lo que considera la inauguración de un nuevo capítulo en las relaciones con la República de Cuba – que en modo alguno ha significado poner fin al embargo y bloqueo que se mantiene contra la Isla desde el año 1961 a la fecha – Como tampoco se puede aceptar como un logro el que Obama hable de “cerrar el programa nuclear de Irán sin disparar un tiro” como definió el papel de Washington en la firma, en julio del año 2015 del denominado Plan Integral de Acción Conjunta – JCPOA por sus siglas en inglés – entre el G5+1 y la República Islámica de Irán. Más que alentar el cumplimiento de dicho acuerdo, el gobierno de Obama se ha dedicado a torpedear ese acuerdo, a establecer más acciones punitivas, no cumplir las obligaciones emanadas generando mayor tensión con Irán y con sus propios aliados occidentales y enfrentando la fuerte oposición de China y Rusia.
“Estemos alerta, pero no tengamos miedo”, sostuvo Obama sobre EIIL – Daesh en árabe – que intentará matar a más inocentes”. Sin hacer referencia al papel de organizador de las bandas takfirí que Estados unidos ha cumplido desde la lucha contra la ex URSS en Afganistán en la década de los 80 del siglo XX. Igualmente el mandatario saliente sostuvo que “rivales como China o Rusia no pueden igualar nuestra influencia en el mundo, a menos que renunciemos a nuestros valores y nos convirtamos en otro país gigante que se dedica a acosar a nuestros vecinos más pequeños” surrealismo discursivo cuando hemos sido testigos del acoso y agresión de los gobiernos de Estados Unidos a Cuba, Venezuela, Siria, Irak, Afganistán, Libia entre otros y como ha permitido que sus aliados en Oriente Medio, por ejemplo – Arabia Saudí e Israel – agredan y ocupen países y territorios como el de Yemen y Palestina respectivamente.
Al mismo tiempo que Obama nos deleitaba con estas ideas extraídas del manual goebbeliano “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”, se arroja el “haber unido al mundo en torno a un acuerdo climático que podría salvar al planeta para las generaciones futuras” sin mencionar, en modo alguno, que la nación norteamericana es el país líder, junto a China, en emisiones de CO2, contaminación de aguas y especies vegetales y animales amenazadas. Un gobierno como el de Obama que ha basado su conducta ecológica en mera retórica sin recortar las emisiones de carbono y menos aún plantearse el cierre de parte importante de las 600 centrales eléctricas en su territorio.
Las palabras de Barack Obama en Chicago, a pesar de la simpatía complaciente de la prensa en general reflejaron todo lo que no se hizo, lo que se pensaba era necesario trabajar pero sólo significó labores de maquillaje. Esperanzas de cambio y una realidad más dura con astillamiento y fractura social. Una sociedad que vive en burbujas, sectorizados según nivel de ingresos, crecientemente pauperizada, amenazada por el aislamiento social. Con amenazas a las bases de la democracia por falta de diversidad, con mecanismos que imposibilitan el diálogo social, que excluyen. Con un mundo que enfrentará retos enormes ante lo que Obama denomina olas de refugiados climáticos – mostrando de paso el fracaso de las posturas estadounidense de defensa del medio ambiente bajo el resguardo con dientes y uñas de un modo de vida depredador.
Los 14 mil asistentes al Mc Cormick Place de la ciudad de Chicago escucharon a un Obama emocionado destacar el papel de su esposa e hijas, el papel cumplido por su vicepresidente Joe Biden a quien consideró un hermano y a su grupo de colaboradores más cercanos, a los cuales calificó como ejemplo para la juventud estadounidense. Al margen de esos dardos al corazón, esas referencias que suelen emocionar a una masa adicta enfervorizada; el idealismo como filosofía se hizo presente en su plenitud en la alocución de Barack Hussein Obama, porque del otro lado de la pantalla de televisión, más allá del centro de convenciones, aquellos jóvenes, negros, blancos, latinos, estudiantes, ecologistas, trabajadores que votaron por Obama y que pueden hoy recordar lo que fueron sus promesas ocho años atrás, no aplauden con el mismo entusiasmo, que esa masa de incondicionales que arroparon el discurso del mandatario saliente. Un político que en la etapa final de su alocución llamó a que crean “no en mi capacidad para cambiar, sino la de ustedes. Que conserven la idea de nuestros padres fundadores, la idea que susurraron los esclavos y abolicionistas, el espíritu de los inmigrantes y los que lucharon por la justicia, la creencia en el corazón de cada estadounidense cuya historia no se ha escrito aún: Sí, se puede, Sí, lo hicimos”.
El discurso de Obama, sus palabras, pero más que todo la realidad de sus administraciones demostró, que más allá del color de la piel, que si es hombre o mujer, abogado o multimillonario, más allá que si su partido es representado por un elefante o un burro, el mandatario estadounidense es, ante todo, el representante del complejo militar industrial, de los poderosos de la nación norteamericana, de la clase más rica de una sociedad profundamente dividida, de esa sociedad donde el 10% de la población se lleva el 75% de toda la riqueza familiar del país, según señalan los informes de la Oficina de Presupuesto del Congreso estadounidense. El resto, son buenos deseos.