Genio, gurú del arte pop, pintor del jet-set, cineasta underground, empresario del escándalo, filósofo de la frivolidad, mercader del arte, profeta del arte contemporáneo. Todo ello en un artista de cuya desaparición se cumplen tres décadas: Andy Warhol.
El “Papa del pop” nos dejó hace 30 años pero su impronta en la cultura de las últimas décadas es nítida y rotunda. Una de las figuras más arquetípicas de la modernidad estadounidense era hijo de emigrantes centroeuropeos. Conviene recordarlo siempre, pero quizás más particularmente en estos días en los que suenan campanas de planes masivos antimigratorios desde la Casa Blanca. Andrew Warhol nació en agosto de 1928, hijo de una familia católica de emigrantes eslovacos. Su madre, llegada a EE.UU. en 1921, no hablaba bien en inglés y el propio Andy aún en el colegio siguió sufriendo de esa deficiencia.
El arte pop, entendido como lo que es en origen, “popular”, se visualiza en el retrato de sus figuras icónicas, desde Elvis Presley a Mao. Warhol escoge la foto, los colores, el modo de disponerlos y una máquina hace el resto, con leves retoques manuales -como máximo- al fin del proceso. Así surgen las botellas de Coca Cola o las series dedicadas a Marilyn Monroe a partir de un fotograma muy glamuroso de la película Niágara. Piezas como “Four Marilyns”, “Red Mao”, “Brillo box”, “Sixteen Jackies”, “Triple Elvis” y “Four Marlons”, son algunas de las que mayor fama mundial poseen del artista que es considerado como quien dio muerte a la idiosincrasia del arte clásico y fue difuminando la euforia que se vivía por el surrealismo.
El estrellato de Andy Warhol comenzó en Nueva York el 21 de abril de 1964, fecha en el que acaparó la atención con su instalación “Brillo box”, cajas idénticas a las de la marca de jabón del mismo nombre y que marcaron una nueva forma de analizar el arte
Warhol se convirtió en una gran celebridad, con su peluca, su mala piel y su aire muy informal que se tornará, a la postre, en la moda del dirty chic, o sea la elegancia desgalichada. Andy Warhol no sólo impuso su visión del arte en diversas ramas creativas, más allá de los exorbitantes precios que sus obras han alcanzado en subastas hasta llegar a los 105 millones de dólares, también desató leyendas y enigmas alrededor de su persona, a tal punto de convertirse en una de las personalidades más influyentes del siglo XX.