Libros amontonados en cada rincón del edificio de calle José Miguel de la Barra. Un silencio impenetrable. Afuera, en la calle, la gente pasa y se multiplica en la hora punta de Santiago. Él, un hombre alto, delgado, con un cáncer a la piel que por más de 30 años ha tenido que enfrentar, estudia los diálogos de la pieza que próximamente estrenará en el edificio que durante años fue el centro de operaciones del dictador; ella, en cambio, se colorea los labios con un tono rojo vivo.
Es jueves en la casa de los Castro-Sieveking. Es plena tarde y el calor abruma. Su gata, Aliosha, se pasea como ama y señora del espacio. Hoy no vino la mujer que los ayuda con el aseo, pero ¿qué importa? Las paredes cargadas con cuadros, fotografía y pinturas no necesitan ningún arreglo.
-Y esa fotografía, ¿es Bélgica con Salvador Allende?- pregunto.
-¡Si, es ella! Y estos son los collages que yo hago. Este es el que más me gusta- dice Alejandro, indicando un cuadro azul en el que dos hombres aparecen flotando.
La singular pareja se conoció en la Universidad de Chile cuando Bélgica era profesora de Historia del Teatro y Alejandro, un estudiante de primer año de actuación. Sin embargo, su relación se concretó años más tarde cuando ambos coincidieron en un montaje en el Teatro Antonio Varas.
La unión no fue fácil. Bélgica estaba casada y tenía un hijo. Eran otros tiempos también. Más de un amigo y familiar se interpuso. Alejandro era más de 10 años menor. Pese a ello, en 1961 se casaron, lo que dio paso, instantáneamente, a la consolidación de ambos en las artes escénicas: él como director y dramaturgo, y ella, como actriz.
Él viste una polera verde. Una lupa sobre la mesa indica que la ceguera ha aumentado, aunque confiesa: “Fíjate que ahora leo mejor sin lentes”. Bélgica ríe. Es la complicidad de años.
El departamento está en silencio. La actriz cuenta que el año pasado durante el estreno de Pobre Inés sentada ahí, obra escrita por Alejandro, se sintió feliz: “Extraño mucho el teatro”, cuenta la Premio Nacional de Artes de la Representación (1995).
– ¿Y le cuesta mucho estudiar los textos?- le pregunto.
– ¡No! Para nada. Siempre he sido muy estudiosa. Siempre estoy leyendo o escribiendo – reconoce, mientras su compañero se sienta a su lado.
Han pasado años desde que Bélgica, hija de un anarquista español, fundó junto a Eloísa Alarcón y Pedro de la Barra, entre otros actores, el Teatro Experimental, propuesta que a principios de 1941 renovó el teatro nacional, incorporando nuevos temas y transformando la estética de la dramática local. Pero la actriz ya muy poco recuerda de ello. Las imágenes son fugaces. Se confunden con su historia: ¿qué año?, ¿quiénes estaban allí?, ¿cuánto tiempo duró la travesía?, ¿con qué obra debutaron? Ella elige una sonrisa. No es necesario responder tanto.
En 1971 Alejando y Bélgica dieron un nuevo paso. En compañía de la actriz Ana González tomaron la decisión de comprar una pequeña sala en el centro de Santiago para llevar a las tablas un teatro de calidad, alejado de la vanguardia y las modas experimentales. Fue el inicio del Teatro del Ángel.
-Nadie me daba trabajo como actor y resultó que fui teniendo éxito como autor, entonces, al final, formamos una compañía que fue el Teatro del Ángel. Queríamos que Víctor Jara nos dirigiera la primera obra, pero él no pudo. Ahí yo empecé a dirigir, porque si tienes un teatro chico y poca o nada de ayuda del Gobierno, te tienes que arreglar de alguna manera y tienes que ahorrar. Entonces, yo dirigía, actuaba, hacía el vestuario- relata Alejandro.
Pero la aventura debió suspenderse. El Golpe de Estado interrumpió los planes de la joven pareja que a la fecha, ya se había consolidado como uno de los referentes de las artes escénicas en Chile.
-Hasta el Golpe nosotros llenábamos el teatro. Durante dos semanas éramos capaces de repletarlo, pero después cayó, porque con el toque de queda todo empezó a deteriorarse- dice el actor que a la fecha ha escrito más de cien obras.
-No te imaginas lo que fue. Horroroso. Eran muertos tras muertos. Nosotros pudimos salvarnos, pero pudimos haber muerto también- recuerda Bélgica, mientras se lleva las manos a la cabeza.
-Detenían a tanta gente que decidimos irnos. Pasó lo de Víctor también. Si él no hubiera muerto, quién sabe dónde habría llegado. Tenía un talento natural- añade su compañero.
Víctor entra a escena
Alejandro Sieveking y Víctor Jara se conocieron en la Escuela de Teatro. Ambos fueron amigos muy cercanos así como también grandes compañeros de trabajo. Juntos hicieron obras que poco a poco adquirieron relevancia internacional como Parecido a la felicidad (1959), Ánimas de día claro (1962) y La remolienda (1965).
Sin embargo, la abolición del Gobierno de Salvador Allende socavó todos los planes: surgieron los miedos, Víctor fue detenido, los efectivos policiales comenzaron a interrumpir los ensayos de las obras para “visitar” a uno que otro actor. Finalmente, la decisión fue una: disolver el Teatro del Ángel para dar inicio a una gira por Latinoamérica.
-El Golpe fue espantoso para nosotros. Todo se veía así: terrible. Duramos hasta el año siguiente- cuenta Alejandro.
-¿Cómo era el trabajar con Víctor Jara?- interrumpo.
-Era fantástico. Es decir, ahí no hay ninguna posibilidad de ser crítico o analítico. Él me decía: esta parte está fantástica, esta tienes que empezarla de nuevo y yo le creía enseguida. No tenía que estar días acomodándome los sesos. Como director de teatro creo que no ha sido superado- relata con nostalgia el actor.
Bélgica, en cambio, agrega: “Víctor era un genio”.
El telón de fondo de la casa de los Castro-Sieveking no posee música. Se miran a la cara. Ambos rememoran. Sin duda han pasado muchos años juntos y, de vez en cuando, un dato, una fecha, un nombre queda en el olvido.
-¿Cómo fue el trabajo con La Remolienda? ¿Es cierto que Víctor lo obligó a escribir la obra más de cuatro veces?- interrogo a Alejandro.
-¡No! ¡Fueron más de cuatro veces! A Ánimas de día claro no le cambió ni una coma. Nada. En La Remolienda sí, pero no era cambiar por cambiar. Creo que ningún director cambia por cambiar- dice Sieveking.
La gira, el exilio
En 1974 el terror ya estaba instalado en Latinoamérica. Uno a uno iban cayendo los gobiernos. De apoco los amigos iban desapareciendo o huyendo de los hostigamientos. Por eso, la pareja decidió iniciar una gira que finalmente los llevó a Brasil, Colombia, Guatemala y El Salvador.
Durante el viaje, los actores, quienes siguieron presentándose bajo el nombre de Teatro del Ángel, fueron bien recibidos. La critica elogió cada una de sus presentaciones, sin embargo, los conflictos políticos hicieron que la dupla teatral decidiera hospedarse en Costa Rica, único país que por entonces no enfrentaba conflictos políticos.
Una vez allí, entablaron amistad con el Ministro de Cultura. Él les dio las facilidades para que se instalaran en el país, pese a ello, las cosas no fueron fáciles: primero tuvieron que dormir en el suelo, los recursos escaseaban, a veces no había qué comer.
-Mientras estábamos allá fue todo bien duro, porque realmente el Ministro de Cultura nos ayudó a instalarnos, nos conseguimos un lugar para presentar nuestras obras y yo empecé a actuar, a dirigir y a diseñar vestuarios, porque se corrió la voz de que mis diseños eran buenos, entonces, de otros teatros me pedían que hiciera los trajes. Entonces, también trabajaba en otros teatros y Bélgica, además de actuar, tenía que hacer todo lo que eran las relaciones públicas. Todo fue muy duro hasta cuando ganábamos sueldos, porque eran sueldos chicos. Nosotros nos integramos a los costarricenses, al mismo tiempo que integramos a costarricenses y a chilenos que estaban también desplazados, no como otros grupos teatrales que había optado por cerrarse. Era una vida muy agitada, muy plena. No tenías tiempo de darte cuenta de que estabas contento o estabas triste- relata Sieveking sobre esos tiempos en Costa Rica.
-Pero, ¿de qué manera fomentaron el teatro en Costa Rica?
-No es que nosotros formáramos al público o al movimiento, sin duda había un movimiento bastante bueno, pero no era totalmente profesional. En ese sentido, nosotros hacíamos funciones de martes a domingo. Entonces, los demás empezaron de apoco a funcionar de martes a domingo, pero no era competencia, porque éramos amigos- cuenta el dramaturgo.
El regreso
Ambos son testigos. Saben lo que pasó antes. Saben lo que pasó durante las reconciliaciones. Y es que el regreso no fue fácil para la pareja que vivió 10 años en el exilio.
Sentían ansias de volver, pero la sociedad entera había cambiado y, cómo regresar luego de tanta pena, luego de tanto miedo, luego de tanto exilio.
-Cuando regresamos no tuvimos mucho tiempo de sentarnos a recordar, porque empezamos a trabajar inmediatamente. A la semana de haber llegado, por ejemplo, ya estábamos metidos en proyectos. Fue durante este proceso que nos dimos cuenta de que habíamos vuelto- dice Alejandro.
Para ambos es claro cómo el teatro ha cambiado durante los últimos años. Quién mejor que ellos para opinar. De este modo, son críticos respecto de la actual dramaturgia.
-La primera vez que dijimos mierda casi se nos murieron varias personas en el teatro, pero ahora nadie tiene problemas con eso, pero si una obra es muy garabatera, es lógico pensar que va a tener un público limitado y uno en el teatro espera que lo vea todo el mundo. Tú no trabajas para tal segmento u otro, tratas de que sea algo universal y buscar textos universales es un trabajo bastante duro.Hoy cuesta encontrar estos textos – explica Sieveking
-Pero ahora, ¿cuál es el mayor obstáculo para el desarrollo del teatro?
-El teatro es muy caro y hay que recurrir a veces a limosnas públicas para terminar un montaje. Hay gente que tiene que empezar a pedir cosas prestadas, reutilizar las cosas y esto es un problema económico. En el teatro no es que se cobre de más por que sí. No hay nadie que se haya hecho rico por el teatro- reflexiona el actor.
El telón que no quiere bajar
El pasado seis de marzo Bélgica cumplió 96 años, pero, de acuerdo a la tradición impuesta por su padre, no conmemoró la fecha, aunque esto no es nada extraño para la dupla que tampoco festeja Navidad o Año Nuevo.
Durante los meses siguientes Alejandro también participará en una nueva obra:
– Siempre hay trabajo que hacer- comenta, agregando que durante los últimos años sólo le ha tocado interpretar personajes malvados, asesinos y hasta un médico de la DINA.
-¿Y tiene otro proyecto en mente?
-Si- responde, sin querer compartir mucho de qué se trata.
-¿Y se puede saber de qué algún detalle?
-¡No, claro que no! Yo soy muy supersticioso y no puedo adelantar algo. Ya me han pasado cosas por hablar demás.
– Pero, ¿hasta cuándo seguirán trabajando? ¿Tienen conciencia de cuánto han aportado al desarrollo del teatro nacional?
Bélgica ríe. Sus ojos brillan. Imposible imaginarse una vida fuera del teatro cuando todo ha estado ligado a ello. Alejandro, es claro, sostiene que seguirá escribiendo, además ya sabe lo que hará con cada uno de sus tesoros: los libros de teatro los donará al GAM, sus collages irán a parar a algún museo, otras cosas, a centros de estudio. Pero, responde:
-No creo que hayamos influido. Yo creo que la única influencia que puede tener uno es que a la gente le guste nuestra profesión. En eso sí creo que hemos influido y la gente ha querido hacer cosas tal vez porque nos ha visto pasarlo muy bien, porque lo hemos pasado fantástico- dice el autor mientras Aliosha les da la espalda.
Es tarde. Es jueves. Hoy no vino la señora que los ayuda con el aseo. Ambos tienen mucho que leer, mucho que estudiar. Esta semana no irán al teatro. No pueden pasarse de las seis obras al año. Siempre hay funciones, escenas que revisar, textos que escribir. Alejandro le arregla el cabello a Bélgica. Posan para una foto. No saben si en estos años tendrán su último acto, pero por ahora, se miran del mismo modo y con la misma intensidad de siempre.