Para muchos parece un retorno, un reencuentro, pero no para él. Alfredo Perl (1965) dice que nunca se ha ido, así que no necesita volver. No está hablando de sus viajes entre Chile y Alemania, el país al que emigró cuando tenía 18 años, sino de las sonatas de Ludwig van Beethoven, a propósito del concierto que ofrecerá este viernes en el Teatro Municipal de Santiago, con entradas prácticamente agotadas.
“Nunca me he ido de ese repertorio. Últimamente no lo he tocado en forma tan intensa, pero siempre está presente -dice sentado en uno de los salones del recinto de calle Agustinas. Es como tener una biblioteca de la que vas sacando tomos, los vas leyendo, los vas mirando y poniendo en su lugar. Es algo que tiene una presencia constante en mi vida como músico”.
El pianista chileno, director de la Orquesta de Cámara de Detmold (Alemania) hace ocho años, presentará cinco sonatas del compositor nacido en Bonn. En la primera parte, las número 10, 27 y 31; luego, la 16 y la 26, conocida como Los adioses. “Es un orden no cronológico, sino que sicológico y desde el punto de vista de las tonalidades -explica. En la primera parte del programa, sobre todo, las relaciones de tonalidades son bastante cercanas y se van enlazando”.
“Son como dos mini programas, como dos bloques más o menos independientes que muestran facetas distintas de la creación de Beethoven, que es tremendamente completa. Tenemos una primera parte más introvertida, más íntima, y una segunda parte que tiene que ver con el sentido del humor bastante marcado de Beethoven”, agrega el intérprete, también profesor en la Escuela Superior de Música de Detmold.
Usted grabó las 32 sonatas de Beethoven, una prueba importante en la carrera de cualquier pianista. ¿Qué significó en su momento?
¡Uf! Fue un desafío y una gran interrogante sobre cómo iba a salir. Cada vez uno nuevamente se enfrenta a las obras, pero ahora ya hay cierta confianza, porque llevo muchos años trabajando y tocando en público este repertorio. Ya no está la interrogante de si seré capaz de tocar todas las sonatas en un ciclo. Eso era una etapa en la vida donde yo tenía la necesidad y la ambición de ponerme ese tipo de metas. Más que al público, para demostrármelo a mí mismo, para saber dónde estaba y qué podía hacer. Eso ya no me parece tan importante. Obviamente tengo la ambición de tocarlo bien, pero las exigencias son de otro tipo.
¿De qué tipo?
Por un lado, ir descubriendo el mundo individual de cada sonata, en profundidad. Lo otro que es bastante importante, para mí, es ir aumentando una sensación o sentimiento de libertad y de espontaneidad, que tiene que ver con el dominio del repertorio que uno va adquiriendo con los años.
Es como una pequeña tradición que venga casi todos los años a Chile. ¿Es la manera de mantener un vínculo?
Casual no es, pero tampoco es algo que haya sido planificado. Me produce una gran satisfacción ver que todavía hay un público importante que quiere seguir mi evolución, que viene a los conciertos. No es algo que uno pueda dar por hecho. Hay tantas incertidumbres en el desarrollo de una carrera, que son cosas que hay que tomar como vienen y estar agradecido si uno puede seguir por ese camino.
En un ámbito más personal, ¿disfruta también de estar acá? ¿Lo extraña?
No tanto como extrañar, pero sí lo disfruto. Aquí tengo familia, tengo amistades. Si tengo algún tiempo, también puedo recorrer un poco y ver este país, que tiene una belleza muy entrañable cuando nos alejamos un poco de las metrópolis. En mi caso, la calidad de vida tiene que ver con una cierta calma y lo veo muy difícil acá -dice sonriéndose. Hay como un stress básico que se nota y al que me costaría mucho acostumbrarme.
Usted trabaja hace años en un medio musical de alto nivel en relación al chileno. ¿Qué comparación hace? ¿Nota precariedad aquí?
Hay muchas diferencias, pero eso no significa que sea precario. Alemania es un país que tiene una riqueza única en la vida musical, que no se limita a las grandes ciudades. Yo ahora vivo en Berlín, pero trabajo en Detmond, una ciudad de 40 ó 50 mil habitantes que tiene un teatro de ópera, con orquesta, con ballet, con todo. Aun así, eso también es excepcional a nivel mundial.
Lo que he notado aquí es un desarrollo positivo, si lo comparo con lo que era hace diez o 20 años. Una persona que está interesada no solo en la música, sino que en todas las actividades culturales, no queda con hambre de cultura. En todas partes hay que hacer sacrificios si quieres asistir a un espectáculo, pero eso también corre para un concierto de rock o un partido de fútbol, es así. Ha habido un desarrollo muy positivo, la cultura y la música están presentes y son accesibles. Las barreras que hay son más bien de tipo sicológico.
¿Cuáles?
Es algo que observas en todo el mundo. Hay una cierta reticencia en el público a pasar ciertos umbrales, a decir que es un mundo que no es el mío. En ese sentido, la labor de difusión es muy importante. Si ves las temporadas de conciertos y actividades que están programadas acá, son de un nivel importante.
¿Qué ha aprendido de su experiencia como director?
Es un enfoque distinto de la música. Si toco piano, me enfrento de forma muy directa con la materia, el texto musical y las dificultades técnicas. Si soy director tengo una cierta distancia, entonces cuando vuelvo a tocar piano, siento que tengo una perspectiva más global de lo que estoy haciendo. Ahora, al tocar el piano siempre he tenido un enfoque más bien orquestal. No es que haya cambiado dramáticamente, sino que se ha complementado.
Está identificado como pianista, ¿le gustaría que se le reconociera más como director?
Claro, me gustaría, pero más importante que el reconocimiento es la oportunidad de desempeñarme. Gracias a Dios, eso lo tengo con la Orquesta de Cámara de Detmond. Es una estructura bastante flexible, entonces tengo la oportunidad de hacer repertorios muy diversos y de entretenerme mucho.
Usted comenzó muy joven y ya tiene una larga carrera. ¿Qué lo motiva hoy?
No hay una sola motivación, son muchas. Mira… (hace un silencio largo). Hace algún tiempo, yo hablaba sobre esta pregunta con mi maestro en Alemania, alguien que ya tiene sus años, y la respuesta más convincente que nos pudimos dar fue: porque si no lo hiciéramos, sería peor (se ríe largamente). Es una forma humorística de decir que en el fondo lo necesitamos. No lo necesitamos como un vicio; hay una cierta adicción, pero va más allá de eso. Es como una relación que uno entabla consigo mismo. Estás trabajando constantemente contigo mismo y sabes que nunca vas a terminar, nuncas vas a acabar ese trabajo. Es como la experiencia que tenía de niño, de sentirme profundamente conmovido al escuchar ciertas obras. Con el tiempo, va cambiando la música que te produce eso, pero ahí está la motivación: tiene que ver con la música misma.
Más información en Teatro Municipal de Santiago.