El niño dublinés Oscar Wilde jamás podría haber imaginado, en pleno siglo XIX y cuando estudiaba en la Portora Royal School de Enniskillen, que un siglo más tarde su nombre iba a circular por las calles de una lejana ciudad sureña llamada Santiago de Chile. Quizás su ingenio fuera tan poderoso para especular con su nombre en la tapa de un libro, pero es seguro que nunca imaginó esta otra forma: en la contratapa de un disco de vinilo.
Pero así ocurrió. En 1967, al menos en algunas calles de Santiago, el nombre de Oscar Wilde estaba impreso en la funda de un vinilo, uno cuya portada mostraba en contrapicado a cuatro jóvenes elegantes, con un colorido vitral de fondo y tan solo dos frases: LOS VIDRIOS QUEBRADOS. FICTIONS.
Fictions fue el único disco que grabaron Los Vidrios Quebrados, un grupo iniciado apenas un año antes y desbarrancado unos meses más tarde. Se publicó en septiembre de 1967, exactamente hace medio siglo, y la primera de sus doce canciones lleva el nombre del escritor irlandés: “La poesía y el arte son mis símbolos para la vida (…) ¿No es mi derecho acaso conducir mi vida / de la forma que elegí libremente?”, dicen algunos de los versos de esa canción.
Ese era el eco que Oscar Wilde provocaba en Santiago en 1967. Este es el eco que siguen provocando Los Vidrios Quebrados.
La vida breve
Un repaso biográfico: Los Vidrios Quebrados se formaron oficialmente en 1966, cuando el cantante y guitarrista Juan Mateo O’Brien se unió a un trío de muchachos que, como él, estudiaban Derecho en la Universidad Católica: el virtuoso guitarrista y cantante Héctor Sepúlveda, el bajista Cristián Larraín y el baterista Juan Enrique Garcés, hasta entonces llamados Los Cuervos. Con la nueva denominación, debutaron en el capitalino Teatro Nataniel con una actuación en la que interpretaron solo tres canciones: “Tell me why”, original de los Beatles, y dos composiciones propias: “Friend” y “She’ll never know I’m blue”, una señal de un dogma que no transaron nunca: tocamos nuestras propias canciones y en inglés, que es el idioma del rock. Punto.
Esa breve aparición les bastó para que el productor Emilio Rojas les ofreciera un contrato discográfico, a condición de que se convirtieran en “los Beatles chilenos”, cantando en español y vestidos a la usanza de los ingleses. Sorpresivamente, el grupo se negó. Tanta era su convicción, que finalmente fue el productor quien cedió y Los Vidrios Quebrados terminaron grabando esas dos canciones como su primer single, en los estudios que Odeón tenían en la céntrica calle San Antonio. Fue un pequeño hit: en una época dominada por las versiones castellanizadas de éxitos foráneos, Los Vidrios Quebrados sonaron en radios y la incipiente TV gracias a esas dos canciones propias.
Con ese primer éxito en el bolsillo, al año siguiente grabaron Fictions para UES, una filial de RCA que era dirigida por el médico y jazzista Alberto Maturana, quien ganaría notoriedad en los ‘90 como director de Onemi. Fue apenas en un par de noches, en los estudios del pasaje Matías Cousiño y con la precariedad propia de la época. Mientras sus referentes anglosajones descubrían las bondades del multipista y los grandes estudios, Los Vidrios Quebrados registraban todo en dos canales: uno para las voces, el otro para los instrumentos, que eran artesanales y ni siquiera estaban completamente afinados.
Una vez que Fictions estuvo en las disquerías, no pasó demasiado tiempo y Los Vidrios Quebrados se desbandaron. En Puerto Varas y en el verano de 1968 hicieron sus últimas actuaciones, ya sin Juan Mateo O’Brien en la formación, sustituido por un joven Eduardo Gatti, que había aprendido a tocar la guitarra con Héctor Sepúlveda. Los estudios y los intereses musicales desintegraron al grupo. “Yo me mamo todo mayo del ‘68 en París”, recuerda Juan Mateo O’Brien en el libro Prueba de sonido, del periodista David Ponce, a propósito de su partida a La Sorbonne para estudiar Sociología y descubrir a Marcuse. “Me aburrí de las cancioncitas”, es la cita que el mismo libro recoge de Héctor Sepúlveda, quien a esa altura ya quería torcer su rumbo musical, deslumbrado por el blues eléctrico de Eric Clapton, que escuchaba junto al mismo Gatti.
Quiero hacer ficciones
¿Qué hay de singular en Fictions? ¿Qué tiene de especial un grupo que solo grabó un disco de larga duración, un single y del cual apenas existen unas pocas fotografías, como tantos otros? Algo tiene que haber, para que el LP haya sido reeditado en varias ocasiones en el extranjero y se repita en las historias del rock local.
La respuesta se puede rastrear en las tres canciones de esa señera actuación en un festival universitario. En una época dominada por los covers de éxitos seguros, Los Vidrios Quebrados arremetieron con composiciones propias. A diferencia de colegas como Los Mac’s, Los Beat 4 o Los Jockers, la breve discografía del grupo no tiene una sola versión de otro compositor. Todas son canciones maduradas en la casa de calle Cienfuegos donde ensayaban.
Por supuesto, no es que no tuvieran influencias. Las tenían y eran notorias. A partir del shock que había sido la irrupción de los Beatles, descubrieron también a los otros nombres de la Invasión Británica y su consiguiente respuesta estadounidense. Les gustaban los Yardbirds, los Rolling Stones, los Dave Clark Five, los Byrds. Estos últimos están en los arpegios de “En tu mirada”; “Qué importa el tiempo” o “Fictions” tienen una inconfundible vibra británica y rocanrolera; y el “Concierto en la menor, opus 3” es como una respuesta a la sicodelia temprana de esos años.
Claro, Los Vidrios Quebrados tenían una situación suficientemente acomodada como para entrar en contacto con discos que escasamente circulaban en Chile y que se conseguían viajando a los países donde se producían. Así fue, por ejemplo, como Juan Mateo O’Brien descubrió a Bob Dylan, referencia reconocida en los vientos de cambio colectivo que soplan en una canción como “Se oyen los pasos”.
El cuadro lo completan las letras, que no solo mencionan a Oscar Wilde, sino también a Miguel Ángel, Beethoven, Einstein y Salvador Dalí: todos aparecen citados como “famosas cabelleras” en “Como Jesucristo usó el suyo”, una proclama de Héctor Sepúlveda en defensa del pelo largo, motivo de controversia por esos días. Revuelta juvenil, individualismo, arrogancia intelectual. Entre esas coordenadas se mueven canciones como “Una manera de vivir” (“Solían hacer planes sobre mí / No me dejaban vivir mi vida”) o la propia “Fictions”, que al mismo tiempo es una cita a Borges, a los Rolling Stones y a The Who: “Tiene una carga fonética que me interesaba desarrollar, el sufijo ‘tion’ está en ‘Satisfaction’ y ‘My generation’”, explica Juan Mateo O’Brien en el texto que acompaña una de las reediciones del LP, escrito por el músico y periodista Gonzalo Planet. ¿Cuál hubiera sido el impacto de esas canciones si hubieran estado en castellano?
Fictions quedó en la historia como una fotografía algo desenfocada. Según Héctor Sepúlveda, el grupo era más salvaje en vivo, pero el disco quedó cargado a las baladas: “Se hizo lo que se pudo con el tiempo que dieron”, dice en Prueba de sonido.
Sin embargo, aun desenfocada, es la mejor fotografía de la corta y vibrante vida de Los Vidrios Quebrados. El baterista Juan Enrique Garcés falleció hace años y, hace menos de un mes, también lo hizo Héctor Sepúlveda. En su última entrevista, concedida al diario La Hora, habló de su antigua renuencia a tocar con sus ex compañeros: “Es algo que ahora podría darse”, dijo entonces, pero no ocurrirá. Solo queda Fictions, un eco que suena ya por medio siglo.