Iris es un mundo alterado pero tiene demasiadas coincidencias con el nuestro. Es una ficción que en su exquisita crueldad y ciertos destellos de misericordia, pareciera ser el reflejo, algo deformado, de lo que conocemos: nuestro mundo. Un conjunto de relatos donde se funde la ciencia ficción con lo real maravilloso. Un universo paralelo de animales desconocidos, figuras fantasmagóricas pero, sobre todo, de seres humanos atemorizados y perplejos frente a una realidad en permanente pesadilla. Esto es lo que el autor boliviano Edmundo Paz Soldán narra en una antología llamada Las Visiones (Páginas de Espuma, 2016) y que representa, en gran medida, la tensión de las relaciones chileno-bolivianas de los últimos meses, de los últimos años, de las últimas décadas, de los últimos cien años… Visiones que desde la ficción nos sumergen en el absurdo de nuestro propio mundo: policías chilenos que traspasan líneas fronterizas sin percatarse; naciones hermanas demandándose frente a Tribunales europeos; mandatarios y políticos de ambas naciones hablando todo el tiempo de lo que los divide en lugar de lo que los une… Estamos en Iris, diría Paz Soldán, cuyos personajes aparecen permanentemente acosados por la violencia, pero sobre todo, perturbados debido al consumo de psicofármacos que les producen cambios en la percepción y conciencia de la realidad. Y quizás sea eso lo que nos sucede. Que chilenos y bolivianos, hemos estado siendo drogados desde hace demasiado tiempo con un particular tipo de narcótico: el de la desmemoria; el del terror creado por intereses comerciales egoístas de ciertos empresarios, políticos, historiadores y cronistas, plumarios de las corporaciones que buscan sembrar el miedo y la desunión para seguir lucrando a destajo.
¿Nos damos cuenta acaso de la situación? Pues no. Porque la máquina está lo suficientemente aceitada para que todo aparezca como verosímil, aunque no sea la realidad. Es decir, los grupos de interés que no tienen nacionalidad lo tienen todo cooptado sin que nadie pueda detenerlos.
¿Quiénes nos advierten sobre esta situación? Los artistas y escritores que en clave de ficción cuentan lo que en verdad sucede. De este modo, el intercambio cultural entre ambos países resulta ser uno de los más peligrosos antídotos para el mal que nos acecha. Por eso es que apenas sabemos de las respectivas culturas y escrituras, a menos que, como Paz Soldán, alcancen notoriedad internacional y sea imposible detenerlos.
La pregunta que debiéramos hacernos chilenos y bolivianos es cómo es que sabemos más de la escena cultural de países que están a millares de kilómetros y, en cambio, no se hable, no se escriba una línea, no se haga mención y no sepamos nada, finalmente, de lo que sucede en La Paz, Santa Cruz, Santiago o Concepción, respectivamente. ¿Tiene algo de lógica todo esto? Podríamos decir que no, pero sí la tiene: es la lógica del poder, ese señor que obnubila corazones y mentes y no ceja hasta dominarlo todo.
La versión maniquea de la realidad de buenos y malos, a pesar de lo ridícula que aparece en tiempos de información global sigue ganando adeptos en esos chilenos y bolivianos que cada día deben trabajar de manera honesta para ganarse la vida y que solo escuchan una versión de lo que sucede y que cala hondo en ellos cuando lo que se les inocula es el germen del temor, de la agresión foránea, de la desconfianza.
Hace unas semanas, el pueblo aymara celebraba el Willkakuti, lo que se conoce como el Año Nuevo Andino o «el retorno del Sol». Una celebración en la que aymaras argentinos, chilenos, bolivianos y peruanos rompen la lógica impuesta por el poder del Estado-nación, y siguen la de sus tradiciones y memoria, como es agradecer un nuevo comienzo de ciclo de vida en este lado del mundo. A partir de ese 21 de junio, el Sol ya se irá acercando cada vez más a la Tierra, iluminándola, y permitiéndonos iniciar una nueva vuelta a nuestras vidas. El pueblo aymara es subversivo. Desoye los cantos de miedo y de odio, no respeta fronteras, porque ellos están desde antes que fueran fijadas. Entienden que son uno solo, un solo pueblo con memoria.
Chilenos y bolivianos debiéramos seguir los pasos de quienes no han sucumbido frente a los efectos de la droga de la violencia y el terror. Que esto no es Iris, los aymaras lo saben muy bien.