Muchas veces nos sentimos abochornados de ser chilenos a propósito de las conductas de nuestra clase política y poderes empresariales. Este fin de semana, el gobierno de Evo Morales decidió devolver a nuestro país a los dos carabineros que cruzaron la frontera entre nuestros países y que bien pudieron ser puestos ante la justicia boliviana para investigar si habían cometido delitos en esta acción. Por varios meses, por el contrario, siete miembros de la aduana y dos militares de nuestro vecino país fueron detenidos y procesados por nuestra justicia, la que al final los expatrió cobrándoles, para colmo, una onerosa multa.
Perfectamente pudo, entonces, nuestro hermano y vecino país proceder de modo similar al nuestro. Sin embargo lo que primó este caso fue el sentido común, la hermandad que se deben nuestras naciones y el respecto a los derechos humanos de las personas y familiares afectados por la suerte de los detenidos en este incidente fronterizo. La noticia de la liberación dispuesta por Evo Morales recorrió la presa mundial y lo prestigió notablemente en relación a la torpeza y arbitrariedad con que actuó nuestra Cancillería en un caso reciente. Auxiliada, por supuesto, por aquellos jueces o fiscales abyectos que saben que sus ascensos o traslados dependen de la obsecuencia que demuestren hacia las autoridades.
Imaginamos que el heraldo representante de Departamento de Estado norteamericano en nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores se sentirá ahora muy abochornado, así como también debiera ocurrir con nuestra propia Mandataria, que además tuvo que enterarse de la amigable y sensata actitud de su par boliviano estando en Perú, hasta donde había llegado en uno más de sus recurrentes viajes al exterior. Giras que aumentan ahora cuando ya le restan muy pocos meses de mandato presidencial, invitaciones y atenciones de lujo en el exterior.
Al mismo tiempo que el Presidente Morales realizó este valioso gesto, el Mandatario instó a nuestros dos países a retomar el diálogo bilateral por largos años suspendido a objeto de definir procedimientos que regulen estos habituales roces en nuestras fronteras y ver forma de resolver, sin recurrir a otros gobiernos y tribunales externos, una fórmula de acceso soberano al mar para Bolivia, a cambio por supuesto de compensaciones a nuestro país. De todas maneras, estamos ciertos que el gobierno de los Estados Unidos y de otras naciones no quisieran una solución de paz estable entre nuestros estados, en consideración a la orientación política del proceso boliviano como a la posibilidad de que estos larvados conflictos obliguen a nuestros gobiernos a gastar enormes recursos en armas que finalmente favorecen a las potencias fabricantes, como la que representa ahora un belicista y descriteriado como Donald Trump.
Fue también un fiasco para aquellos parlamentarios que acostumbran a obtener tribuna en estos diferendos con nuestros vecinos, el breve tiempo que pasó entre que los dos carabineros fueron detenidos y el gobierno boliviano decidiera su liberación. Apenas habían enfilado sus garras y lenguas, vino el anuncio de Evo Morales y prácticamente se quedaron sin tema por el fin de semana, cuando acostumbran a “robar cámaras y micrófonos” con sus diatribas fratricidas.
A pesar de la velocidad en que se desarrolló este último incidente hubo esfuerzos desde La Moneda en advertir que éste ese había superado luego de gestiones de nuestro gobierno ante el Palacio Quemado, las que fueron totalmente desmentidas por las autoridades bolivianas. La verdad es que bien pudieron las autoridades vecinas prolongar esta situación hasta provocar un encrispamiento en nuestras relaciones binacionales, y la posibilidad de que ésta le habría dado a aquellos políticos como el diputado PPD Jorge Tarud que han dedicado su más que extendida labor legislativa a propiciar la inquina a nuestros vecinos, como cuestionarse la migración de sus habitantes a nuestro país. En una actitud xenofóbica que no se condice con la propia situación que vivieron sus propios antepasados al momento de avecindarse en Chile.
Estamos ciertos que nuestro Canciller es uno de los ministros mejor evaluados del gabinete de Michelle Bachelet, aunque tal situación en las encuestas ha venido deteriorándose en los últimos meses. Se explica ello en su decisión de sortear los agudos problemas internos del país y aparecer como el gran guardián de nuestras fronteras, al precio de que el país gaste enormes recursos económicos en armas, cuanto para sostener efectivos militares que cada vez se hacen más inútiles en un mundo, y especialmente en nuestra Región, en que las guerras nos son muy lejanas y los conflictos pendientes entre nosotros suelen resolverse por los caminos de la diplomacia, más que el conflicto.
Si los chilenos supiéramos todos de los recursos que se le distraen a nuestro desarrollo, sueldos dignos, seguridad social, construcción de hospitales e infraestructura, ciertamente que nuestro Canciller tendría que estar pésimamente evaluado a consecuencia de su miope visión, entreguismo e, incluso, falta de patriotismo. Porque en el ejercicio de su cargo le es fácil omitirse del debate político cuando, además, transcurre tan poco tiempo en nuestro país. Beneficiado por ese dispendio de recursos que sigue gastando nuestro Estado en pasajes, viáticos, gastos reservados y otros, los que en Chile se constituyen en uno de los manjares más apetitosos del poder.