Dos mutantes ilustrados deciden tomarse el mundo para destruirlo. No hay otra escapatoria. Ellos ya no quieren poder, sino abolir ese gobierno que los ha transformado en dos criaturas tenebrosas.
Esta es la apuesta de la última exposición del ilustrador chileno- argentino, Jorge Opazo (Buenos Aires, 1970), más conocido como Jorge Quien.
La muestra, denominada Los Sofistas, exhibe dibujos inéditos del artista, así como objetos e intervenciones en los muros del Museo. Además, incluye 80 páginas originales del cómic que dio vida a la exposición. También integra diferentes esculturas realizadas por la artista y docente argentina Marcela Oliva.
“La exposición Los Sofistas surge a partir del cómic homónimo publicado por entregas en el sitio web Artishock. Luego se publicó el libro en 2015 (Ril Editores) y este año saldrá la edición argentina (Tren en Movimiento)”, comenta sobre la exposición Jorge Quien.
“La muestra es un desplazamiento y ampliación de las estéticas y contenidos de la historieta hacia el espacio del museo. En este sentido, fue fundamental la reinterpretación volumétrica que llevó a cabo mi compañera, la escultora Marcela Oliva, de las formas de lenguaje de Los Sofistas. Se trata de formas globulares que surgen del habla de los personajes, un discurso tan denso y abigarrado que se solidifica en el aire. Ahora estas formaciones se han materializado realmente en las salas del MAC”, añade.
¿Quiénes son los sofistas?
Los Sofistas son una pareja de terroristas ilustrados que han decidido tomar el mundo por asalto. Se les ha hecho intolerable el nivel de control y farandulización del planeta y quieren acabar con todo. No tienen ninguna ambición de poder ni reconocimiento, ya que esos son precisamente los valores que no toleran. Por otro lado, son dos personas muy educadas y elegantes que se visten con Tom Ford. Esto cambia cuando sufren una mutación a raíz de un ataque del gobierno. Entonces quedan convertidos en el Sofista de Carbón y el Sofista Eléctrico, dos tenebrosas criaturas que no se detendrán hasta hacer reventar el mundo.
Dentro de la historieta y de la misma exposición existe una clara experimentación con el lenguaje, lo que además se mezcla con la cultura popular. En este sentido, ¿cuáles fueron tus principales referencias para la creación del proyecto?
En Los Sofistas, como en todo mi trabajo de historieta, hay una multiplicidad de citas, homenajes y apropiaciones. Siempre estoy citando obras y artistas que me interesan y que considero referentes. En arte nadie trabaja solo ni sólo para sí mismo. Sin embargo, el trabajo artístico es bastante solitario. Porque uno está observándose, investigándose a sí mismo y eso nadie puede hacerlo por uno. Es una paradoja. Porque luego vendrá el momento de sacar ese trabajo a la luz pública. En Los Sofistas, por ejemplo, aparecen figuras como Joseph Beuys, Don Francisco, El Golem, Tom Ford, Encuentros Cercanos, El Mago de Oz, Kurt Vonnegut, J.G. Ballard. Todos tienen un papel, grande o pequeño, en la historia. Todos tienen un papel en mi propia formación. Respecto al lenguaje de Los Sofistas, éste le debe mucho al Teatro de Absurdo. Libros como la Cantante calva y El Cepillo de dientes me impresionaron en el colegio. Es una forma de texto que muestra, con humor, su propia textura. Me interesó también como lenguaje cifrado, como una forma rebuscada, encubierta, de comunicarse.
En particular, ¿con qué ilustradores te identificas?
No tanto con ilustradores, sino más con dibujantes y artistas visuales. Me gustan autores de distintas épocas y estilos como Dino Battaglia, Gipi, Mike Mignola, Didier Comés, Andrea Pazienza, Max Cachimba, Julie Doucet. De Chile recuerdo especialmente a Clamton, Felva, Lautaro Parra y Vicho Plaza (que sigue trabajando), todos dibujantes de los años ochenta. De los actuales he visto cosas buenas de Nicolás Pérez, Rodrigo López, Diego Cumplido y Pablo Selín. Y artistas como Álvaro Oyarzún, Sebastián Gordín, Philip Guston o Martin Kippenberger son buenísimos.
¿Crees que la historieta tiene límites?
Claro, los límites de la forma. El cómic, como otras formas de arte, tiene su fuerte en la medida que trasciende como una experiencia en el observador. Esa experiencia, que puede tocar tu corazón o cambiar el rumbo de tu vida, no tiene forma, por lo tanto no tiene límites. Entonces ya no es historieta, pintura, cine o escultura. Es otra cosa, una experiencia humana. Pero no hay por qué exigirle al cómic siempre esa medida. A veces basta con pasar un buen rato al ritmo del buen humor o una aventura. Eso forma parte de su espíritu como medio de comunicación. Y eso es profundamente humano también.
¿Cómo vez el desarrollo de este género en Chile versus lo que pasa en Argentina?
Lo veo en un buen momento, en plena actividad y desarrollo en ambos países. Argentina tiene una historia reconocida a nivel internacional. Es un país de guionistas y dibujantes, y muchos se han destacado en Estados Unidos y Europa (las cunas del cómic). Chile también tiene su historia, pero es en la actualidad donde veo a la historieta e ilustración chilena más desenvuelta. Me refiero a un movimiento integral que abarca autores, eventos, editoriales, exposiciones y discusión crítica del medio. Es decir, el cómic considerado como legítimo sector de la cultura. Argentina en eso fue pionera. Ya en 1968 se organizó la Primera Bienal Mundial de la Historieta en el Instituto Di Tella, con todo un aparato expositivo y teórico. Mi generación recién asistió a la aparición del “cómic para adultos” a fines de los años ochenta, con Trauko, Ácido, Matucana, Bandido, Beso Negro y otras revistas que colgaban en los kioskos. Para mí, que ya venía leyendo la Fierro y las revistas españolas 1984, Comix Internacional y Tótem, fue una verdadera primavera. Por eso, como chileno-argentino, me da gusto formar parte de esta nueva movida en ambos lados de la cordillera.