El espacio acoge a personas trans, lesbianas, gays para brindarles un espacio de apoyo tanto académico como social y personal, no solo con el fin de dar una buena PSU, sino también generando dinámicas de educación popular, realizando talleres de diversas temáticas que son abiertos a la comunidad y construyendo un núcleo de apoyo mutuo.
El año 2015 en la Facultad de Filosofía y Humanidades, un grupo de estudiantes que trabajaba las temáticas de género y disidencia sexual se encontró con una problemática. Una amiga trans femenina de treinta y dos años se había planteado la idea de estudiar una carrera en la educación superior, para lo cual buscaba el apoyo del grupo.
Después de barajar varias ideas, incluyendo la creación de un ingreso especial para personas trans, históricamente excluidas de los planteles universitarios y la educación en general, optaron por crear un preuniversitario. Sin saber si la iniciativa tendría acogida o atraería estudiantes, comenzaron a trabajarla y buscar apoyo, logrando el respaldo oficial de la FECH a inicios del 2016.
Con ese impulso, realizaron reuniones abiertas a la cual asistieron distintas personas y organizaciones, siendo crucial la presencia de la profesora Rosa Devés, vicerrectora de Asuntos Académicos, quien les ofreció un espacio en la Casa Central de nuestra Universidad para desarrollar la iniciativa. Teniendo una sala propia, buscaron profesores y profesoras voluntarios/as y lanzaron al fin el “Preu Trans U. de Chile” con una matrícula de 50 estudiantes en el primer año.
Una de las profesoras voluntarias fue la estudiante trans de pedagogía de nuestra Universidad, Mara Rita, que falleció durante el primer mes de funcionamiento del espacio. Como reconocimiento a ella, el colectivo decide bautizar con su nombre a la iniciativa, quedando finalmente como “Escuela Popular Feminista Profesora Mara Rita”.
Proyecto liberador contra distintos tipos de violencia
El preuniversitario actualmente recibe estudiantes entre 15 y 50 años, incluyendo muchas personas trans, travestis, trans no-binarios, intersex, gays, lesbianas y disidentes sexuales en general que han sufrido en carne propia la discriminación desde la infancia, con la escasez de oportunidades educativas que eso significa.
Si bien el espacio no excluye a priori a personas heterosexuales, sí se plantea como un lugar de encuentro y aprendizaje enfocado en quienes son los más excluidos por su condición sexual y/o de género. Para el público general, en todo caso, sí existen los talleres abiertos que la Escuela realiza todos los viernes, y que tratan temáticas de género, disidencia sexual, violencia, etc.
Pero, ¿hay alguna diferencia curricular con un preuniversitario común? En primer lugar, el espacio busca desmarcarse de la educación formal y crear dinámicas de educación popular. Además, a nivel de contenido, el proyecto trabaja reconociendo cinco estructuras de opresión: la clase, el patriarcado, el racismo/colonialismo, el especismo y el adultocentrismo.
“Algo que nos distingue de otros espacios de educación popular, es que la mayoría solo trabaja reconociendo la opresión de clase, lo que para nosotres es vacío y excluye a mucha gente. A mí no me pegan por ser pobre, sino por ser travesti, dice una estudiante. A mí no me insultan en la calle por ser pobre, sino por ser negra o porque soy femenino, dicen otras. ¿Cómo respondemos ante esas violencias?”, señala Catalina Díaz, coordinadora de la Escuela.
“Tratamos de desarrollar una educación popular con sello territorial latinoamericano, que deje de imitar modelos europeos que no tienen que ver con nuestros contextos y experiencias. También buscamos una propuesta político-pedagógica que busque la liberación de los sujetos. Pensarnos emancipadas es nuestro gran horizonte”, añade. Estas líneas son fruto de discusiones en las cuales se contraponen las distintas visiones ideológicas y educativas que confluyen en el espacio, teniendo como meta común el construir una educación sin autoritarismo y liberadora.
“Aquí se vive un espacio de respeto muy grande que yo no he visto en ningún otro espacio ni feminista ni universitario. El ánimo es hacer las cosas de forma diferente, por eso en cada ramo hay métodos distintos: en lenguaje se trabaja con una propuesta teatral, en historia se trata de rescatar los procesos y sujetos tradicionalmente omitidos, como las mujeres, los trans, etc.”, explica Díaz.
El modelo experimental y alternativo de la Escuela no ha sido impedimento para que las y los estudiantes logren buenos resultados en la Prueba de Selección Universitaria, y de la primera generación son varios/as quienes lograron ingresar a distintas casas de estudio, incluida la U. de Chile.
También hay estudiantes que pasan más de un año en la Escuela debido al atraso académico que presentan, que coincide con altos niveles de violencia sufridos durante su vida por el hecho de ser trans, travestis u homosexuales. Para esos casos se implementaron planes especiales y un taller de lecto-escritura, que se hace cargo de las carencias de aprendizaje básicas con las que llegan algunos/as estudiantes.
Más allá del preuniversitario
Catalina señala que la idea que sustentó desde el inicio al proyecto es combatir la violencia cotidiana hacia las personas trans y las disidencias sexuales empezando por casa, con una iniciativa surgida en la misma institución donde ella estudió. “También comprendemos la incidencia social y pública que tiene la Universidad de Chile en la sociedad. Lo que pasa aquí se discute y reproduce en la sociedad más fácilmente, es algo sintomático. Ahora en todo el país hay interés por replicar este tipo de espacios, lo que nos da una alegría muy grande”, señala. Para dar apoyo a otros territorios y seguir profundizando el proyecto, la Escuela cuenta actualmente con el financiamiento de un Fondo de Desarrollo Institucional del Ministerio de Educación.
Estos fondos también servirán para nutrir una biblioteca propia y desarrollar capacitaciones a funcionarios de la Universidad en la temática trans. “No nos basta con que las chicas logren entrar a la educación superior, sino que tienen que mantenerse, para lo cual es importante tratar el tema de la violencia institucional y en la escuela”, señala Díaz, haciendo referencia a dinámicas de acoso y discriminación que todavía se reproducen dentro de los espacios universitarios.
Estas capacitaciones están pensadas como espacios de diálogo y contemplan la participación de invitados/as externos/as, como la activista y poeta travesti, Claudia Rodríguez. “Queremos que se empiecen a asumir todas las identidades con las cuales convivimos y se destruyan los prejuicios que este sistema racista, clasista, patriarcal y heterosexual ha inculcado, mediante la conversación con funcionarios y ojalá también con académicos”, explica Díaz. El equipo de la Escuela espera que las autoridades se sumen a estas iniciativas y llamen a funcionarios y profesores a asistir a las instancias.
Por último, el grupo está organizando un encuentro sudamericano para la segunda semana de octubre, que contempla la visita de iniciativas similares que se están llevando a cabo en Argentina y Brasil.
“En nuestras estudiantes vemos experiencias de violencia extrema que están generalizadas en la sociedad, y creemos que a través de la educación podemos empezar a enfrentarla. Tenemos estudiantes que han estado hospitalizadas, que ejercen el comercio sexual o que viven con VIH, y para ellas este es un espacio seguro, cariñoso, ameno y afectivo”, concluye Díaz.