“no savia con que chicha me estaba curando el perla queria escrivir nada meno que la viografia de violeta parra. que se yo de esta maravilloso mujer. esto se llama patudes”. Esas palabras, así tal cual, se leen en uno de los cerca de 60 cuadernos que Roberto Parra dejó con todo tipo de manuscritos. En sus páginas hay cuecas, hay décimas y hay cuartetas, pero también hay varios textos en los que el músico se recrimina a sí mismo los varios intentos frustrados por acometer una tarea que su hermano Nicanor le había encomendado: escribir una biografía de la hermana de ambos, Violeta Parra.
“en varias ocasione etratado de escribir algo sobre violeta parra pero la tos no medeja. me tienbla asta la pajarilla. yo creia como mesalio el chiripaso de la negra ester. que ya podia crusar el canal dela mancha. y tirarirme el tremendo carril. y meba saliendo el tiro por la culata”, escribe Roberto Parra en ese mismo cuaderno.
El testimonio de esos intentos nunca acabados se puede leer en Vida pasión y muerte de Violeta Parra, libro que Ediciones Tácitas acaba de reeditar con los versos que escribió su hermano Roberto. Y están virtualmente intactos, sin correcciones ortográficas y con varias imágenes de los cuadernos mismos, donde se puede observar la caligrafía algo temblorosa y la ortografía endemoniada del autor de La Negra Ester.
“Roberto Parra es un poeta notable, siendo algunos de sus materiales su precaria ortografía y el lenguaje popular. Su poesía es fresca, tiene una sensación de espontaneidad que le da sabor a su lectura. Tiene una capacidad de síntesis notable, es decir, su poesía es sumamente sugerente; de un par de versos suyos se puede desprender una interpretación ingeniosa. Por ejemplo, tiene un final de cueca que dice ‘La perra con el perro / se van pal cerro’”, explica el editor Miguel Naranjo, que con Ediciones Tácitas ya había sacado una primera versión de la obra, en 2013.
En un año plagado de homenajes a Violeta Parra, por los cien años de su nacimiento, Naranjo considera que este libro tiene una particularidad: “Es una visión de primera mano, sin intermediarios. Muestra principalmente algunos aspectos de su infancia que marcarán su manera de ser: la pobreza a pie pelado, la tremenda hermandad que había en su familia, su temprana afición a la música, las primeras canciones que aprendió y cómo ayudaba con el pan de su casa cantando en los mercados”, dice
Para acceder a los manuscritos, Miguel Naranjo tuvo que contactarse con su viuda, Catalina Rojas, quien al principio lo recibió con cierto recelo, pero luego permitió que su hija Leonora le mostrara los cuadernos: “Fotografié como 20 cuadernos suyos, fascinantes todos. Y quien decidió el orden en que fotografiaría estos cuadernos fue su hija Leonora. Lo primero que me hizo fotografiar fueron las versiones de esta biografía. Y a su vez, el orden en que fotografié esos cuadernos, es muy parecido al orden en que finalmente fueron editados. Es decir, su hija estaba muy compenetrada con estos inéditos; y el orden que nos sugirió, también fue una guía para adentrarnos en estos cuadernos”, reconoce Naranjo.
Luego, ocurrió algo singular. Cautivado por la forma de escribir de Roberto Parra, el editor decidió que no haría correcciones, algo con lo que Catalina Rojas no estuvo de acuerdo: “Y me lo hizo saber enérgicamente, pero no le hice caso después de haber ensayado frustradamente su decisión. Estuve trabajando dos años en este libro y antes de entrar a imprenta, se lo mostré, con el miedo de que rechazara el resultado. Abrió la maqueta del libro despacio, leyó unas cuantas páginas durante unos diez minutos que para mí fueron horas, lo cerró más despacio aún, me miró y no me dijo nada. Después empezó a mirar las plantas de su jardín, cambiando de tema. Silencio otorga, me dije. Meses después, la señora Catalina me confesó que había sido buena mi desobediencia. Y el incluir fotografías de los cuadernos permitía ilustrar la decisión de respetar su endemoniada ortografía”, relata.
¿Por qué era tan importante conservar esos escritos? “Don Roberto estudió sólo hasta segunda preparatoria; así y todo, su genialidad superaba sus precarios conocimientos ortográficos. Leer su obra tal cual la escribió es una clase magistral de lingüística. En otras antologías han aparecido fragmentos de esta obra, pero editada, sin faltas ortográficas. Y al compararlas, estas versiones editadas pierden gracia, fuerza, y alejan al autor de su obra”, concluye Naranjo.