El gigante brasilero sigue enfrentando dificultades producto de las tensiones de un sistema político que intenta administrar casos de corrupción diversos desde el impechment para destituir a Dilma Rousseff, entre otras consideraciones. En aquella oportunidad, observamos que se le calificó livianamente como un enredo que, hoy por hoy, no sólo ha escalado, sino que se ha diversificado y profundizado. Tras la destitución de Rousseff, la instalación de Michel Temer en la Primera Magistratura, por medio de los procedimientos legales constitucionales vigentes y el apoyo de diversas fuerzas políticas del sistema político, ha desembocado –nuevamente- en escándalos de corrupción.
En esta oportunidad, es el actual mandatario quien concentra la atención tras ser vinculado con pagos por el silencio de Eduardo Cunha, diputado que se instaló como el instrumento que inició la destitución de Dilma, estando ya investigado en el caso de corrupción Lava Jato. Esta circunstancia, permite reinstalar el caso Odebrecht, que comprometió a gran parte del sistema político brasileño a propósito de los pagos que la constructora realizaba a congresistas, partidos políticos y funcionarios estatales para adjudicar proyectos inmobiliarios y de obras públicas. El mecanismo se proyectó a doce países latinoamericanos y un par de África teniendo como telón de fondo las operaciones de la estatal petrolera Petrobras que involucra en la corrupción al Partido de los Trabajadores y al ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva, entre otros.
Bajo esta ola de escándalos, se afirma que la corrupción se encuentra institucionalizada en Brasil, deslegitimando todo el sistema político y generando un alto grado de incertidumbre política interna dado que las mayorías ciudadanas inundan las calles exigiendo la inmediata salida del actual mandatario.
Como consecuencia de esto, surgen demandas para la restitución de soberanía para escoger al nuevo mandatario o mandataria desechando los mecanismos constitucionales los cuales contemplan el mecanismo institucional de reinstalación de un nuevo ejecutivo que complete el periodo iniciado por Dilma. Indicarán los brasileños, que ante un corrupto sistema político, lo que corresponde es que sea el pueblo, el que resuelva por medio de elecciones, al nuevo gobernante.
Lo anterior, ahora, está mediado por la autorización que el Poder Judicial le entregó a la fiscalía para investigar a Temer (exculpado del cargo de financiamiento político junto a Dilma) y con Lula liderando los sondeos de opinión para reinstalarse en la presidencia, un sondeo a contrapelo de la voluntad de la ciudadanía, el oficialismo instalado y los mecanismos de justicia que lo condenaron en primera instancia a 9 años de cárcel. Si logra zafar de la justicia… ¿quedará en buena posición para ser candidato?
¿Quién gana con esta crisis brasileña?… ¿los brasileños?, ¿los sudamericanos o Latinoamericanos?, Parece que ninguno. Lo que sí llama la atención, es que la actual crisis, relativiza completamente el rol de Brasil en la región y en el circuito internacional en general. Difícilmente, con tamaña crisis en curso, el otrora “país más feliz del mundo” pueda reeditar su participación en los BRICS, reperfilar su participación en el MERCOSUR e inclusive integrar el Consejo de Seguridad de la ONU en forma permanente como producto de las nuevas realidades regionales y geopolíticas.
Una crisis política sumada a un disminuido dinamismo de la economía, genera un escenario de incertidumbre respecto de la buena gestión de los atributos que tiene Brasil en términos de recursos naturales, no sólo con su proyección nacional y a nivel regional, sino que global. En ese sentido, ¿es justo que su administración y gestión sólo recaigan en esta estatalidad nacional, o deben sumarse otros actores institucionales internacionales para que contribuyan al justo y responsable acto de conservación de bosques y acuíferos en un contexto de Calentamiento Global?
Una pregunta que se acentúa aún más al considera la actitud despectiva hacia Latinoamérica y el Caribe de Donald Trump o cuando China irrumpe sobre el continente con inusitado poder de inversión diversa en minería, agricultura, pesca y otros. No cabe duda de que la actual crisis brasileña, no sólo puede hacer plausible esta pregunta de prospectiva geopolítica ambiental, sino que también impide que Brasil, contribuya, en su condición hegemónica para consolidar una posición latinoamericana con propuestas de desarrollo propias de la región.
(*) profesor de la Escuela de Ciencia Política y RR. II. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Doctor © en Estudios Americanos Instituto IDEA, USACH.