La noticia de cada nuevo Premio Nobel de Literatura agranda la proeza de Gabriela Mistral y Pablo Neruda, esos dos chilenos de raíz humilde que llegaron a lo más alto del olimpo literario universal. Aunque el logro de Gabriela es mayor, cuando se trata de una mujer que es parte de ese puñado que se cuenta con los dedos de una mano y sobran, a la hora de resumir la presencia femenina en el más importante galardón que existe. Gabriela lo gana en el año 1945, pero no de manera casual, sino que como producto de una campaña que se inició en el año 1930, cuando ya se había ido de Chile y sus amigos escritores latinoamericanos entendían que se trataba de una mujer genial que debía ser premiada, como fuera. Pedro Aguirre Cerda fue fundamental. Primero, como ministro de Justicia e Instrucción Pública la envió a Punta Arenas como directora del Liceo de niñas de esa ciudad, y luego, como Presidente, alineó a la diplomacia chilena y puso a Gabriela Mistral como “asunto de Estado”, en la consecución del Nobel. Tanto Gabriela Mistral como Pablo Neruda hacen una suerte de pasantía por el servicio exterior chileno, el que les permite salir del “horroroso Chile”, despercudirse del provincianismo y trabar amistad con toda la intelectualidad latinoamericana que se paseaba de la misma manera que ellos por Europa, buscando ser traducidos y conocidos en las lenguas francas, entonces francés, inglés y también, sueco, que les darían la fama y la trascendencia.
Los escritores chilenos hoy ya no necesitan ser diplomáticos como antaño para hacer redes y lograr traducciones. Cuentan con instrumentos que el mismo Estado ha creado y que les permiten peregrinar por diversas ferias y asistir a los seminarios e instancias académicas que derivan luego en incursiones tímidas al comienzo, como ser parte de una antología, para luego, obtener las ansiadas traducciones. Los libros ya no circulan por América Latina como en esos tiempos tampoco. Es algo difícil de explicar a quien no sea parte del ecosistema del libro, pero es tan cierto como una catedral, y la paradoja es que cuando el mundo está más interconectado que nunca los autores deben vencer barreras más complicadas para salir de Chile.
De aquí que la primera Capacitación en el proceso exportador para empresas del ecosistema del libro realizado hace unas semanas por ProChile, se convierte en un hito dentro de la industria. No es raro que detrás de este inédito proyecto en el que también participó el Consejo de la Cultura y de las Artes, CNCA, y CORFO, haya estado Regina Rodríguez, quien fuera hasta hace unos meses Secretaria ejecutiva del Fondo del Libro y la Lectura y la mayor responsable de que hoy contemos con una Política Nacional de la Lectura y el Libro 2015-2020 que, reúne por primera vez a diferentes y dispersos órganos del Estado vinculados a las industria creativas y culturales. Porque ya no basta con tener a un Pedro Aguirre Cerda como presidente, aunque falta que hace, para impulsar a los autores chilenos en el exterior. Frente a un mundo complejo y a un mercado global en el que las mega editoriales son las que dictan las reglas, las pequeñas y medianas empresas del sector editorial y, por tanto, sus catálogos de autores, requieren del apoyo y la sinergia de los diferentes agentes del Estado para ingresar de manera profesional a un mercado con reglas muy definidas.
Una de las expositoras internacionales de esa inédita experiencia fue la mexicana Nubia Macías, quien como ex directora de la FIL Guadalajara y de la editorial Planeta México, es una de las voces más contundentes y especializadas a la hora de hablar del libro en nuestro continente y más allá. Su espléndida presentación que consistía en exponer sobre las principales ferias del libro del mundo y las claves para llegar a ellas y hacer negocios, provocó algo de desazón en las esperanzas de muchos de exportar libros chilenos: son caros desde todo punto de vista, por los impuestos y la lejanía de los principales mercados. De ahí, que les señalara a los editores nacionales que lo más sensato era vender los derechos de sus autores más que sus libros, y que, así como antaño, debían contar con ediciones en inglés, tanto de los libros como de los catálogos.
Pero lo más notable, es que hizo una radiografía del mercado chileno y ante la perplejidad de la audiencia, dejó en claro que antes de salir a vender libros chilenos al exterior, lo mejor era empezar por casa y que la verdadera torta está en nuestras narices, en un mercado integrado por más del 85 de la población que vive en ciudades y cuyas edades van desde los 25 hasta los 54 años.
Entonces pensé en la figura de José Vasconcelos, el ministro de educación mexicano que invitó a Gabriela Mistral a comienzos de la década de 1920, cuando ella vivía una tensa relación con el magisterio de la época, para que se fuera mejor a México, a fundar escuelas, que allá la entenderían mejor… Los resultados están a la vista.
A ver si escuchamos a esta mexicana que nos vino a hablar del trabajo que nos queda por hacer en casa y del desafío de trabajar de manera colaborativa y profesional con nuestros propios compatriotas primero, que eso será la mejor carta de presentación.