La cultura también es un derecho

  • 12-10-2017

La palabra cultura, acción de cultivar, en su raíz etimológica, ha sido diversamente abordada. Desde una perspectiva amplia, involucra aquellas producciones simbólicas que manifiestan expresiones identitarias de personas, colectividades, grupos y comunidades.

En su libro Cultura e imperialismo, Edward Said escribe:

“… la cultura es una especie de teatro en el cual se enfrentan distintas causas políticas e ideológicas. Lejos de constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico campo de batalla en el que las causas se expongan a la luz del día y entren en liza unas con otras (Said, 1996:14)[1].

Así, la diversidad, la diferencia, es esencial a la cultura. Como ocurre en la construcción y convivencia de las identidades, la cultura también entraña el conflicto. Y, yendo un poco más allá, no es posible disociar las causas políticas e ideológicas de las expresiones culturales.

A ello se suma una pretendida pureza de las culturas, a lo que Said responde:

“…la historia de la cultura no es otra que la historia de préstamos culturales. Las culturas no son impermeables; así como la ciencia occidental tomó cosas de los árabes, ellos las tomaron de los indios y los griegos. La cultura no es nunca cuestión de propiedad, de tomar y prestar con garantías y avales, sino más bien de apropiaciones, experiencias comunes, e interdependencias de toda clase entre diferentes culturas” (1993:337). Esta mirada trasciende los límites de la propiedad privada y, a la vez, de las identidades culturales particulares, abordando su interrelación.

Néstor García Canclini, por su parte, señala que la cultura es una “producción de fenómenos que contribuyen mediante la representación o reelaboración simbólica de las estructuras materiales, a reproducir o transformar el sistema social”. De igual modo, afirma que  “pese al predominio capitalista, la complejidad de la interacción entre sistemas culturales no puede ser reducida a una penetración unidireccional, a la mera destrucción de las culturas es autóctonas” (Cultura y Sociedad. Una introducción). En este sentido, resulta interesante aplicar los conceptos de lo emergente, dominante y residual, desarrollados por Raymond Williams, para entender la convivencia de los fenómenos propios de la cultura sin soslayar su vínculo con la ideología y los conflictos de poder.

Bajo un enfoque de derechos, podemos afirmar que el sistema internacional de derechos humanos garantiza el derecho a la cultura. Entre ellos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, en su Artículo 15, reconoce el derecho a toda persona a participar en la vida cultural, debiendo el Estado asegurar el pleno ejercicio de este derecho, mediante la toma de acciones necesarias para “la conservación, el desarrollo y la difusión de la ciencia y de la cultura”.

Igualmente, la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, de Unesco, destaca “la pluralidad de las identidades que caracterizan a los grupos y las sociedades que componen la humanidad. Fuente de intercambios, de innovación y de creatividad, la diversidad cultural es tan necesaria para el género humano como la diversidad biológica para los organismos vivos. En este sentido, constituye el patrimonio común de la humanidad y debe ser reconocida y consolidada en beneficio de las generaciones presentes y futuras”. Los derechos culturales son patrimonio y fuente de desarrollo, pero también son vistos como parte integrante de los derechos humanos, “que son universales, indisociables e interdependientes. El desarrollo de una diversidad creativa exige la plena realización de los derechos culturales, tal como lo define el Artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos”.  A estos instrumentos, sumamos la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, también de Unesco, y la Declaración de Friburgo, a la que el Estado de Chile no ha suscrito. En esta última, se definen los conceptos de “cultura”, “identidad cultural” y “comunidad cultural” apelando a los valores, creencias, saberes, idiomas, modos de vida, tradiciones y artes como expresiones esenciales de lo humano; de los sentidos que otorga a su existencia. Asimismo, insta al respeto de la identidad y patrimonio cultural de los individuos y  colectividades.

Los trabajadores de la cultura y las artes en Chile también se organizan, exigiendo que el derecho a la cultura sea integrado en una nueva Constitución, además de aumentar el gasto en esta área, tal como lo recomiendan los organismos internacionales competentes a los que nuestro país suscribe.

[1] Said, E. [1993] 1996. Cultura e imperialismo, Barcelona: Anagrama

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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