“Jesús”: La masculinidad dolorosa

Una de las cosas más potentes de Jesús es su retrato de ciertas masculinidades nacionales. La exposición de estas maneras de construirse y habitar tan diametralmente opuestas obliga a repensar la manera en que estamos entendiendo que significa ser hombre en el Chile de hoy. Un relato naturalista y eficiente permite que la película de Guzzoni resulta inquietante por la claridad con la que gráfica las soledades y precariedades emotivas de ciertos sujetos que como sociedad estamos produciendo y cuyos dolores están mucho más cerca de lo que queremos aceptar.

Una de las cosas más potentes de Jesús es su retrato de ciertas masculinidades nacionales. La exposición de estas maneras de construirse y habitar tan diametralmente opuestas obliga a repensar la manera en que estamos entendiendo que significa ser hombre en el Chile de hoy. Un relato naturalista y eficiente permite que la película de Guzzoni resulta inquietante por la claridad con la que gráfica las soledades y precariedades emotivas de ciertos sujetos que como sociedad estamos produciendo y cuyos dolores están mucho más cerca de lo que queremos aceptar.

Si con Carne de Perro Fernando Guzzoni había demostrado su habilidad para adentrarse en las complejidades de un alma humana torturada, con su segundo largometraje Jesús confirma su capacidad para retratar la soledad y miseria que define a dos generaciones de chilenos. El motor de esta película es a relación entre un adolescente y su padre, una relación distanciada y difícil que se define por la incomunicación y la extrañeza.

Alejandro Goic -quien brillantemente protagonizó Carne de Perro– interpreta ahora a Héctor, un viudo esforzado y riguroso que trabaja lejos de casa. Su hijo, Jesús, es un chico de 18 años que ni trabaja, ni estudia y que pasa sus días bailando K-Pop con sus amigos, mata el tiempo drogándose y buscando sexo callejero. Estos dos varones tienen valores diametralmente opuestos y su manera de entender el mundo y su lugar en él son radicalmente distintas, de allí que el poco tiempo que pasan juntos esté mayormente definido por lo no dicho.

La película parte de manera potente, desde el escenario vemos un grupo de jóvenes cantar y bailar una pegajosa canción de pop oriental. Al rato vamos descubriendo que se trata de una competencia de K-Pop del que son parte el protagonista y sus amigos. Desde este inicio lleno de energía la narración se va moviendo hacia la inercia en la que vive este grupo de adolescentes. Sin hacer juicios morales sobre su accionar ni tampoco idealizando su ociosidad, la película nos muestra como pasan sus días en la calle buscando en que entretenerse o viendo material en Internet de impresionantes niveles de horror. Se trata de un grupo desideologizado, sin metas personales más allá del disfrute del momento, desprejuiciados en su estética y personalidad que tampoco tienen límites respecto a su accionar, por lo que pueden pasar rápidamente de la pasividad a la violencia. La cámara de Guzzoni se mueve con habilidad entre estos cuerpos juveniles, entre su vacío y su hedonismo, permitiéndole al espectador adentrarse en un mundo en donde el placer es pura superficie que cubre precariamente la soledad de los personajes.

Hacia la segunda parte de la película el tono cambia. Mientras carretean en una plaza, Jesús y sus amigos comienzan a abusar de un chico que está aún más intoxicado que ellos, terminan dándole una paliza y dejándolo inconsciente. Esta situación se transformará en un hecho policial que desatará los temores del protagonista y pondrá a prueba todas sus relaciones. La figura paterna emerge entonces como un lugar de protección ante la amenaza de sus antiguos amigos y la posibilidad de ser inculpado del crimen, y así la película adquiere hacia el final una intensidad que deja al espectador conmovido y conmocionado.

Una de las cosas más potentes de Jesús es su retrato de ciertas masculinidades nacionales. La exposición de estas maneras de construirse y habitar tan diametralmente opuestas obliga a repensar la manera en que estamos entendiendo que significa ser hombre en el Chile de hoy. Un relato naturalista y eficiente permite que la película de Guzzoni resulta inquietante por la claridad con la que gráfica las soledades y precariedades emotivas de ciertos sujetos que como sociedad estamos produciendo y cuyos dolores están mucho más cerca de lo que queremos aceptar.





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