Italia en FILSA: Un difícil honor

  • 08-11-2017

Pocas veces se ha sentido de manera tan vívida la presencia del país invitado de honor en la Feria Internacional del Santiago, como en esta oportunidad con Italia. La figura de un país como protagonista muchas veces pasa inadvertida y no deja de ser un dolor de cabeza para los organizadores, ya que requiere de cierto compromiso que no siempre una embajada está disponible a enfrentar. En años recientes el invitado de honor ha sido el autor y en otra oportunidad lo fue el escritor, lo que resulta bastante burdo para una feria del libro, pero constata que invitar a un país no es una empresa fácil y son pocos los disponibles. No solo por los gastos que implica hacer un pabellón, los costos de pasajes y estadías de los autores, sino que por el gran trabajo que significa enfrentar a una Feria difícil como la de Santiago. Para quienes navegan en las principales ferias del mundo editorial, la FILSA prácticamente no existe en el mapa, ya que se ubica en el calendario entre las más grandes del mundo, Frankfurt y Guadalajara, y otras menores pero más atractivas, como Oaxaca, en México. Siempre se ha especulado sobre la posibilidad de agendarla antes o después de Buenos Aires, la más antigua, prolongada y multitudinaria del continente, que atrae siempre a destacadísimas figuras de la escena literaria internacional. Pero todo se enreda porque están las ferias europeas, latinoamericanas, etc. Luego que nuestra FILSA por más longeva que sea, 37 años no es poco, no ha logrado convertirse en una cita que remezca al mundo editorial: nuestro mercado es pequeño y atomizado. Malos lectores y una industria desunida con cuatro gremios que no han aprendido a trabajar de manera colaborativa… en fin, más otros factores que no analizaremos acá, a la FILSA le cuesta que un país extranjero se comprometa y apueste por ella.

Italia ha demostrado que no se trata de gastarse todo el dinero y los esfuerzos en traer a los autores superventas sino que en un trabajo de más largo aliento y que incluya a todo el ecosistema del libro. Se la jugaron, por ejemplo, por autoras como Simonetta Agnello y Michela Murgia, que a último minuto no llegó por problemas personales, pero lo interesante es que viene desde hace meses dictando un curso de Escrituras Femeninas en el Instituto Italiano de Cultura junto a la Universidad de Santiago. De modo que, fidelizaron a una audiencia los meses previos a la FILSA y la premiaron con un grand finale. El programa cultural que ofrece Italia bajo el hashtag #vivereallaitaliana, (vívelo a la italiana) con lecturas dramatizadas, arias de ópera en medio de la Feria, clases gratuitas de italiano, una librería de excepción con una oferta inencontrable en el mercado librero nacional y mesas de conversación en su propio stand representan una clase magistral de lo que implica el honor de ser el país invitado, más que el país invitado de honor. Asimismo, la delegación italiana estuvo comprendida por figuras que podrían pasar inadvertidas para el público en general, como la de Mónica Garuti, gerente de la Feria del Libro de Bolonia, la más importante del mundo infantil y juvenil. Una presencia que se relaciona con lo que está pasando con nuestra propia industria, cuando el libro dedicado a niños y jóvenes es el que más proyección tiene hoy, con ilustradores y autores chilenos que ya gozan de prestigio internacional. Un nutrido programa y destacados invitados de los que poco se sabe en los escasos medios culturales chilenos o, mejor dicho, en los escasos espacios culturales de nuestros escasos medios.

No la tienen fácil Perú, cuando la vara ha quedado alta con la presencia italiana pero sobre todo, por la paradoja que significa que autores de países hermanos sean tan desconocidos respectivamente. La presentación de Irma del Águila de su libro Mínima señal (FCE) demostró que hay trabajo por hacer. Una autora que gozó de un público mezquino en número y que no se condice con la calidad de su obra.

Pero ciertamente que no es solo tarea de los extranjeros sino que principalmente de los locales, es decir, de todo el ecosistema del libro, no solo de la Cámara, para aspirar a un trabajo colaborativo y planificado con antelación. El Estado a través de su órganos culturales, particularmente, el Ministerio de las Culturas debiera lucirse demostrando que el aporte de dineros públicos se invierte con mirada de futuro. No se trata de hacer solo un programa atractivo. Lo que falta es crear audiencias y sobre todo, comunicar lo que allí sucede, otro de los puntos débiles de una Feria que no logra entusiasmar a una ciudad con su oferta cultural. Provocar lo que se ve en Guadalajara, por ejemplo, como es el peregrinar de los tapatíos hacia la FIL, como se les llama a los oriundos de Guadalajara, pero también a lectores de otras ciudades que se preparan todo el año para visitarla, con testimonios que llegan a emocionar hasta las lágrimas, sobre el esfuerzo que hacen para no perdérsela. Cuando hayamos ganado a nuestras propias audiencias, las santiaguinas y regionales, ser el país invitado de honor será un privilegio, y no una pesada carga.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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