Algún día, cuando se escriba una historia política de la esperanza y de la alegría en Chile, habrá que dedicarle un capítulo central a las brigadas muralistas surgidas en los años 60. Entre las brigadas más famosas se encuentra la Ramona Parra. Fue mucho más que un órgano de propaganda de un partido determinado. La Ramona Parra supo desarrollar una técnica y una estética reconocibles para acompañar y defender un proyecto de país. El proyecto que hoy identificamos con la figura de Salvador Allende y que no era suyo, que no era sólo suyo, que sigue teniendo el rostro de los ciudadanos anónimos que se identificaron con él.
Como es sabido, la mayoría de los murales pintados en esos años fueron tapados. Hubo, en dictadura, una política que consistió en taparlos. Hacerlos desaparecer bajo varias capas de pintura. ¿Por qué? ¿Por qué había que hacer desaparecer esos murales? Arriesgo algunas hipótesis.
Primero: porque el hecho muralista es eminentemente colectivo (y había que promover el individualismo y el “sálvese quien pueda”). Segundo: porque en ese hecho colectivo había lugar para todos, para los que desbordaban de talento y para los que no, para los que se acercaban como simple acompañantes, simpatizantes, vecinos (ahí donde había que generar una cultura del éxito, del elitismo, denigrando lo sencillo, lo popular, lo proletario). Tercero y por lo mismo: porque en esos murales quedó plasmado aquello que la dictadura iba a combatir, hombres y mujeres, proyectos e ideas, lazos, solidaridades, la voluntad de imaginar y hacer las cosas juntos, la osadía de tomar la palabra y narrar a cielo abierto la propia historia. Todo eso había que taparlo. Destruirlo. Y la propia esperanza, la alegría.
Como es sabido, también, algunos murales reaparecieron. A veces esporádicamente, otras de manera permanente. Es el caso del famoso mural que Matta pintó junto a la Ramona Parra en La Granja: “El primer gol del pueblo chileno”. Mural que fue restaurado hace unos años. Se entiende que, en este caso, el proceso de restauración fue facilitado por el gran reconocimiento con el que cuenta uno de sus autores. Sin embargo, y con todo respeto, no es Matta la figura más representativa del muralismo político en Chile, ni siquiera lo son los nombres de los muralistas que han trascendido en estos años. Junto con esos nombres, importantes todos, me inclino a pensar que el gran protagonista del muralismo político es, precisamente, el pueblo chileno. Perico de los Palotes. Don Manuel. Doña Juana. Y todo aquel que sin tener cualidades ni títulos especiales fue el motivo (la razón de ser) de esos murales y, además, en muchas ocasiones, prestó el muro, prestó la casa, ofreció su apoyo. Y, de distintas maneras, fue parte.
En Valparaíso persiste hoy un mural pintado en el año 1970. Está ubicado en la calle Argomedo, en el cerro Playa Ancha, frente al ascensor Villaseca. Como los otros, este mural también fue tapado. Pero producto de vientos y lluvias, reapareció. Lo volvieron a tapar. Volvió a reaparecer. Y ahí quedó. Porfiado. Y desde entonces ha sido cuidado por una vecina. La Sra. Judith.
Una parte del muro se derrumbó durante el último terremoto. El resto persiste pero está en peligro. En particular la parte en la que se aprecia las figuras de una familia caminando hacia una misma dirección. Más recientemente aparecieron grafitis y doña Judith tuvo ocasión de salir a defender el muro una vez más. Logró conversar con uno de los grafiteros y explicarle la importancia que tiene, la manera en que ese mural habla de la historia de un barrio, de una ciudad, de un país, de su gente. Según me han contado, el grafitero recibió el argumento y se comprometió a desandar el camino, a retirar su propia obra, a limpiar la pared. Ojalá sea cierto.
Detrás de este mural hay hoy un equipo trabajando en una propuesta de restauración. Pero lo prioritario es salvar el muro. Tan simple como eso. Si el muro se cae, no hay nada que restaurar ni historia que contar.
Invito a los lectores a tomar conocimiento de este proyecto visitando la página internet que se ha creado con el fin de difundirlo (www.muralargomedo.cl). También los invito a ver un documental de quince minutos realizado por UPLA TV (“El Mural de Argomedo”) que da cuenta de su historia y de la relevancia que tiene el mural para los vecinos.
Me encantaría terminar esta columna con una nota poética pero sucede que para salvar un muro y restaurar un mural, además de manos sólidas para sostener la propuesta, hace falta dinero. Sería importante que las diversas autoridades que juegan un rol en el ámbito de las políticas patrimoniales pudieran interesarse. Estamos frente a un hecho relevante. Estamos hablando de un mural del año 1970: no abundan. Estamos hablando de un mural que, como dice la Sra. Judith, al igual que un fantasma, reapareció, y nos está diciendo cosas.
Dato de interés. La principal impulsora de este proyecto de salvación es una ciudadana francesa. Séverine Neveu. No hace falta ser traductor ni bilingüe para entender que el muralismo chileno trascendió las fronteras y tiene valor para los profesionales que conocen esta historia y que ven, en estas obras del pueblo, eso: obras. Ni más ni menos valiosas que las de Matta. Toutes proportions gardéees.
Sería entonces importante lograr la atención y el compromiso de autoridades. Pero también se podría pensar en constituir algún tipo de cooperativa surgida del barrio y sus alrededores (en un sentido amplio: alrededores que comprendan por ejemplo a la Argentina, pasando por Francia, en una bizarra geografía de nuestras solidaridades en tiempo presente), para que ese mural de la gente sea salvado por la gente. En todo caso, ninguna propuesta es excluyente. Lo importante es salvar el muro. La obra. Lo que implica. Lo que representa. Y ser capaces de escuchar también el mensaje de la Sra. Judith cuando, hablando del mural, dice con voz firme y dulce: “Todavía queda… como las ideas”.