Tratar de imaginar cómo suena el espacio.
Eso es lo que casi 300 personas hicieron el pasado viernes, sentadas en la sala principal del Planetario, al interior de la Universidad de Santiago. Fue el tercero de los tres conciertos que se hicieron en ese lugar para celebrar el solsticio de Verano, como ya se había hecho antes con otros cambios de estaciones. Cada uno de esos conciertos, con entradas a doce mil pesos, se agotó.
“Creo que el público busca experiencias nuevas. Esta es una experiencia única, especialmente para alguien que no conoce el Planetario”, dice Gorgias Romero, quien junto a Carlos Abello creó la música que se escuchó en cada una de esas jornadas, inspirada por los sonidos captados por los radiotelescopios instalados en el norte de Chile.
“La música, principalmente, es ambient y electrónica. Tiene un buen componente de diseño sonoro, basado en infra y ultrafrecuencias, que es un área que me interesa mucho. Al mismo tiempo de ser contemplativa, hace poner atención al espectador a sonidos que están al límite de la escucha”, describe Romero. “Esto, junto con elementos orgánicos como el hang drum, percusiones y cantos armónicos, genera un equilibrio entre ambos lenguajes musicales”.
Claro que en un espacio como el Planetario, no solo había sonidos que escuchar, sino también imágenes que ver. Al mismo tiempo que se interpretaba la música, en las pantallas se veían imágenes captadas en el norte del país, como parte del proyecto Cielos de Chile. Así, se genera lo que Gorgias Romero llama un “ambiente inmersivo”.
Los conciertos realizados en el Planetario son la muestra más reciente de un cruce entre música y astronomía que también tiene variados antecedentes.
En 2014, por ejemplo, la banda chilena The Holydrug Couple fue parte del compilado The Space Project (Lefse Records), que también reunía a nombres como Spiritualized, Beach House, Anna Meredith, The Antlers y Blues Control. ¿Cuál era la premisa para participar? Crear una canción con sonidos que fueron “traducidos”, a partir de ondas captadas por las sondas espaciales Voyager I y Voyager II.
En Chile, otro proyecto más notorio hizo un ejercicio similar: Sonidos de Alma, con información captada por los radiotelescopios instalados en el Llano de Chajnantor, en el desierto de Atacama.
Ricardo Finger, académico del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA) de la Universidad de Chile, fue parte de esa iniciativa y recordó el proceso en el programa Semáforo: “ALMA publica sus observaciones y vimos cómo echar atrás todo el proceso de observación que hacen los súper computadores para quedarnos con la señal sola, tal y como venía del cielo. No es fácil, requiere mucha matemática y en algunos casos no es posible cien por ciento, pero haciendo supuestos razonables escribimos un algoritmo que revertía el proceso de observación y nos entregaba la señal del cielo”, explicó.
“El problema es que esa señal viene en una frecuencia que está muchísimo más alta de lo que podemos escuchar los humanos. Está en gigahertz, cuando nosotros escuchamos en kilohertz. Había que desplazar esta señal a un rango audible, pero todo eso se puede hacer en un computador y cuando terminamos, aparecieron unos sonidos súper interesantes, unas cosas bien misteriosas, dependiendo de qué estábamos observando”, agregó.
Entonces, Finger y el astrónomo Ricardo Hales armaron un banco de sonidos, disponible hasta ahora en el sitio web del proyecto, para que cualquier persona pueda crear con esos materiales, provenientes de la nebulosa de Orión.
Por otra parte, contactaron a músicos electrónicos como DJ Raff, Atom TM, Fantasna, Luciano y Fernanda Arrau, quienes crearon sus propias composiciones con los sonidos de ALMA. “Hicieron temas de todas las características, desde lo bailable a lo más melancólico. Fue una cuestión completamente inesperada”, dijo Finger.
Desde entonces, Sonidos de Alma ha sido parte del festival Sónar, se tradujo en un disco y ahora acaba de ganar el premio Avonni, que entrega la fundación Foro Innovación.
“Tal vez el principal aporte es haber mostrado una nueva forma de hacer divulgación científica – concluyó Ricardo Finger. Todos tratamos de hacer divulgación, pero los métodos son los mismos hace 50 años: escribir libros, hacer documentales. De alguna forma, esto muestra una manera nueva, que es divulgar la ciencia a través del arte, pero al mismo tiempo, haciendo arte desde la ciencia. Es juntar dos mundos y que los dos se beneficien de la interacción. Eso es súper potente, porque es acercar a la gente”.