Mariano Puga parece no caber en sí de dicha. Son las 10 de la mañana en la Villa Francia y el cura no se para de mover. Acomoda las sillas y ubica los maceteros que, con cardenales en sus tierras, decoran la esquina de Yelcho con 5 de abril, en Estación Central.
Por primera vez la liturgia del padre se traslada afuera de su capilla, literalmente a la esquina. La bulla de las micros y el deambular de los perros callejeros solo lo hacen sentir más cómodo. El nuevo escenario destinado a la homilía tiene un telón de fondo que asoma como el principal motivo del cambio de espacio. De fondo, a espaldas de Puga y de frente a los fieles que poco a poco van llenando las sillas, se levanta radiante un mural gigante. En él, el papa Francisco sostiene con un dedo una paloma blanca y, sobre su cabeza, se alcanza a leer “Bienvenido Francisco, Papa del pueblo”. Le siguen una serie de leyendas con frases que el Sumo Pontífice ha declarado desde el comienzo de su papado y que lo han ayudado a proyectar esa imagen de iglesia por y para los pobres. Mariano Puga cree que Francisco ha sabido entender aquella frase que señala que “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos”.
Antes de que empiece la misa se sienta a conversar. No alcanzo a pronunciar la primera palabra cuando ya se paró para acomodar un par de maceteros que, parece, molestaban su vista.
Es difícil conversar con Mariano Puga en estas circunstancias. El hombre parece acumular el amor de una comunidad completa y a la gente le gusta hacérselo saber a través de constantes muestras de afecto. Abraza, saluda, sonríe. Recibe respeto, cariño y amor, todo el tiempo.
¿Por qué cree que el Papa viene a Chile?
Yo creo que hay una historia de la iglesia en Chile, una historia de la iglesia del cardenal Raúl Silva Henríquez, una historia de la iglesia de de la Vicaría de la Solidaridad, hay una historia de lo que es la defensa jugada por los derechos humanos. El Papa viene por un episcopado que tiene muchas diferencias con el episcopado argentino. Un episcopado que, salvo rarísimas excepciones, hizo suyo lo que Cristo le dice a los cristianos. “Todo lo que le hiciste a tu hermano, torturado, desaparecido, allanado, excluido, me lo hiciste a mí”. Esa fue la fuerza de esta iglesia de los pobres y de los derechos humanos. Es fundamentalmente por la historia de esta iglesia que el Papa viene.
¿Por qué existe esta confianza absoluta sobre que el Papa va a impulsar una reforma dentro de la iglesia que va a cambiarle la vocación a la institución?
Te voy a leer lo que está puesto ahí: Bienvenido Francisco Papa del pueblo. ¿Por qué Papa del pueblo? Porque él dice: Dios se hizo pobre en Jesús. Una iglesia pobre y para los pobres. Eso no lo ha dicho nadie en la historia de la iglesia, salvo los primeros Papas. Después dice: “la economía de mercado mata y excluye. Incluyan a los pobres, mapuches y migrantes”. ¿Quién ha dicho eso? “Salgan a las calles, hagan lío para una sociedad más justa, fraterna y compasiva”. Hay una intuición en los pobres, en los sin poder, en los que Cristo llamaba los mansos, los limpios de corazón, los hambrientos de justicia. En esas palabras del Papa están las palabras de Jesús.
¿Por qué este hombre goza de la simpatía de tanta gente?
82% de la humanidad siente empatía por él. Por eso. Estas frases están en su corazón. El Papa es un hombre que ya como arzobispo de Buenos Aires, con todas las limitaciones que puede haber tenido -que no te voy a ocultar niuna, ni siquiera la de Osorno-, es un hombre de una consecuencia… Se iba en taxi o en bus a compartir con los hermanos pobladores de las villas miserias de Buenos Aires. Cuando llegó a Roma no se fue al palacio de San Dámaso, se quedó en su pensión de tres piezas. ¿Quién hace eso? Cuando los cardenales lo convidan a celebrar su cumpleaños él dice “no, mandé a convidar a mendigos de Roma y tomaré desayuno con ellos”.
Se entienden como gestos individuales, pero ¿está liderando un cambio a nivel institucional?
En la iglesia de Cristo hay tres tendencias. Una es la conservadora, otra la reformadora y otra la liberadora, la de los pobres. Este Papa se ha saltado el proceso de la historia de los Papas y de los obispos y ha quebrado con el esquema eclesiástico piramidal y se ha puesto en sintonía con las bases. Se ha puesto en sintonía con las bases excluidas, los pobres, los mapuches, los inmigrantes. Ellos, que están en las grandes revoluciones de la historia, están empezando a entender que este Papa se está dando cuente de que el liderazgo de Jesús en la humanidad no hay que preguntárselo a los poderosos. Eso hacen siempre los periodistas. Siempre le preguntan a los curas y obispos. Hay que preguntarle al pueblo.
Consecuente a lo recién señalado, Puga se para, llama a tres vecinos que se pasean por el lugar y los sienta a mi lado para que hable con ellos. Juan Pedro, Patricia y Ana María toman asiento y esperan las preguntas.
¿Qué cosas no pueden faltar en un discurso del Papa?
“Que dejemos de callarnos, que hablemos, que salgamos a la calle, que hagamos lío”, dice Juan Pedro citando parte del mural. “Y que pida perdón por lo que ha pasado en Osorno. El Papa tiene que pedir perdón por eso”, concluye convencido.
¿Qué te convence del nuevo Papa?
“Yo soy una católica de la nueva evangelización. No creo en ese Dios injusto y castigador. Creo en ese Jesús revolucionario, que vino a hacer cambios. Yo tengo mucho qué decir. Yo hago poesía”, cuenta Ana María. Antes de que le pida que me recite un poco empieza: “La Violeta hoy me inspira por su sencillez y humildad. La Violeta le cantaba a toda la humanidad. Quiero despertar consciencia y que salgan a la calle, y en la calle, yo les digo, dejaremos por testigo, todas las peticiones y que nos escuchen estos traidores”.
¿Quiénes son los traidores?
El sistema de gobierno, el sistema neoliberal, el sistema que impera en el mundo. Nos tapa la boca, nos quiere hacer desaparecer. Nos conducen donde quieren, van más adelante de nosotros, porque nosotros no nos queremos unir, nos dividimos. El sistema se encarga de eso, de segregarnos.
A las 10:30 al cura jesuita le llega la hora de calzarse la sotana y, de blanco resplandeciente, se pone también una estola llena de colores. Antes de partir la liturgia es tradición que quienes nunca han asistido se presenten. Puga ya está sentado de espalda al mural con un acordeón colgando de sus hombros. Cuando el turno de presentarse le toca a un vecino que dice venir de La Legua, Mariano Puga levanta la cabeza de forma inmediata y grita “¡La Legua presente!”.
El cura fue párroco de la población de San Joaquín y pasó episodios importantes de su vida en ese lugar, combatiendo desde ahí también la intensa represión de la dictadura militar. Hoy, en Villa Francia, el aroma no es tan distinto. No hay una cuadra en la que no se lean consignas de lucha. “Sometidos jamás, Villa Francia resiste”, “Nuestra pasión por la libertad es más fuerte que los muros de sus prisiones”, “Libertad a todos los presos políticos”, se lee solo dando una vuelta a la cuadra.
La misa parte y la ronda de peticiones de perdón es interrumpida por un niño que agarra el micrófono y cuenta que él, a veces, no se porta tan bien en el colegio. Mariano Puga rompe en risa y grita “¡Eso queremos! Que sea él quien entre con la biblia”.
La misa ocupa una dinámica particularmente coloquial, suelta, poco rígida. Después de una lectura el padre les pregunta la opinión a los feligreses, les pide que levanten la mano para comentar su frase favorita del extracto. También juega a chocar los cinco con el mismo niño de conducta regular en el colegio y promueve la libertad en un rito mundialmente conocido por su solemnidad.
La liturgia avanza y, cada cierto rato, Puga inserta frases que invocan a la memoria de un pueblo golpeado por dictaduras, corrupciones y abusos. “En esta iglesia, en tiempos de Raúl Silva Henríquez, mucha gente era profeta y denunciaba los atropellos a los derechos humanos. Hubo once curas asesinados. Ahora tenemos un gran profeta: el Papa Francisco”.
El sacerdote le tiene una fe enorme a que el papa enrumbe los destinos de la iglesia. Para él, urge que la institución retome su vocación para y por los pobres.
“¡No hay que callar! Ese es el mal de la divinidad de nuestra iglesia católica chilena, que nos quedamos callados. Si hablamos nos van a sacar la cresta, como le sacaron la cresta a miles de ciudadanos chilenos durante la dictadura. Por eso somos testigos de Cristo, lo demás es beatería”, dice sin morderse la lengua.
Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo, también oficia la misa como acompañante. En sus palabras agradece el cariño de la comunidad y el hecho de haber sido invitado a la instancia: “Les agradezco el cariño de quienes viven acá. Yo soy un cura medio cuico, que hago lo que puedo por aprender de los más pobres. Mariano también es medio cuico, perdón que lo diga”, dice entre risas. Antes de continuar el discurso, Puga lo interrumpe: “¡Más cuico que vo!”, grita desde su asiento despertando una risotada general. Walker prosigue: “Las personas que han sufrido la pobreza, si no se quedaron toda su vida victimizándose, se transformaron en profetas”.
Mientras, la misa sigue. Con tonos marcados, palabras frontales, risas, música e incluso algo de llanto. Definitivamente no responde a la estructura tradicional de una liturgia. El acordeón del padre Mariano Puga anima la velada y le da tonos de fiesta dominical a la celebración que anticipa la venida del Papa.
La misa termina sin aplausos, ni manifestaciones grandilocuentes, ni parafernalia. Lo que le preocupa al cura ahora es repartir las 18 entradas que quedan para ver a Bergoglio en el parque O’Higgins el martes en la mañana. Hay mucha gente para tan pocos tickets. Hubo personas que ni siquiera se alcanzaron a sentar. Puga no se complica y aplica su criterio: primero migrantes, luego mapuches y después enfermos. Si sobran serán repartidas “a quienes crean que tienen una razón especial por la cual ir”. El sacerdote termina con las entradas y comienza a coordinar el horario y el lugar en el que se reunirán para alcanzar a ver al Papa en su recorrido desde el aeropuerto hasta la nunciatura. Mariano Puga ya no quiere hablar más. A pesar de irradiar energía, el cura ya no tiene ganas de contestar más preguntas.