Comentario de cine:
La segunda película de Juan Pablo Ternicier (“03:34: terremoto en Chile”), “Sapo” propone un retrato de un periodista de televisión a fines de los setenta y principios de los ochenta, que se dedicó a encubrir los crímenes del régimen al mismo tiempo que delataba a compañeros de labores. El protagonista de la película podría ser uno, o varios, de los muchos comunicadores que colaboraron con la dictadura creando noticias falsas, encubriendo los asesinatos y desapariciones y ayudando a encarcelar a algunos de sus colegas.
La cinta fue la ganadora de la Competencia de Cine Chileno en el pasado SANFIC y posee en su elenco a Fernando Gómez-Rovira, Loreto Aravena, Mario Horton, Ingrid Isensee, Eduardo Paxeco, Víctor Montero y Alejandro Trejo, entre otros.
La mayor virtud de esta película es su notable creación de atmósferas. La puesta en escena nos instala en un Santiago, desde fines de los setenta a mediados de los ochentas, gris e inquietante, con una muy eficiente reconstrucción de época y un cuidado trabajo de fotografía que le entregan a las imágenes texturas que sirven a la narración, instalando a los personajes en espacios que –más allá de lo que esté sucediendo específicamente en esa escena- resultan siempre hostiles. Además el trabajo de fotografía, sonido y montaje permite al espectador adentrarse en la confusa y contradictoria interioridad del personaje generando una constante sensación de incomodidad.
La propuesta del filme escapa de la narrativa clásica cronológica y va entregando al espectador los hechos dando saltos en el tiempo desde el presente de la ficción –la noche en que está a punto de nacer el hijo del protagonista, siendo él ya es un reconocido periodista televisivo con firmes lazos con los militares – hasta el inicio de su carrera televisiva, varios años antes. Esta estructura del relato, aunque atractiva, desafía la atención del espectador, quien puede tener problemas para situar el orden de los hechos y comprender las causas de aquello que ve en pantalla.
“Sapo” genera un retrato complejo de su protagonista. Quizá a propósito, la narración no le entrega al espectador demasiados datos respecto a su pasado. Lo que vemos es un hombre inicialmente tímido y nervioso que, aun así, va haciendo carrera en televisión y consigue conquistar a una de las chicas más bonitas del trabajo. Vemos los resultados de su colaboración con la dictadura, pero tampoco queda muy claro cómo fue que se generó esa relación. Existen un par de escenas que podrían servir de pistas, pero la ambigüedad de ellas complica la lectura de las razones y emociones del personaje.
Aunque se ha generado el lugar común de que el cine chileno ha hablado demasiado de la dictadura, la verdad es que en ficción son menos de una docena de películas, en tres décadas, las que de manera directa se han atrevido a instalar su narración en esa época, aportado con nuevas miradas a esos años oscuros y complejos de nuestra historia. “Sapo” invita al espectador a adentrarse en ese momento específico y a reflexionar sobre la fragilidad de aquellos hombres y mujeres que desde su espacio de poder permitieron que tantos horrores se produjeran y ocultaran. Probablemente sea ese ejercicio de visibilización de la pequeñez y, al mismo tiempo, poderosa influencia de este personaje y su contexto, el mayor aporte de esta película.