“Conocí a mi abuela en Santiago en el año 1999, cuando tenía más de 20 años. Siempre me hablaron de ella, aunque no sabía mucho de mis raíces. Fue algo muy fuerte e intenso. En ese tiempo yo escribía mucho, entonces me pidió que escribiera sus memorias, su vida”, comentó Cristina Zárraga para explicar el modo en el que surgió su último libro, titulado Cristina Calderón. Memorias de mi abuela Yagan y publicado en marzo del año pasado.
“Le dije que sí. Pasaron meses y finalmente decidí ir a vivir con ella. Yo estaba trabajando, pero dejé todo y me fui a conocer el lugar de donde venía mi gente. Obtuve una beca como escritora y saqué un primer libro de cuentos y después otro de medicina yagán. Mientras estaba con mi abuela, intenté aprender y absorber todo lo que me decía. Así es como se transmitía antiguamente el conocimiento, desde lo oral. Yo intento lo mismo ahora con mi familia”.
Cristina Zárraga nació en Concepción, su padre es marino y se fue muy joven de la isla donde vivía con su madre. “La historia de mi abuela la conocí recién cuando empecé a vivir con ella. Fueron más de diez años, tiempo en el que grabé y escribí cada cosa que me decía. Junté mucho material, pero tardé bastante en hacer el libro de sus memorias.”
Hace seis años que Cristina se radicó en Alemania, donde terminó de escribir la vida de su abuela. Dijo que valora los avances respecto de la cultura de su pueblo que hay en Villa Ukika, localidad cercana a Puerto Williams en la que vive su familia.
“Yo nunca espero mucho del país, porque creo que las iniciativas deben venir de los propios pueblos. Lo más importante es que en nuestras familias, es decir, en los yaganes, sane la herida que todos los indígenas tenemos. Si eso ocurre podremos valorar nuestra cultura y desde ahí hacerla renacer en nosotros mismos. Creo que eso es posible y cuando parte así funciona. Si esperas que las ideas lleguen desde afuera el resultado no será bueno. Desde pequeñas mis hijas saben de dónde vienen, quién soy yo y quienes son ellas, conocen su cultura y le tienen mucho cariño, ellas poseen una conciencia natural. También veo un avance en mi familia, allá en Ukika están haciendo cosas, trabajando y reivindicando la cultura. Eso me alegra y me da un impulso para terminar los trabajos que tengo pendiente. El objetivo de todo lo que yo he hecho siempre ha sido que quede en nuestras familias, sobre todo en los niños y en las nuevas generaciones”.
“Mi abuela no es la última yagán”
El texto es una biografía de Cristina Calderón, partiendo con su nacimiento en una comunidad donde la cultura yagán se estaba perdiendo. Entre los relatos que destaca la autora, se refirió al recuerdo de su abuela cuando presenció una de las últimas ceremonias que realizó este pueblo, que posteriormente fue suspendida y prohibida.
“Los padres de mi abuela fueron los últimos que participaron en una ceremonia chiejaus. Ahí ella recuerda cómo esta práctica, que era muy importante para nuestra cultura, fue suspendida. En el libro uno puede entender la actualidad de los yaganes, cómo le cortaron su espiritualidad, algo fundamental para un pueblo indígena. Terminaron con sus costumbres y sus ceremonias, les quitaron la libertad de navegar y de vivir donde ellos siempre lo hicieron. Mi abuela cuenta cómo reclamó sus tierras, algo que mi bisabuelo comenzó a hacer desde 1920. Desde ese tiempo hasta ahora no mucho ha cambiado. Los terrenos siguen siendo un problema, las familias crecen y los yaganes también, pero cada vez tenemos menos”.
La investigadora comenta que el libro también refleja el conocimiento de Cristina Calderón. “La historia es muy bonita, porque es el relato que una abuela le hace a su nieta. Siempre trato que sea su voz la que sobresalga, que sea ella quien hable y cuente la historia, yo solo voy guiando”.
Cristina Calderón fue reconocida como un Tesoro Humano Vivo por el Consejo de la Cultura y las Artes y hoy es la última persona que domina la lengua del pueblo yagan. Sin embargo, la escritora enfatiza en que no es la última descendiente de esta cultura.
“La comunidad yagan es un grupo de familias y somos varios los nietos de mi abuela que tenemos hijos. A nuestros ancianos siempre les dicen que son los ‘últimos’ y nunca es así. Yo quiero terminar con ese eslogan”.