Albaceas literarios

  • 09-02-2018

Acostumbrado a los golpes de efecto y a dejar a medio mundo patidifuso con sus salidas, el antipoeta Nicanor Parra no deja de sorprender a escasas semanas de haber muerto. Sus extraordinarios genio e ingenio, lo sitúan entre los más alto de la literatura en habla castellana; como hermano de Violeta Parra, tío y abuelo de artistas y una admirable longevidad lo marcan como un hombre excepcional, casi literario, como “El hombre imaginario” de su poema. Tuvo el tiempo hasta para dejar un manual funerario, llamado “Últimas instrucciones”, en el que de manera expresa señala lo que sí y lo que no, para cuando hubiera muerto: “Éstos no son coqueteos imbéciles/ háganme el favor de Velarme Como Es Debido / dáse por entendido Que en la reina/ al aire libre -detrás del garage / bajo techo no andan los velorios // Cuidadito CON velarme/ en el salón De honor De la universidad / o en la Caza del Ezcritor / de esto no cabe la menor duda / malditos sean si me velan ahí / mucho cuidado con velarme ahí / Ahora bien -ahora mal- ahora / vélenme con los siguientes objetos:/ un par de zapatos de fútbol / una bacinica floreada / mis gafas negras para manejar / un ejemplar de la Sagrada Biblia…”, aunque en la Catedral de Santiago, donde se desarrolló el velorio, no se vieron los zapatos de fútbol sí se vio la colcha que envolvía el ataúd, hecha por su madre Clarisa Sandoval. Y así como el Premio Cervantes tuvo la precaución de dejar reglas para los oficios también las dejó para sus bienes, a través de un testamento firmado hace escasos meses, a un día de cumplir sus 103 años, en una notaría de San Antonio, hasta donde llegó acompañado de los testigos pertinentes para darle validez legal al documento que hoy levanta demasiado polvo para el dolor que ocasiona la muerte.

Como Nicanor Parra todo lo escribía, debió haber dejado un poema en el que explicitara su decisión de nombrar a su hija Colombina, como albacea testamentario y además, heredera del casi 60 por ciento de su posesiones. Quizás allí, en medio de antipoéticos versos, incluso con sumas y restas, como lo hacía el también matemático antipoeta, habría explicado con mayor claridad las razones, por dolorosas que fueran, que lo llevaban a infligir el sufrimiento que significa favorecer de manera tan radical a una de sus hijas en detrimento de sus otros cinco vástagos. Argumentos que permiten a la razón la oportunidad de calmar parcialmente al corazón. Lo cierto, es que Nicanor Parra optó por el instrumento legal llamado testamento, y sobre éste, ya se ciernen recursos legales de parte de algunos de los hijos insatisfechos.

Como se trata de una figura cuya obra es de trascendencia mundial, el legado de Nicanor Parra importa no solo a su familia, sino que a todos los chilenos. Y es aquí donde hay que saber distinguir lo que significa un albacea, el rol que cumple y, sobre todo, la transparencia y pulcritud con que debe actuar.

La poeta y Premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral nombró como albacea a su pareja Doris Dana, quien cuidó de su legado en vida pero no decidió qué hacer con él después de ella, y dejó tamaño peso sobre los hombros de su sobrina, Doris Atkinson. Ella junto a su pareja, Susan Smith, debieron sortear un enorme obstáculo, como el que su tía impusiera un plazo fatal antes de tomar otra decisión que entregar todo el material a una de las bibliotecas más grandes e importantes del mundo, como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. La pareja viajó a Chile, de incógnito al comienzo y después de visita oficial, donde comprendieron que este legado era de Chile y no de “ellas”, como podría entenderse el testamento. Así es como, a diez años de la decisión de entregar el legado íntegro a Chile, Doris Atkinson y Susan Smith enviaron una carta a la Presidenta de la República, fechada el 4 de diciembre último, en la que le expresan “su gratitud al pueblo y al Gobierno de Chile por lo que han hecho para que el precioso legado esté abierto y disponible a tantos en todo el mundo”. Detallan en la misiva lo que han hecho personas e instituciones culturales chilenas, privadas y públicas, a través de publicaciones, traducciones, exhibiciones, programas de TV, entre otros, para divulgar la obra de Gabriela Mistral. Particularmente, a dos personas que “tendrán siempre un lugar especial en nuestros corazones: el embajador Mariano Fernández y Pedro Pablo Zegers”. Doris y Susan entendieron desde el comienzo que decidir qué hacer con la obra de una poeta chilena, pero sobre todo, universal, como Gabriela Mistral, debía radicar en su país de origen y, desde ahí ser compartida al mundo a través de la digitalización de sus escritos a través de una plataforma pública y de acceso abierto.

La obra de Nicanor Parra está afecta y lo estará por los próximos 70 años al derecho de propiedad intelectual, y es aquí donde se pueden obtener jugosos dividendos.

Es el deseo de quienes vivimos en esta patria, que la albacea Colombina Parra comprenda que este legado pueda tener un provecho no solo lucrativo. No se trata de regalar lo que legítimamente les pertenece, sino que entender que la vida los ha puesto es una posición privilegiada y, por lo mismo, de gran responsabilidad respecto de la obra de su padre. Que los trapos sucios, los laven en casa, y que en esos tira y afloja, la obra de nuestro antipoeta no se vea salpicada.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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