La pregunta de Eliana

  • 16-03-2018

Suelo volver a la pregunta de Eliana. Una pregunta sobre cómo abordar con niños temas del pasado. A veces uno sintetiza buscando mayor claridad y dice: “dictadura”. O sea, ¿cómo hablar con niños de dictadura? Pero sabemos que la palabra dictadura no se explica a sí misma, que para hablar de dictadura es necesario hablar de democracia, articular los tiempos, pasado, presente, futuro, buscar puentes. Entender también lo que no dicen las palabras “dictadura”, “democracia”. Ir más allá.

Una de las cosas que más me interesó en la pregunta de Eliana, fue que contenía otra: la pregunta de una niña, su nieta. La niña quería saber. Estaba preocupada por su propia ignorancia en relación a ese pasado (“dictadura”).

Quizás lo más difícil, cuando de niños se trata, sea esta cuestión de manejar información acorde a la edad y a las características de cada niño. No solamente la información que se brinda sino la carga emotiva que va con ella. Es fácil abrumar. Prolongar, involuntariamente, los daños que otros han vivido. Pero sucede a veces –en realidad, a menudo– que los mismos niños entreguen una clave. Así la nieta de Eliana con sus preguntas. Porque ese es un tema central. La pregunta en sí.

Sin conocer a la nieta de Eliana, puedo imaginar que hizo sus preguntas con naturalidad. Con un tono expectante y cuasi reivindicativo. Como reclamando un derecho (a conocer). Como exigiendo que los adultos cumplieran con su parte (ayudar, acompañar).

Bien. Eso que hizo esta niña –preguntar– es lo que no podían hacer los niños en dictadura. En particular, los niños que nacieron en familias compuestas por personas que, por sus ideas, acciones, decisiones, trabajos, compromisos, formas de ser, de pensar y de hacer, fueron perseguidas durante la dictadura.

Eso es también lo que salta a la vista cuando uno lee Matilde, de Carola Martínez Arroyo. Un libro reciente*, escrito por una autora chilena, residente en Argentina, y que se ubica en Chile, durante la dictadura, teniendo como protagonista a una niña que vive con su madre y su abuela, y cuyo padre ha desaparecido. Llama la atención la cuestión de las preguntas.

Las preguntas que hace la niña y que no encuentran respuestas satisfactorias. Las preguntas que la niña no hace, no se atreve a hacer, pero que viven en ella sin encontrar salida. Las preguntas que otros niños le hacen a la niña y que ella quisiera responder. No puede y miente. Inventa un relato. Casi se podría decir una “fachada”. Una realidad que se parece a lo que la niña sueña, a sus deseos, tener un padre como todo el mundo, un padre que viaja sin cesar por razones de trabajo, pero por sobre todas las cosas, un padre que vuelve, y que de cada viaje trae maravillosos regalos.

¿Qué puede preguntar un niño? ¿Qué no? ¿De qué palabras dispone? ¿Cuáles están prohibidas? Lo que ocurre con las palabras, es una entrada posible para abordar estos temas. Es también lo que distingue el hecho de vivir con miedo o no, el hecho de vivir en un mundo donde las palabras son aliadas y nos ayudan, o en un mundo donde, a cada rato, equivocar la palabra puede condenarte.

Así, Matilde se mete en problemas cuando en la escuela habla de su abuela que vive en México. La semana pasada, en Buenos Aires, mi hija habló en la escuela de su abuela que vive en Chile… La experiencia que Matilde narra fue repudiada. La experiencia que contó mi hija fue valorada. Ambas tenían que ver con “dictadura”. Se puede seguir el hilo, el cómo se pasa de una escena a otra. ¿De qué está hecho ese contraste? ¿Cuántas luchas caben ahí?

Aunque Matilde narra una infancia en dictadura, me llama la atención el hecho de que es también un libro sobre infancia y punto. Un libro que se ubica del lado de la infancia. Con una enorme empatía. Un libro que asume, retomando el bello título de Françoise Dolto, “La causa de los niños”. Quizás una de las escenas que mejor lo ilustra es aquella en que Matilde duda y no logra resolver sola si puede o no ser amiga de otra niña, quererla, porque presume que su familia es pinochetista. La abuela es tajante: puede. Un niño no tiene la culpa de nada. Un niño es un niño. ¡A jugar!

Así, Matilde es hermana de otras creaciones que, en los últimos años, han encarado el pasado desde el lugar de la infancia. El edificio de los chilenos, de Macarena Aguiló; Niños, de María José Ferrada; Un país sin nombre, de Francisca Yáñez; Un exilio para mí, de Leonor Quinteros; Infancia en dictadura, trabajo llevado a cabo por Patricia Castillo; sin olvidar la obra, más antigua, de Antonio Skármeta, La composición. Entre otras creaciones chilenas.

Nótese: no todas estas creaciones que ponen al niño en un lugar central son para niños. Algunas claramente no lo son. Otras quedan al criterio de los adultos que son los que, la mayoría de las veces, eligen.

En cambio, todas estas obras, siendo de distintos géneros, y dando cuenta de una diversidad de miradas y voces, enriquecen el fondo documental que hemos constituido, en Chile también, sobre pasado reciente y dictadura. Digo “en Chile también” porque existe la idea de que, en Chile, no. De que en Chile hay poco o nada. Entiendo cómo se gesta esa idea. La asociación que existe entre lo cruenta que ha sido la lucha por la verdad y la justicia, lo mucho que ha costado instalar públicamente algunos temas, y la supuesta penuria de materiales disponibles para pensar mejor la cosa.

Sin embargo, no hay penuria. Más bien lo contrario. La bibliografía es particularmente impresionante. Desde los primeros testimonios editados en forma de libro por la Vicaria de la Solidaridad en 1977-1978, pasando por las diversas formas que ha ido tomando la literatura testimonial, las investigaciones periodísticas, los estudios sobre víctimas, producidos por psicólogos y, de a poco la incorporación de otros temas en trabajos hechos por abogados, historiadores, antropólogos, sociólogos, politólogos, etc. Más puntualmente, y no sin dificultad, la literatura stricto sensu ha ido incorporando estas temáticas. Cada libro ha cumplido una función, en un momento dado. Sin embargo, muchos de ellos –y quizás de ahí cierta confusión– circulan con dificultad. Se desconocen.

Sea como sea, y volviendo a la pregunta de Eliana, me es grato decir que Matilde, novela que ha sido catalogada para jóvenes lectores, ofrece elementos. Elementos para seguir pensando las diversas formas de abordar el pasado. Ignoro si es un libro para su nieta, porque no conozco a la nieta. Eliana sabrá. De lo que sí estoy segura es que es un libro para Eliana y para mí. Un libro que permite a los adultos darse un tiempo para mirar la infancia de frente, considerar pequeños y grandes atropellos, y también el daño que a veces se hace, queriendo cuidar.

Desde ese punto de vista, una de las partes más impresionantes del relato es cuando se queda mudo. Igual que uno, cuando la vida nos traiciona y no se puede decir ni escribir.

 

Matilde, de Carola Martínez Arroyo, Buenos Aires, Norma, 2016. Disponible en Chile a través del portal Buscalibre.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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