“Mujer que estafó en más de 3 mil millones de pesos quedó detenida”. La noticia copaba la pauta policial de distintos medios de comunicación y subrayaba la idea de que una mujer apodada la Scarlett Johansson chilena, que se codeaba con la alta farándula y que llevaba una vida de lujos, había cometido un cúmulo de delitos financieros en contra de prácticamente todos los bancos de Chile.
Hablaban de Carolina Leiva Leiva, para mí “la Carola”, la mujer con la que había compartido en incontables ocasiones, con quien había construido un importante nivel de confianza, que me había invitado a su cumpleaños –a mí y a 25 de mis amigos-, que me había regalado dos celulares, una bicicleta y que durante un par de años visitó mi casa periódicamente. Mi casa, la misma que también ocupó dentro de los antecedentes falsos para conseguir créditos bancarios millonarios.
Este viernes 6 de abril, Carolina Leiva salió de la cárcel después de 14 meses de prisión preventiva. Cumplirá cinco años de libertad vigilada y vivirá, al menos por mientras, en la casa de su tía ubicada en Recoleta. Al día siguiente la llamo.
– ¡Hola! –contesta casi eufórica al otro lado del teléfono-. ¿Cómo estás? Yo acá, media estresada -me dice mientras al mismo tiempo veo el móvil de un matinal afuera de la casa que declaró como su residencia. – Juntémonos; te cuento todo.
“Guacha”
Carolina Leiva nunca se sintió parte de su familia. Nunca conoció a su padre y no tiene ninguna certeza sobre si lo poco que sabe de él es verídico o no; tampoco le interesa averiguarlo. Su infancia más temprana la vivió en una casa clase media de Conchalí con su mamá, dos tíos, su abuelo y su abuela, la líder del matriarcado tradicional y conservador.
– Siempre tuve la sensación de ser la nieta no querida, por ser la guacha de la familia. Mi madre fue una madre joven y ausente.
Sobre Elsa, de 21 al parirla, recayó el peso de un juicio familiar que muy pocas veces dio un espacio al cariño.
Cuando Elsa les comunicó a sus padres que tenía una nueva pareja y que se iría vivir con él y Carolina a una casa en Maipú, la idea no cayó nada bien. Después de cinco años de apoyo –físico y económico- los padres de Elsa concebían esta idea como una actitud de desconsideración. Además, el futuro padrastro de Carolina, Hernán, no despertaba mucha confianza.
La desconfianza de los abuelos no tardó en tener sus fundamentos. Hernán se convirtió en una figura paterna agresiva, machista y dictatorial. Sus palabras eran ley y el incumplimiento de las mismas era, tal cual lo hacen las dictaduras, penado con violencia. Si pasaba más de una hora entre la salida del colegio y la llegada al hogar la castigaban dejándola sin comida. Elsa, solo a veces, le dejaba un plato afuera de su pieza, ahogada en el miedo de que su pareja se enterase. Carolina, en ese entonces una niña con sobrepeso, recuerda haber abierto el refrigerador de noche en absoluto silencio para no ser descubierta. “De chica siempre fui regalona de la olla”, dice. Más de una vez recibió golpes al ser descubierta in fraganti en esa práctica. Para ir al colegio la despertaban con aplausos y zamarreos.
Cuando Carolina tenía seis años, su mamá fue hospitalizada por un aborto espontáneo. Esa noche Elsa la pasó en el hospital y ella quedó a cargo de su padrastro. Dice que fue la primera vez que la violó, una práctica que se extendió durante los siguientes dos años.
– Recuerdo que esa noche mi mamá no volvió y él me invitó a dormir en su cama. Ese día empezó y no terminó hasta, al menos, un par de años. Nunca me dijo que no contara nada. Yo sentí que tenía mucho temor de contarlo, pero él estaba muy seguro. Me desesperaba cuando estaba sola con él. Mi mamá salía y yo lo único que quería era no quedarme sola.
En 1992, cuando Carolina tenía 8 años, nació de ese matrimonio su hermano. Ahí Carolina Leiva dejó de sentirse parte de un núcleo familiar que a esas alturas ya le parecía ajeno. En la casa comenzaron a existir reglas solo para ella. Todos tenían televisor en su pieza, menos ella. Su hermano, a diferencia de ella, asistió al mejor colegio particular de Maipú. No existían restricciones horarias para él.
– Mi mamá decidió hacer una familia perfecta con mi medio hermano, su marido y ella. Yo siempre era el cacho, llegaba a incorporarme a una familia nueva. Mi hermano era parte de esa familia, pero yo no. Ellos salían de vacaciones y yo no iba; me quedaba donde una amiga y era mucho más cómodo para mí también.
En una de esas vacaciones, en séptimo básico, Carolina le contó a la madre de una amiga los episodios de violación que se habían desarrollado durante su infancia y los acosos sexuales que seguía viviendo de parte de Hernán. La mamá no tardó en contarle la verdad a Elsa, pero ella nunca lo creyó.
– Que yo le diga mamá es casi un premio.
Leiva entró a estudiar Ciencias Jurídicas, pero a los pocos meses abdicó. Partió a Temuco una noche después de haber conocido a un tipo que era de allá y que, en medio de una fiesta, le dijo que si se pasaba por La Araucanía lo llamara. Vivió con él un mes mientras trabajaba en un cyber café.
La primera vez
“Se busca fonoaudióloga para hogar de menores en Castro”, declaraba el anuncio que ese día Carolina Leiva leyó del computador que ocupaba en su lugar de trabajo. De 19 años en ese entonces, habiendo prácticamente arrancado de la casa en la que se crió, la joven capitalina miró de reojo el título universitario que aparecía en la pantalla del diseñador gráfico que se sentaba al lado suyo y le preguntó:
– ¿Puedes hacerme un título de fonoaudióloga?
Sus conocimientos en el área no iban más allá de la consciencia de que existían ciertos trastornos del lenguaje. Aun así, Carolina Leiva figuraba pocas horas después con un título profesional de la Universidad de Chile y con un pasaje a Chiloé en sus manos. “Fue la primera vez que falsifiqué un documento. Quizás era un adelanto de lo que se vendría”, dice hoy -ya libre- riéndose de la avalancha que cayó encima suyo más adelante.
A una semana de haber empezado a trabajar, Leiva reconoció la falsificación del documento ante su empleadora, la mujer que además de haberla contratado la había recibido en su hogar. Ese día la policía fue a buscarla al hogar de menores y pasó detenida la noche en un calabozo al calor de la leña de la comisaría, conversando con los carabineros y comiendo churrasca. El castigo no pasó de una cautelar, pero de todas formas tuvo que abandonar Castro y partir a Dalcahue.
En eso Carolina Leiva se queda callada mirando el televisor del servicentro en el que estamos conversando. “Descubren…”, dice en voz alta y continúa leyendo para sus adentros el texto que se expone en la pantalla. “Uf, ¡qué miedo! Pensé que era yo otra vez”, dice aliviada al darse cuenta de que la noticia del matinal no se trata de ella. Durante los dos días previos a nuestra conversación ha tenido un móvil de prensa apostado a las afueras de la casa de su tía, la residencia que declaró como su domicilio y de la que escapó este viernes -luego de diálogos incendiarios- sin dejar indicio de su futuro paradero.
Bellas Artes
Ya en la capital se la pasó de un trabajo a otro, haciendo carrera como vendedora. Su último trabajo lo tuvo a los 25, como asistente comercial de una empresa que comercializaba acero quirúrgico con oficinas en Bellas Artes. En un café del mismo barrio conoció a Carlos, el padre de Sofía, su única hija y a quien no ve desde hace más de un año. La labia del biólogo marino coincidió con las intensas ganas que tenía Leiva de abandonar por fin –y de nuevo- la casa de sus abuelos.
El cortejo no tardó en dar resultados y luego de un par de meses Carolina ya vivía, junto a Carlos, en un departamento ubicado en el mismo barrio en el que trabajaba.
Continuando con la tendencia, Carlos no tardó en dar cuenta de actitudes de machismo y, con ellas, violencia y agresividad. “Un sábado de marzo iba a salir con Felipe, mi mejor amigo desde primero básico. Carlos me llamó desesperado, exigiéndome que volviera, que si no tiraría todas mis cosas por la ventana”.
Carolina Leiva esa noche no durmió en el departamento de Bellas Artes planeando su partida definitiva del hogar. Cuando al día siguiente llegó a recoger sus pertenencias se sintió mal. Mareada y con vómitos mandó a pedir a una farmacia un test de embarazo que, a la postre, daría positivo.
Leiva no recuerda una ecografía con su pareja. Dice que cuando le contó quedó paralizado y que nunca logró asumir realmente la responsabilidad que implicaba criar una hija. Ella eligió el nombre y se encargó de decorar la pieza, escoger sus colores y comprar todo para la bienvenida de Sofía, la criatura que sin tener idea estiraba una relación tortuosa y nociva. El 9 de diciembre, tres meses después del parto, Carolina y Carlos tuvieron su última gran pelea.
– A este tipo le molestaba que la Sofi llorara en la noche. Ese día recibimos a mi mamá y ella me dice “qué le pasa a este gallo que está más loco que nunca”. Él siempre fue verborreico, ansioso, impulsivo. Me dijo “este huevón te pega” y ahí se lo confesé. Se fue mi mamá y no me acuerdo por qué comenzó una discusión, por una tontera. Yo tenía a la Sofía en brazos. En el forcejeo se cayó la Sofia al suelo, gracias a Dios encima de un cojín. Nunca en mi vida le había pegado a alguien.
El inmediato llanto de la guagua alcanzó a tranquilizar algo a Carolina, pero no lo suficiente. Sin pensarlo mucho agarró la lámpara de pie que se ubicaba en el living y embistió en contra de su pareja. Ese fue el fin de esa relación.
A Leiva la recibió nuevamente su mamá y su padrastro en uno de los únicos actos de contención que recuerda por parte de esa pareja. Poco antes de terminar 2009, tomó la decisión de someterse a una operación de bypass gástrico en el Hospital Clínico de la Universidad Católica. Ahí, en su cama y gracias a la foto de Sofía que tenía en su velador, conoció al traumatólogo Jorge Valenzuela Pando, su futuro esposo y cómplice de delitos.
Mi primer millón
Jorge Valenzuela es médico titulado de la Universidad de Carabobo, en Venezuela. Tiene dos hijos de un matrimonio anterior y, según dice Leiva, su estrategia de conquista se basó principalmente en desarrollar un fuerte lazo afectivo con Sofía. Después de tres citas la invitó un fin de semana a Bahía Pelícanos con su hija y los dos de él. A la vuelta llovía y Valenzuela le ofreció quedarse en su departamento de Las Condes. De ahí nunca más se movió.
Leiva se ganó rápido la enemistad de las hermanas del médico. Le había mentido a Valenzuela sobre dónde vivía “por fines prácticos y porque no quería que supiera que vivía en Maipú”. También le mintió, “por vergüenza”, sobre la historia del padre de su hija. Todas esas mentiras después se destaparon, y las hermanas de Jorge le hicieron la cruz. Un año después, en octubre de 2010 y luego de haberlo organizado todo ella, Carolina Leiva -ya empezando a familiarizarse con las grandes sumas de dinero gracias a los ingresos del médico- contrajo matrimonio y lo celebró en el Hotel Sheraton de Santiago. Asistieron unos 150 invitados, ninguno amigo de Jorge. Solo fue una de sus cuatro hermanas.
Leiva gastó ocho millones en el arriendo de los salones, cinco millones más para que en su fiesta tocara la Sonora Tommy Rey y algunos millones más hospedando en el hotel a quienes tuvieran problemas para volver a su hogar: algunos amigos, familiares y su nana. También contrató una maquilladora que la acompañara a ella y sus amigas durante toda la noche. Mandó a hacer un vestido color marfil para ella y uno del mismo diseñador para su hija de dos años. Jorge, financista del evento, nunca puso un pero. Al día siguiente partieron por diez días a un all inclusive de Punta Cana. Leiva empezaba a hacerse amiga del dinero.
Sin ganas de seguir viviendo en el mismo departamento en donde lo había hecho Jorge con su ex mujer, Carolina inició las gestiones para la adquisición de un nuevo departamento. Cuando fue a solicitar un crédito hipotecario al BBVA supo del convenio que este banco tenía con el Colegio Médico.
– Solo por pisar el banco, por estar casada con Jorge, tenía 50 palos de crédito personal. Y con 50 palos en la cuenta qué me han dicho. Ahí comenzó la administración de Carolina Leiva.
Carolina Leiva y yo
A Carolina Leiva yo la conocí a comienzo de 2013. Luego de haber desarrollado una repentina pero intensa amistad con mi madre, visitó mi casa para comprarle anillos y collares, el motivo por el que se habían conocido. No tardó en convertirse en una visita habitual en mi casa y tampoco en ganarse la confianza de los miembros de mi familia, pero conmigo generó un vínculo particular de profunda cercanía. En agosto de ese año me regaló un celular que en ese momento solo residía en los bolsillos de la vanguardia tecnológica. Dos días después lo perdí y dos días después de eso me volvió a regalar el mismo. En septiembre, para celebrar su cumpleaños, arrendó un salón en el Stadio Italiano e invitó a unas 40 personas. A mí me dejó invitar a 25 personas más, todos amigos y amigas míos que jamás la habían visto. Hubo comida para todos, dos corderos asándose en el patio, bar abierto y bufete de postres. Natalia Valdebenito hizo un monólogo y tocó Villa Cariño. Ella se cambió tres veces de tenida.
Cuando a fin de ese año me robaron la bicicleta se apuró en comprarme una nueva. Carolina Leiva, a mis ojos, era una millonaria excéntrica que rozaba la filantropía a los 30 años y cuya fortuna nunca tuve mucha intención de investigar. En ese contexto conocí también a Jorge, su esposo, un hombre parco, frío, de rostro tieso y sonrisa desaparecida. Eran contadas con una mano las ocasiones en las que figuraban juntos. El cumpleaños del Stadio Italiano fue una de ellas y su rol se acotó a llevar la torta en la tradicional ceremonia del canto cumpleañero. En esa ocasión sí esbozó una sonrisa, pero yo no la recuerdo, solo lo sé por las fotos que vi del evento hace algunos días. Lo que sí se asoma por mi memoria es el beso luego de sopladas las velas: un gesto que estuvo lejos de proyectar calidez. La relación entre ambos -lo sabría yo después- estaba entrando en estado de descomposición.
Danza de créditos
“Antes de cambiarme a la casa de Vitacura mi máxima deuda había sido de unas 50 lucas, pero después me desaté en el minuto en el que me di cuenta de que Jorge no me decía nunca nada”. Del Toyota Rav4 que le regaló Jorge pasó a un Audi que alcanzó a usar dos semanas porque no le gustó. Fue a pararse a la tienda de la BMW y se compró, con la línea de crédito, un X1 nuevo.
Carolina Leiva se volvió visita frecuente de los bancos. Pedía créditos por altísimas sumas de dinero y luego solicitaba créditos en otros para financiar las deudas que acumulaba en el banco previo. El trabajo se le hizo más fácil cuando reparó en que los papeleos los podía hacer a través de correo electrónico en línea directa con su ejecutiva bancaria. Con la ayuda de un diseñador falsificó, tal y como lo hizo esa vez en Temuco, declaraciones de patrimonio, liquidaciones del sueldo de su marido, vales vista e incluso certificaba la futura venta de propiedades que no eran suyas, entre ellas, mi casa.
– Conocía un diseñador gráfico y empecé a falsificar en base a los mismos antecedentes financieros que yo manejaba y la capacitación que tuve de una ejecutiva. Así pedí que falsificaran los documentos de las solicitudes de los bancos los enviaba por correo electrónico, nunca yo presenté un original. Imagínate que yo le hice creer a los bancos que tenía el alcance económico para un depósito a plazo por 600 palos. Compré vale vistas por $1.900 y los adulteré por 49 millones.
La dinámica rápidamente se fue convirtiendo en una costumbre y así, Carolina Leiva Leiva acumuló deudas en el Banco Chile, Itaú, Santander, BBVA, Edwards y Corpbanca.
– ¿Entendías el problema en el que te estabas metiendo?
– Nunca pensé que iba a ser tanto, pero como no había control financiero de Jorge, tampoco podía responsabilizarlo a él del salir de esto. Él no era inteligente, o sea, es inteligente -quiero creer que es una persona inteligente-, pero él no tiene capacidad de negociar. Yo sentía que me estaba metiendo en esta vorágine de solicitar créditos para poder sobrevivir. Además, yo era generosa con todo el mundo. Mucha gente vivía a cuestas mía. Vivía súper presionada; yo tenía la necesidad de salvar a mi familia de alguna u otra forma y nunca pensé que me iban a pillar, yo nunca lo pensé.
El primer documento falso, ¿cuándo fue?
Mucho antes de la investigación y fue respecto a solicitudes de crédito que Jorge realizó y que sabía que eran falsas. Fueron para obtener créditos que sí se podían pagar. Fueron realizadas por un mismo ejecutivo de banco. A diferencia de lo que yo hacía -enviar a falsificar documentos-, él mismo lo falsificó y se le pagó una comisión.
Pero la investigación comprende delitos entre 2014 y 2016…
La investigación empezó respecto de hitos de infracción a la ley de bancos entre 2014 y 2015. No se sabe que empezamos antes porque no lo declaré, pero es lógico. El persecutor que hubiese querido hacer una investigación bien hecha hubiese cachado que hay registros de deuda desde mucho antes. En 2010 una mina se endeuda por 10 millones y en 2012 aparece endeudada por 300 palos… ¿No te parece extraño? El 2014 ya tenía sociedades y 3000 palos de deudas… Todo el mundo dice que hay un perjuicio. ¿Pero dónde está la plata?
La plata no está o, por lo menos, no en Chile. Parte de ella la usó para pagar los mismos créditos y lo demás se lo gastó en zapatos, vestidos, autos, joyas, viajes, operaciones, restaurantes, celulares, bicicletas y demases. Con el Banco Internacional acumuló, entre créditos comerciales, líneas de crédito y tarjetas, una suma de 380 millones. Jorge otros 320.
En la medida en que las deudas crecían, ¿cómo evolucionaba tu relación con Jorge? ¿Estaba al tanto de todo?
Yo ya era como una empresa cuya meta era gestionar el pago de las deudas y Jorge sabía lo que estaba pasando. Una noche le dije: “huevón, no tenemos plata para llegar a fin de mes, estamos endeudados en 700 palos cada uno”. Los créditos eran de los dos. Yo después empecé a falsificar documentos como mi título de médico a los bancos. Mi apariencia social era que yo era coordinadora medica de la Clínica Alemana. En 2014 Jorge ya era un ente. No hablábamos, yo lo desconocía. Él se dedicaba a la crianza de la Sofi, vivía muy relajado. Yo me la pasaba de banco en banco.
Cuando la posibilidad de los créditos personales dejó de ser una alternativa, apareció la de las sociedades. Con Jorge habían fundado un par de sociedades a las que nunca les habían dado mucho movimiento, hasta ese día.
El Banco Internacional acusa haber otorgado créditos por $340 millones a la Sociedad Comercial Valenzuela y Leiva Ltda. y por $380 millones más a la Sociedad Servicios Médicos e Inversiones Faculty Ltda. El BancoEstado la acusó de haber presentado antecedentes falsos para conseguir tres créditos para Comercial Valenzuela y Leiva Ltda. que hasta el día de hoy se encuentran impagos. Uno por $171 millones, otro por 40 y un tercero, otorgado en junio de 2014, por $1.583 millones. Para la Sociedad de Servicios Médicos logró cinco créditos por un total de $183 millones.
Junto a Catalina González, amiga con quien fundó un centro de medicina estética del que Jorge Valenzuela era director, simuló la venta de equipos médicos por valores de $413 millones que adquirió gracias a un leasing financiado por el Banco Internacional.
En mayo de 2016 Leiva presentó en el Banco Santander supuestos poderes otorgados por Mariela Valenzuela Pando, hermana de Jorge, a Ximena Capellaro. Valiéndose de estos poderes y mediante la falsificación de su firma, Leiva abrió una cuenta corriente en dicho banco a nombre de su cuñada. Con ella solicitó diversos créditos de consumo y mediante estas maniobras logró defraudar a Mariela Valenzuela por aproximadamente $660 millones.
El fin y la nueva incertidumbre
En septiembre de 2015 y luego de una investigación, se decretó sobre Carolina Leiva la medida cautelar de arresto domiciliario. Mientras la cumplía, compró más de 2 millones en joyas con cheques de una cuenta cerrada a nombre de su marido, se hizo pasar por funcionaria de la Fiscalía, estafó en $337 mil al taxista que la llevaba a la comisaría para cumplir con su firma diaria y, por si fuera poco, ejecutó la movida que terminó con su cuñada estafada.
En marzo de 2017, ya con 34 años, Carolina Leiva cayó en las manos de la Policía de Investigaciones y se le decretó prisión preventiva mientras duraba la investigación.
– Entre tanta deuda, mentiras y delitos, ¿dormías tranquila?
– Suena paradójico, pero mi primera noche en la cárcel fue la primera vez que me sentí libre y que dormí tranquila en mucho tiempo.
Después de casi 14 meses de prisión, su defensa y la Fiscalía acordaron un juicio abreviado que terminó condenándola a cinco años de libertad vigilada intensiva, lejos de los cinco años de prisión efectiva que perseguía el Ministerio Público. El juez señaló que “no obstante la gravedad de los hechos, la penalidad resulta justificada en relación al delito atribuido y el mal patrimonial causado, esta circunstancia de reiteración no se opone a la posibilidad de una efectiva reintegración social de la acusada”.
Carolina Leiva, la “Fifi” –por su apodo en la cárcel- dio la PSU adentro del penal, ponderó 638 puntos y estudiará Derecho en la Universidad Andrés Bello, me lo cuenta cuando estamos regresando a la casa de su tía. Quedó de mandarme un par de documentos vía correo electrónico. Al día siguiente hablamos por teléfono para aclarar un par de dudas, y una hora después de cortarme me contactó su tía, la dueña de la casa que la había acogido durante sus días de libertad. Me dijo que dejara de contactar a Carolina a través de su teléfono, porque se habían peleado. Que ella se sentía atacada cada vez que le decían algo y que ellos eran una familia de bajo perfil. “Me da miedo por su madre e hija. No sé qué hacer. Se fue y será muy difícil saber dónde está. Si usted se comunica con ella dígame si está bien, por favor. Nos bloqueó. Eso solo para saber cómo está”.
Es complejo saber qué pasa por la cabeza de la “Carola” a estas alturas. ha visto a su hija un par de veces en 14 meses, tiene que terminar el papeleo para entrar a la Universidad y debe esperar la resolución de los recursos que el Ministerio Público y los otros querellantes ya anunciaron que concretarán. Razones para estar ubicable tiene de sobra, pero con Carolina Leiva nunca se sabe.