Se concretó la operación económica que se venía avistando hace algunas semanas: la gigante Bayer compró a la gigante norteamericana Monsanto. El martes pasado, para ser exactos, el Departamento de Justicia de Estados Unidos dio el vamos a esta operación que significará un desembolso de 63 mil millones de dólares, y que obligará a la empresa alemana a desprenderse de otros activos por 9.000 millones más.
Este último ítem, según agencias internacionales, incluye la venta de la división de semillas y los herbicidas Liberty, cuyo comprador es otra compañía alemana, BASF. Así, en un tiempo más, una de las marcas con peor reputación a nivel mundial dejará de existir. Esta noticia podría ser positiva, sobre todo para las organizaciones medioambientales que llevan años combatiendo los procedimientos y productos de Monsanto. Pero no hay perspectiva de un panorama mejor, pues la firma que llega a quitar ese controvertido nombre del camino tampoco puede jactarse de su fama.
Iván Santandreu, cofundador y vocero de Chile Sin Transgénicos, indicó que la desaparición de la norteamericana en manos de Bayer, “tiende a ser más de lo mismo, puesto que ambas son empresas que también tienen transgénicos. Es una profecía auto-cumplida”. En ese sentido, afirmó que la única novedad es la desaparición del nombre.
“Bayer no es ni peor ni mejor que Monsanto. Básicamente son lo mismo. Tiene peor cartel Monsanto, una historia más conocida, pero no por eso Bayer es mejor. Van a seguir con el mismo modelo de negocios, van a seguir con el herbicida Roundup; hay algunas divisiones de semillas que se vendieron a BASF, pero es el mismo tipo de pensamiento, el mismo tipo de política comercial y tecnológica”, dijo Santandreu.
Precisamente, de la transnacional estadounidense se decía que exportaba un modelo de alimentación, y la batalla en su contra comenzó en el estadio cultural y social. El activista de Chile Sin Transgénicos añadió que todavía a nivel país las expectativas son malas, ya que “falta la conciencia ciudadana, no hay agenda al respecto; el Roundup se sigue utilizando, no con su nombre, pero muchas empresas consumen el principio activo que es el glifosato”.
Antes de que se efectuara esta adquisición por parte de Bayer, Monsanto ya había empezado a desarrollar sus faenas en Paine. El pasado 2017, sin ir más lejos, la compañía recibió la aprobación del proyecto “Optimización Planta Seleccionadora de Semillas”, ubicada en la comuna, que además de implicar una inversión de 10 millones de dólares, tendrá como objetivo “dar respuesta a las futuras demandas de producción, operación y procesamiento de semillas de maíz, soya y canola, siendo esta última incluida en los procesos productivos a partir del presente instrumento”.
La nueva infraestructura ha sido rechazada por parte de algunos sectores de la comunidad. Camila Navarro, vocera del Comité por la Defensa de Paine, contó a Radio y Diario Universidad de Chile que ya desde antes del 19 de mayo –día en que se realizó la marcha anual contra los transgénicos–, una consultora que vería las comunicaciones de Bayer la había llamado para dar inicio a la recopilación de algunos antecedentes.
“Quería saber quiénes éramos, quiénes conformaban el Comité, si teníamos planificada alguna manifestación, si estamos haciendo algún trabajo con los vecinos de atrás del terreno donde compraron para expandirse, y básicamente querían toda la información de nuestros pasos a seguir, nuestros pasos de lucha, y eso nos da a entender que los pasos para expandirse siguen, ellos lo continúan promocionando hasta ahora como la planta más grande de América Latina”, dijo.
Asimismo, la vocera manifestó que como comunidad están en “alerta, en cuanto Bayer también es una trasnacional nociva, y la unión de la farmacéutica y la transgenia nos parece alarmante”.
Por último, concluyó que la lucha en contra de la multinacional continuará. “Sea cualquiera de las dos empresas. Mientras sigan queriendo usurpar nuestros territorios vamos a estar en la pelea, y esperamos ganar, como lo hicimos con CCU”, finalizó, haciendo referencia a la planta propiedad de Andrónico Luksic que terminó por moverse de lugar luego del rechazo por parte de los vecinos.