Columnistas y "columnistos"

  • 11-06-2018

 

Las mujeres tenemos una particular debilidad por el lenguaje. Las que hasta hace poquísimo tiempo apenas levantábamos la ceja cuando nos llamaban el sexo débil, hemos demostrado que nuestra verdadera debilidad es el lenguaje y las comunicaciones. No sin razón las escuelas de periodismo y las redacciones de los medios como también quienes abrumadoramente son parte de la industria editorial, son las que más demuestran su pasión por la lengua, que no sin razón se llama materna, y su potencial de transmisión. A pesar de habitar mayoritariamente el lenguaje desde las trincheras del periodismo, la literatura y el mundo editorial, las mujeres hemos estado por una serie de  razones indignantes aunque no expresadas totalmente, a la sombra de los hombres también en estos mundos de tanta exposición pública. Como una suerte de servidumbre palaciega, impecablemente vestidas y preparadas, con la sonrisa y la disposición intacta, haciendo el trabajo duro pero en silencio.

En el periodismo es más que ostensible la presencia femenina pero a pesar del número de mujeres que elaboran y firman las crónicas informativas e interpretativas para diarios, radios o televisión, a la hora de mirar los colofones son nombres de hombres los que están en los puestos directivos y de mayor responsabilidad. Y es particularmente en uno de los géneros periodísticos, el de la opinión, donde esta diferencia adquiere ribetes inaceptables. El ejercicio que realizó la ex Defensora Nacional Pública, Paula Vial Reynal, al revisar los medios impresos chilenos y constatar la ausencia de firmas femeninas fue lo que la movió a interpelar a uno de estos diarios a través de su cuenta de Twitter @PaulaVialR, bajo el llamado #masmujerescolumnistas. El guante lo tomó el tabloide y solicitó a un grupo de destacadas mujeres de diferentes ámbitos una columna sobre su mirada en los tiempos que corren. Sin entender el fondo del asunto, el diario le dio voz a estas mujeres pero no en el espacio que destina para este fin, como es la página editorial y de opinión, que hasta hoy sigue sobrepoblada de firmas masculinas.  Ahondando en la falta y a modo de “reportaje especial” y, por tanto, excepcional, las mujeres tuvieron la palabra en una “cuerpo aparte”. Es decir, literalmente, lo que hizo este medio fue señalar que las mujeres son un “cuerpo” diferente que no puede ser confundido con ese otro que opina y analiza de manera periódica el acontecer nacional e internacional. Ese cuerpo monolítico de “columnistos” que tampoco se manifestaron sobre el asunto para poner término a la actitud cómplice de firmar solo hombres sin exigir firmas mujeriles junto a las suyas.

Y si es que en el mundo del periodismo se puede evidenciar esta situación por lo expuesta que es la prensa, en el mundo editorial es tanto más palmaria como invisible. La voz se ha levantado desde España, donde un grupo de diseñadoras, traductoras, libreras, editoras, escritoras y periodistas culturales en el marco de la reciente Feria del Libro de Madrid han conformado el colectivo Las mujeres del Libro. El argumento es irrebatible: las mujeres corresponden casi al 80% de la fuerza laboral del mundo del libro, sin embargo, una vez más, no están en los puestos directivos y son víctimas de la doble precariedad, como es ser mujeres en una industria infra valorada por la economía. Las que más leen en el mundo son mujeres, sin embargo, los que escriben y ganan los premios son los hombres. Y no se trata, por favor, de erradicar la voz masculina, sino que de darle a las mujeres el espacio que les corresponde por una cuestión de justicia distributiva a la hora de fijar las novedades editoriales y también, por qué no, de premiar el talento literario que ya sabemos, no tiene género.

El mundo editorial y el del periodismo junto a la academia, por cierto, son los espacios naturales de investigación, debate y reflexión de las ideas. Y si los señores se sienten molestos por esta intromisión mujeril tan repentina, sentimos comunicarles que se tendrán que acostumbrar. Que no se trata de falta de cariño, como lo ha manifestado  el Presidente de la República a una periodista que le solicitaba saber si era o no feminista. El mismo mandatario, algo enredado en los conceptos, expresaba la legitimidad en la igualdad de derechos y obligaciones, es decir, feminismo. Pero como si de una palabra emponzoñada se tratara, no pudo finalmente, decir: Soy un Presidente feminista. Perdió la oportunidad de la misma manera en que muchos medios de comunicación la pierden cada día al darle tribuna a una abrumadora mayoría de hombres. Pero insistiremos, no se preocupen.

 

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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