Ya se sabe que el fútbol atrae atención como pocas cosas en el mundo y eso llama al poder y a sus colmillos. También que es la guerra sublimada de nuestros tiempos, uno de los pocos lugares donde el himno aún hace vibrar a los pueblos, al mismo tiempo que la camiseta se transforma en el nuevo símbolo patrio. Y es, además, una manifestación cultural de nuestro cambio y, como tal, expresa los cambios societales.
Todo esto se nota especialmente en la Copa del Mundo. Quedémonos en la final de este domingo y pongamos frente a frente, por ejemplo, dos fotos de la selección francesa: la de Michel Platini que llegó a la semifinal de 1982 y la actual. En aquel brillante equipo, además del capitán, estaban los Battiston, Rocheteau, Giresse y otros. Las caras blancas y homogéneas de la Francia de antaño. Ahora, pocos años después, los rostros de lo mejor del fútbol del país son los de M’Bappé, Umtiti, Pogba, Kanté y Matuidi.
El entrenador de los franceses, el capitán de la selección campeona mundial de 1998, Didier Deschamps, les impone a sus jugadores como norma cantar La Marsellesa. No está entre ellos Karim Benzema, estrella del Real Madrid, quien cuando era convocado guardaba silencio a la hora del himno y había afirmado hace pocos meses que “juego con los Bleus por motivos deportivos, pero mi país es Argelia”. La gran estrella francesa de todos los tiempos y compañero de Deschamps, Zinedine Zidane, también era de origen argelino y tampoco cantaba el himno. Estas actitudes han irritado a la ultraderecha del país, especialmente al Frente Nacional de Marine Le Pen, que ha sostenido la idea de “Francia para los franceses”.
La incomprensión hacia los nacidos en Argelia borra el brutal modo en que Francia ejerció, hasta hace pocas décadas, el colonialismo, idea que hoy se prolonga en su contraproducente política internacional en África y el Medio Oriente. Esta mezcla de orgullo, olvido y desprecio, que por algo van de lo mano, ha llevado a que Le Pen haya pedido en el pasado la expulsión de la selección de Zidane y Benzema. Al respecto, Noam Chomsky proponía una manera de interpretar la historia reciente: “la gran mayoría de los eventos responsables del sufrimiento de innumerables seres humanos en todo el mundo están relacionados con la avaricia, con el deseo de dirigir y controlar, provenientes casi exclusivamente del “Viejo Continente” y de sus despiadados asociados del otro lado del Atlántico. La causa podrá tener muchos nombres –colonialismo, neocolonialismo, imperialismo o avaricia corporativa-, pero el nombre no importa demasiado, lo único que importa es el sufrimiento”.
Hoy, como sea y no exenta de dificultades, Francia es diversa y el éxito de la selección tendrá consecuencias en el debate sobre los elementos constitutivos de su sociedad. El Frente Nacional ha sido en ciertos momentos eficaz en redirigir absurdamente el malestar por la crisis económica o el terrorismo hacia los inmigrantes provenientes del mundo árabe y de África Sub-sahariana, que evidentemente no tienen ninguna responsabilidad en que se haya producido. Incluso ha propuesto quitar la salud a los inmigrantes, no escolarizar a los hijos de los extranjeros y no darles ayudas sociales. Ellos son los Kanté, M’Bappé, Umtiti, Kanté, Pogba y Matuidi que están a punto de darle a Francia su segunda copa del Mundo.
Algunas horas antes de la final y del partido por el tercer puesto entre Bélgica e Inglaterra, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recorría Europa y en Inglaterra afirmó a The Sun que “lo que ha pasado en Europa es una pena. Permitir que Europa se convierta en un escenario para la inmigración es una pena”. Agregó que permitir la entrada a los países europeos de millones de personas “es muy, muy triste” y que, a falta de acciones decisivas para detener el flujo de migrantes, Europa “nunca será lo que era”. Curioso, porque en la misma entrevista recordó que él mismo es “producto de la Unión Europea”, puesto que su padre es alemán y su madre escocesa, y que siente “un profundo amor hacia los países de Europa”. Es decir, para Trump la inmigración es buena cuando es europea, pero bueno, al menos hablando de fútbol Francia no habría llegado a la final sin los inmigrantes.
El punto es que nada de lo que se haga impedirá que lleguen. Ni siquiera las acciones duras del gobierno croata encabezado por Kolinda Grabar-Kitarović, la presidenta que ha sido idealizada por los medios de comunicación debido a su carisma y que paga sus pasajes y estadía en Rusia de su bolsillo. La dirigenta también encabeza a un partido ultraconservador con el que ganó las elecciones de 2014 promoviendo un discurso xenófobo y antinmigrante. Lo que ocurrió después ha sido criticado por instituciones como Amnistía Internacional. Según su último informe, Croacia “continuó devolviendo a Serbia a las personas refugiadas y migrantes que entraban en el país de forma irregular, sin concederles acceso a un proceso de solicitud de asilo efectivo. Era habitual que en estas devoluciones realizadas por la policía, en ocasiones desde zonas del interior de Croacia, los agentes recurrieran a la coacción, la intimidación, la confiscación o destrucción de bienes privados y al uso desproporcionado de la fuerza”. En junio del año pasado, una reforma a la Ley de Extranjería prohibió la prestación de asistencia para acceder a necesidades básicas, tales como vivienda, salud, saneamiento o alimentos, a las personas extranjeras que residieran de forma irregular en Croacia, excepto en casos de emergencia médica o humanitaria o en situaciones de peligro mortal.
En el año 2016, y durante una visita a Canadá, la presidenta se hizo fotografiar con una bandera de los ustachas, organización racista y nacionalista que en distintas etapas de la Historia reciente ha sido responsable del asesinato colectivo de judíos, serbios y otros.
Con estos antecedentes y con los cánticos ustachas que se han escuchado en algunos partidos del Mundial, cabe la pregunta sobre de qué está hecho el nacionalismo de la Presidenta y de la selección croata. Política, nacionalismo, tensiones societales y fútbol, ingredientes que también estarán en la final de este domingo en Moscú.