La grave crisis política de Argentina tiene consecuencias sobre toda la región y debe ser considerada como un asunto continental, además de sus severos efectos en el propio país. La presidencia de Mauricio Macri fue considerada como un hito para empujar el cambio de ciclo en el continente y muy en especial en Sudamérica. Su llegada a la Casa Rosada fue saludada por los mercados y por los organismos internacionales, con un optimismo que se duplicó al ver la concreción del gobierno de Sebastián Piñera al otro lado de la cordillera.
En paralelo, el creciente aislamiento de Venezuela tenía que ver también con este tema. De hecho, su suspensión del Mercosur en agosto de 2017, luego de la llegada al poder de Tabaré Vázquez en Uruguay y de Michel Temer en Brasil, fue justificada por supuestos incumplimientos democráticos, pero también tenía como trasfondo no confeso despejar el último obstáculo para el giro de esa coalición hacia la Alianza del Pacífico. El TLC entre Uruguay y Chile, firmado en 2016 por el Frente Amplio uruguayo y la Nueva Mayoría de Chile, era el primer paso en esa dirección.
El nuevo cuadro recién descrito era concebido, entonces, con Uruguay y Chile como puentes, y con Argentina como capital. Dos señales poderosísimas no daban lugar a dudas: las cumbres en Buenos Aires de la Organización Mundial del Comercio, en diciembre de 2017, y del G20, en noviembre de este año, ambas inéditas en esta parte del mundo, eran la consagración mundial de los deseos de los grandes capitales del mundo para nuestra región.
La cumbre de la OMC, a fines del año pasado, tuvo dificultades inéditas que incluso molestaron a los dignatarios de esa organización. Decenas de dirigentes sociales y de ONGs, personas públicas y respetables, fueron retenidas e incluso expulsadas desde los aeropuertos del país, mientras una movilización multitudinaria demostró que parte importante de la Argentina quería una dirección distinta a la señalada por Macri y sus aliados mundiales. Uno de ellos, Sebastián Piñera, hizo un gesto recién asumido al hacer su primera gira por Argentina y Brasil y anunciar tratados de libre comercio con ambos países, mientras el TLC con Uruguay avanzaba en los respectivos parlamentos.
Hoy, sin embargo, la situación es completamente distinta. La crisis del gobierno de Macri hizo que el proyecto de TLC con Chile fuera sacado de la Tabla del Senado. Los parlamentarios de ese país consideran imposible que se pueda reponer antes del fin de la discusión del presupuesto, que sería no antes de mediados de octubre. Además, por las condiciones políticas es poco probable que se discuta de inmediato luego de ese plazo. Sin embargo, y en un asunto que nos atañe especialmente, existe la presunción de que como Chile es invitado especial a la cumbre del G20 a fines de noviembre, ambos gobiernos traten de tener el Tratado despachado para entonces. Es curioso, si esa hipótesis verosímil termina resultando cierta, que ambos gobiernos vean el tratado no solo como un asunto de interés bilateral, sino como una tarea bien hecha para que sea presentada ante los profesores del G20.
Desde aquí y hasta entonces, en todo caso, poco se podrá decir con certeza sobre el devenir de Argentina. Sí sabemos que existe una gran preocupación sobre los efectos que la cumbre puede tener en medio de un ambiente social tan convulsionado. Para el G20, sería una pésima señal verse rodeada por muchedumbres en las calles. Para el gobierno de Macri, podría tratarse de un incendio apagado por bencina. Es importante, en todo caso, que veamos todo este proceso como la huella de una disputa por el tipo de modelo socioeconómico que se quiere implementar en nuestra región, lo cual nos incluye.