“Esta no es mi voz / Esto que oyes aquí no son más que leves impulsos eléctricos”. Las dos frases que abren ¿Quién mató a Gaete? (1996), quizás el más significativo entre los nueve discos que ha grabado Mauricio Redolés (Santiago, 1953), servirían también como presentación para esta conversación.
Podría ser frustrante hablar a través de audios de Whatsapp con un conversador de excepción como el autor de Bello barrio, pero es así como responde las preguntas de Radio Universidad de Chile. Y es así, también, como se las arregla de todas formas para lucir sus dotes de narrador, de contador de historias y anécdotas.
La excusa para el diálogo es el concierto que Redolés hará este jueves en Matucana 100 (detalles al final de la nota) para celebrar la publicación en vinilo de ¿Quién mató a Gaete?, un disco popularizado por la canción homónima, que ensombrece múltiples piezas igualmente valiosas.
Ha sido el mismo Redolés quien ha contado que la canción que titula el álbum fue inspirada por Pedro Gaete, el dueño de un antiguo local de ensayo que ocupó durante un tiempo en las cercanías de la Plaza Baquedano, pero en el disco conviven otros personajes, a medio camino entre la ficción y la realidad. Álvaro Henríquez, Hernán Rojas, Ricky Durante, Humberto Lozán y su hijo Sebastián, por ejemplo, son protagonistas en algunas de las historias que aparecen a continuación.
¿Qué significa para ti que Quién mató a Gaete esté en vinilo? ¿Tienes algún cariño especial por ese formato?
Recuerdo que nos regalaron un tocadiscos cuando era muy chico, debo haber tenido 12 ó 13 años. Una tía nos regaló un tocadiscos y escuchábamos La pérgola de las flores (de Francisco Flores del Campo), “Fuiste mía un verano” de Leonardo Favio, Los Iracundos, X Vietnam de Quilapayún, la Cantata Santa María de Iquique. Esos eran mis vinilos favoritos. Posteriormente pasamos al cassette y yo soy más de cassette que de vinilo o de compact. El cassette fue mi formato favorito. Que Gaete esté en vinilo me parece formidable, se lo merece. El sonido del vinilo tiene una profundidad precisa, exacta, perfecta para escucharlo.
Álvaro Henríquez y Hernán Rojas fueron los productores del disco. ¿Qué valoras del trabajo que hizo cada uno?
Ambos pusieron lo mejor de sí para hacer un buen disco. Tengo un gran respeto y mucho agradecimiento por su trabajo. Cada uno reflejó un estilo de trabajo y una manera de ver mi música y se nota quién produjo qué cosa. También quiero destacar el trabajo de Joaquín García y Eduardo Tumayán, que fue el ingeniero de Álvaro Henríquez. Detrás de todos estuvo Joaquín García, que participó de todo el disco y trabajó en la masterización. Estoy agradecido de todos ellos, de su mirada para mejorar las canciones y darle (al disco) un sonido potente, urbano, que lo ha hecho pervivir todos estos años.
¿Qué recuerdo tienes del momento en que grabaste el disco? ¿Cómo eran esas sesiones?
Bueno, recuerdo que al comienzo empezamos con mucha tensión, no fue muy agradable, porque hubo algunas desafinaciones. Llegó el director artístico del sello, Leo García, y dijo que estaban perdiendo plata, porque Tocori (Berrú, músico de la banda de Redolés) tocaba el bajo mexicano, la bajuela, y se le desafinaba. Leo García nos puso muy nerviosos y dijo que iba a pensar si el disco se grababa o no, todo esto en el estudio. Yo me fui para la casa pensando: bueno, si no se graba, no se graba no más, ¿qué tanto? Ellos son la Sony, pero yo soy Redolés poh hueón. Cuando volví estaba el gerente general, José Antonio Eboli, gran figura, brasileño y gerente general de la Sony en aquellos años. Sin él, no se hace el disco. Me ofreció disculpas a nombre de la compañía, como le dicen ellos, y me dijo que teníamos todo el tiempo del mundo para grabar el disco, que iba a ser maravilloso.
Con ese golpe de confianza empezaron a salir los temas rápidamente y se formó una fraternidad muy grande entre todos y todas, porque también estaban Corina Pastene y Marisa Estrada, con quienes hacíamos los pequeños radioteatros. Ambas hacen también la “Chica poco comunicativa”. Las sesiones a veces eran largas y yo invité a un grupo de hiphoperos de Antofagasta que prácticamente instaló un campamento en el estudio donde grabamos, de Caco Lyon, en la calle Holanda.
A veces terminábamos demasiado tarde. La imagen más querida, la imagen más bella, la imagen más profesional que tengo, es la de mi hijo Sebastián Redolés, quien tenía siete años. Me acuerdo que se quedó dormido cuando grabamos “Fuera de tu inercia”, porque eran como las tres de la mañana. Estaba con su mochila puesta y andaba trayendo una baqueta con la que tocaba una olla que era de Caco Lyon, para hacer “¿Quién mató a Gaete?” al final. Se quedó dormido ahí mi hijo, con sus cachetes coloraditos, y cuando lo despertamos, le dijimos “hijo, ahora vamos a grabar”. Se despertó como un profesional, fue al micrófono y la cantó conmigo. Esa es la imagen más tierna, más adorable, más querible que tengo de mi hijo Sebastián Redolés grabando ese disco.
El disco intercala canciones con poemas, diálogos, llamadas telefónicas, diferentes escenas. ¿Desde el comienzo tenías clara esa estructura?
Estaba más o menos clara. Recuerdo que esto lo hablé mucho con Álvaro Henríquez. Yo tenía mis dudas y le preguntaba qué le parecía. Él me decía “dale no más, hueón, está genial, hagámoslo”. Así iban saliendo las cosas, con mucho apoyo y seguridad de Hernán Rojas y Álvaro Henríquez. No digo que no hubo algún malentendido u opiniones en que no coincidimos. Recuerdo que con Álvaro y Tumayán discutimos algunas cosas y lo hicimos con bastante energía… pero siempre logramos llegar a buen puerto y el respeto de ellos fue inmenso.
Nada de lo que había pensado quedó fuera. Hicimos un buen trabajo de preproducción y se grabó todo lo que llevé para esto de los poemas, los radioteatros y esas cosas. Solo en algún momento íbamos mezclando ideas, buscando la sonoridad exacta, “la sonrisa perfecta”, como diría Silvio Rodríguez.
¿Cuál fue la inspiración para “El espejo”? ¿Tiene relación con tu admiración por Humberto Lozán?
En “El espejo” hago un homenaje a esa música, a la (Orquesta) Huambaly y a Humberto Lozán. La canción tiene algo de una conversación que tuve con Ricky Durante, o Reverendo Dú o Ricardo Duhart (usa todos esos nombres mi amigo), en que él hablaba de los amores que eran espejos y lo doloroso que era eso, porque “no hay aire tras los espejos”.
Alguna vez me encontré aquí en Santo Domingo con Humberto Lozán, lo abracé, le dí un beso y le dije: don Humberto, tengo una deuda con usted. Mi deuda era, justamente, haberle cantado “El espejo”. No alcancé a hacerlo.
¿Es cierto que al presentar el disco leíste un discurso que incluía la frase: “Querer una sociedad mejor es querer una sociedad donde esté asegurado un derecho humano fundamental, el que todas las personas por lo menos una vez en la vida pueda grabar un disco”?
Hice un texto que publicó el diario La Nación y hablo de eso. Es un deseo que tengo para todo el mundo. Creo que todo el mundo debiera grabar alguna vez en su vida un disco, debiera ser un derecho humano fundamental. O escribir un libro, hacer un lienzo, hacer un mural o bailar un tango o hacer una película, un documental. Las expresiones creativas deberían estar abiertas a todo el mundo como un derecho humano fundamental.
Muchas veces, cuando invito a los talleres que hago, la gente dice que no hace nada, que no le interesa. Sin embargo, si escarbas un poco, te encuentras con que debajo de nuestra piel siempre hay un poeta, una cantante, un actor. En este caso lo expreso con un disco, pero ojalá todo el mundo pudiera expresarse artísticamente con alguna obra, siempre.
¿Cómo llegaste a la idea de la carátula? ¿Recuerdas dónde se hizo esa fotografía?
En diciembre del año 95 yo había visto un juguete y quería que fuera la carátula. Era un atril de micrófono, de plástico, para niños de seis o siete años, con un micrófono también de plástico, y una guitarra eléctrica de mentira, con teclas que apretabas y salía una melodía. Mi idea era ese atril, con la guitarra, con una luz cenital y una cortina entreabierta, en un escenario muy grande, como el del Teatro Novedades. Incluso había pensado la locación, pero desapareció el juguete. Nunca tuve plata para comprarlo, después lo busqué y ya no quedaban. Me pareció que era muy charcha dibujarlo o pintarlo, pero quería decir: ¿Quién mató a Gaete? Gaete ya no está, entonces la guitarra estaba colgada en el atril.
Si Gaete ya no estaba, también podía ser un micrófono sobre una silla, así que se tomó esa foto en el local del Sindicato Profesional Orquestal, que está en la Quinta Normal, al lado del Museo Ferroviario. Se hizo con un micrófono mío que todavía tengo, creo que es marca Sennheiser, comprado en Londres. La silla estaba en ese local, donde ensayábamos.
¿Quién mató a Gaete? (el disco y, sobre todo, la canción) se vincula frecuentemente con el contexto de la transición y los ‘90. ¿Cómo ves esa relación?
Alguna vez alguien dijo que La voz de los 80 de Los Prisioneros era el disco de la década de los ‘80 y que ¿Quién mató a Gaete? era el disco de los ‘90. Claro, hay un canto contra la impunidad, contra la sinvergüenzura, contra la corrupción, un canto por la memoria, que son temas que se mantienen vigentes.
Creo que se hizo en un momento en que no solamente el país necesitaba que se dijeran cosas, sino que necesitaba un poco de humor, que está expresado en temas como “Chica poco comunicativa”. O necesitaba un poco de magia, como “El monstruo”. O un poco de blues y cueca, como “Marcando ocupado”. O un poco de rabia, como “Fuera de tu inercia”. O un poco de amor, como “El espejo”. Está ese gran tema “Llegando a Yungay”, cuyo autor es Arlo Guthrie y cuyo traductor al castellano es Ricardo Duhart. La armonía original fue cambiada, muy genialmente, por Nicolás Oyola, Camilo Salinas y Álvaro Henríquez. Esa es la fiesta de Gaete.
También me acuerdo que en la elaboración del disco participó mucho una amiga que se llama Viviana Méndez y que ahora vive en París. Nos reímos mucho en la casa de Cueto, donde ella arrendaba una pieza. Nos quedábamos cantando con la guitarra y ella inventaba personajes que iban adquiriendo vida. Nos reíamos haciendo muchas citas a cosas que ocurrían. Por ejemplo, la cantante lírica que aparece en “Eh rica”, existe en realidad. O sea, aparte de Marta Leyton, que grabó en el disco, está inspirada en una vecina que nos tocaba el timbre cuando ensayábamos y entraba como cantando algún aria italiana, pero decía “no soporto máaaas” (canta muy agudo). Hay mucho de vida en ese disco, de lo que vivíamos en aquella época.
Cuando miras hacia atrás y repasas cada uno de tus discos, ¿qué representa Quién mató a Gaete?
Mira, voy a hacer una metáfora bastante común y corriente, nada original. Muchas veces los autores hablan de sus libros o discos como hijos o hijas y para mí es así, fíjate. Cada disco significa una especie de complicidad con un grupo de personas. Sony grabó este disco, lo hizo con todas las posibilidades que había en ese momento, yo me sentí feliz y el disco ha hecho su camino. Creo que así como los padres tienen un hijo favorito, mi hijo favorito es el Bello barrio (1987). Mi segundo hijo favorito es Bailables de Cueto Road (1998). Y mi tercer hijo favorito es ¿Quién mató a Gaete?. I’m sorry, Gaete. I love you, anyway.
Gaete, en vivo
Mauricio Redolés se presentará a las 21 horas de este jueves 6 de septiembre en la Sala Patricio Bunster de Matucana 100. Las entradas tienen valores de $5.000 (preventa) y $7.000 (general). Más información en Matucana 100.