Todas las imágenes de este artículo son parte del archivo de la Fundación Víctor Jara.
Primera escena: cae la tarde en Santiago y una columna avanza por la Alameda, con la Torre Entel a sus espaldas. Decenas o cientos de personas, no se sabe bien, caminan entre añosas micros y el bandejón central de la avenida. Algunos llevan trajes típicos y zampoñas, otros levantan carteles. Un niño sostiene una pelota de fútbol y muchos solo caminan. Todos van al antiguo Estadio Chile.
Segunda escena: en el pasaje Arturo Godoy un hombre en zancos limpia el gran cartel de la entrada, pasando una escoba sobre el logo de la vieja Digeder y el de la municipalidad de Santiago. Ahí mismo, junto a un mural todavía fresco, Joan Turner -ropa negra, melena todavía no completamente encanecida -se inclina y enciende una vela ante la animita que recuerda a su marido, Víctor Jara, asesinado hace menos de 18 años en ese lugar.
Tercera escena: en el estadio completamente oscurecido, con solo un foco apuntando hacia su cabeza, la misma Joan Turner enfrenta a una tribuna repleta, flanqueada por el director teatral Andrés Pérez y el bailarín Patricio Bunster, su anterior marido. “Nosotros, artistas, quisimos rendir un homenaje desde nuestra profesión, desde nuestro oficio, que es al arte”, dice el primero. Joan responde, con pizcas de acento británico: “Víctor, por sobre todo, era un ser humano. Aquí, en este estadio, murieron muchos seres humanos y muchos seres humanos. Yo creo que nuestro acto tiene que pensar no solo en Víctor, sino en todos ellos, toda, toda la gente que sufrió aquí”.
Esas imágenes están entre los pocos archivos que se conservan de Canto Libre: Jornadas de Purificación del Estadio Chile, el evento que se realizó entre el viernes 5 y el sábado 6 de abril de 1991 y que marca el primer hito en la recuperación del estadio como sitio de memoria.
Los malos espíritus
Entre el 24 y 30 de septiembre el actual Estadio Víctor Jara acogerá el Festival Arte y Memoria (FAM), organizado por la fundación que lleva el nombre del cantautor, con nombres como Bloque Depresivo, Manuel García, Quilapayún, Moral Distraída, Los Vásquez y Congreso, además de obras de teatro y danza, charlas y otras actividades.
Será una más de las acciones que la fundación ha desarrollado para sacar del semiabandono el estadio, uno de los espacios históricos de Santiago para el deporte y la música en vivo.
Mucho antes de FAM, incluso antes que existiera formalmente la fundación, no obstante, esas jornadas bautizadas como Canto Libre coparon el estadio techado. Inaugurado a fines de los ‘60, por ahí transitaron cientos de prisioneros de la dictadura militar, desde el mismo 11 de septiembre de 1973 y hasta julio del año siguiente.
“Era un lugar donde muy poca gente quería entrar, un lugar lleno de malos espíritus. Con un grupito decidimos que había que hacer una purificación, entrar y hacer una especie de toma, todos juntos”, recuerda Joan Turner, a 27 años del episodio que encabezó junto a sus hijas, Manuela y Amanda.
“Parecía imposible. No teníamos dinero. Empecé a escribir a muchos de mis amigos en el extranjero para pedir ayuda. Y empecé a mover a muchos músicos, bailarines, artistas, poetas, artistas plásticos”, contó ella misma en el libro Canto de las estrellas, publicado hace cinco años por el músico José Seves (Inti Illimani Histórico), el payador Moisés Chaparro y el investigador estadounidense David Spener.
Aunque no existe una cifra exacta, se calcula que unas 800 personas participaron entre los dos días. La lista de nombres es aún llamativa: hay actores ya conocidos entonces y otros que apenas eran principiantes, desde José Soza a Tamara Acosta; hay compañías de teatro como Sociedad Anónima o el Teatro del Silencio; y hay músicos como Inti Illimani, Congreso, Marcelo Nilo, Raúl Acevedo o el Coro Bajo Cuerda, el mismo que cantó el himno del NO.
Desde el extranjero aportaron personalidades como Harold Pinter, Daryl Hannah, Jackson Browne, Jane Fonda, Peter Gabriel, Pete Seeger, Michelle Pfeiffer, Richard Gere o Jack Lemmon. “Apoyo de artistas taquilla”, fue el noventero titular que escogió el Fortín Mapocho para una breve nota que destacaba que “no solo se han puesto con deseos de que les vaya bien, sino que también con plata”.
Sin embargo, el episodio parece enterrado por el tiempo. “No me acuerdo de nada”, admite Tamara Acosta, que tiene una fugaz aparición en el único registro audiovisual que se conserva. “Habían muchísimos de esos actos y conmemoraciones. Era una época donde recién estábamos recuperando la democracia y participé mucho, entonces es obvio que fui. En esa época estaba recién saliendo del colegio y entrando a la escuela de teatro”.
Esa suerte de documental fue realizado por la productora Mass Media, con dirección de Pablo Basulto y Miguel Ángel Aravena. Son poco más de 30 minutos editados y no hay más, porque las cintas originales fueron reutilizadas. “Eso generó un conflicto tremendo. Joan estaba enojadísima”, recuerda Basulto. “El material estaba editado y las cintas eran costosas, entonces se usaron para filmar otras manifestaciones, otras protestas, otros eventos que sucedieron”.
La vigilia de los poetas
Canto Libre tuvo dos partes. La primera comenzó a las 21:30 del viernes 5 y fue una vigilia en el estacionamiento del estadio, de la que participaron nueve poetas populares, con sus guitarras y guitarrones de 25 cuerdas: Jorge “Mongueve” Céspedes, Guillermo “Bigote” Villalobos, Moisés “Maravilla” Chaparro, Salvador “Salvita” Pérez, Luis “Chincol” Ortúzar, César “Tranca” Castillo, Antonio “Torito” Contreras y los hermanos Alfonso y Santos Rubio.
La presencia de este último era especial, porque grabó en el último disco que Víctor Jara editó antes de su muerte, Canto por travesura (1973). También lo era el número de participantes: cada poeta representó a cada una de las víctimas fatales contabilizadas entonces por las agrupaciones de Derechos Humanos.
Los encargados de organizar ese segmento eran José Seves y la eminente folclorista Gabriela Pizarro, a quien se le ocurrió la idea: “Lo que tenemos que hacer es pedirle consejo a los cantores que saben cantar a lo divino y a lo humano, que ellos nos orienten para limpiar este lugar de los signos de muerte”, le dijo a Seves.
En Canto de las estrellas, éste describe la vigilia en “una especie de lugar sagrado, altar popular que alcanzó una altura de seis metros, hecho de mimbre, arpillera y elementos particulares inspirados en la concepción popular de carisma no católico sino de recogimiento en un sentido laico, amplio. Se dispuso un pequeño auditorio a modo de anfiteatro y se preparó un escenario en media luna donde tomaron lugar los poetas”. En el mismo testimonio, Joan considera que “fue casi el mejor momento, en realidad”.
Esa noche, el encargado de representar a Víctor Jara fue el más joven de los cantores, Moisés Chaparro, que apenas se empinaba por los 22 años. Esta fue la cuarteta que eligió para construir sus décimas: “Yo no canto por cantar / ni por tener buena voz / canto porque la guitarra / tiene sentido y razón”.
Barriendo el piso, lavando banderas
La segunda parte ocurrió desde las 19 horas del sábado 6 de abril. Las tardes de otoño todavía eran cálidas, pero el país estaba tensionado por el violento asesinato de Jaime Guzmán. Tan solo dos días antes, de hecho, habían sido sus funerales, que copaban los titulares y conversaciones.
“Cuando mataron a Guzmán, estábamos encerrados trabajando y nos dimos cuenta de que estábamos rodeados por tanquetas. Fue impactante, porque en esos años el miedo acompañaba y no sabíamos lo que había acontecido, hasta que llegó alguien y nos contó, pero seguimos hacia adelante”, recuerda Ingrid Ortiz, quien entonces colaboraba con la productora Órbita, vinculada con la compañía de danza Espiral, de Patricio Bunster. “El día del acto en el estadio había mucha policía, pero igual fue masivo”.
Según sus recuerdos, en las semanas previas había grupos dedicados a confeccionar la utilería, vestuario y escenografía que se necesitaba para la puesta en escena: “Nos reuníamos en los galpones del Espiral con Órbita, porque era un lugar espacioso en la Plaza Brasil. Ahí se construyó todo y después se trasladó al Estadio Chile”.
En el registro audiovisual se ve parte de esa producción. Repartidos por el estadio y sus accesos hay grandes lienzos con la pregunta “¿Dónde están?”, telas que sirven para hacer teatro de sombras, arpilleras y otros objetos.
También se pueden observar pasajes diversos del acto: cuadros de danza, escenas de teatro, un recitado del poema “Somos cinco mil”, un pie de cueca, una rogativa mapuche, con un rehue instalado en plena cancha. Las graderías siempre se ven llenas, con lienzos y algunas banderas, y hay un momento en que muchas personas están en la cancha abrazándose, poniendo velas en las animitas, con los ojos vidriosos.
Antes de que la actividad se centrara en el estadio, sin embargo, hubo dos marchas, una desde la Universidad de Santiago y otra desde la Plaza Brasil. Esta última está documentada, con grupos de actores y bailarines pasando enormes escobillones por el maicillo y el pavimento. Un acto de limpieza, literalmente.
“Nosotros llevamos artesas de madera donde iban mujeres lavando la bandera chilena. Cada uno aportaba con sus imágenes propias”, recuerda desde Francia Mauricio Celedón, uno de los fundadores del Teatro del Silencio. “En el estadio hicimos todo un movimiento con carretones de feria y con las mujeres lavando. Llegamos con una gran virgen y cuando se bajó hubo un accidente con uno de los actores de Andrés Pérez, que se cayó de los zancos”.
También hubo música, claro, aunque los registros son casi nulos; y los recuerdos, difusos. “Me acuerdo de esta especie de machitún y que después tocamos”, cuenta Francisco Sazo, vocalista de Congreso, desde Valparaíso. “Lo que sí me quedó grabado hasta hoy fue algo que dijo alguien del Inti Illimani, que calculaban la edad que tendría Víctor en ese momento y a mí me pareció muy mayor. En ese tiempo, uno se creía inmortal y yo no había atinado a pensar la edad que tendría. Tomé conciencia no solo de lo efímero de la existencia, sino además de lo triste. Fue como un golpe y me acuerdo cabalmente de esa reflexión”.
En los últimos días de septiembre, cuando Joan Turner probablemente vuelva al ex Estadio Chile para el Festival Arte y Memoria, habrán pasado casi 30 años desde “Canto libre”. Aunque habrá algunos rostros repetidos, muchas cosas serán distintas: no habrá escobillones, no habrá banderas lavadas, no estarán Andrés Pérez ni Patricio Bunster.
Será como continuar una saga que se inició en ese abril de 1991, con ese acto de purificación simbólico, pero que hoy ella sintetiza en solo dos palabras: “Era necesario”.