Si se confirman las dos candidaturas que llegarán al ballotage, casi toda la izquierda de Brasil apoyará a Hadad contra Bolsonaro. Las razones de esta decisión son evidentes para cualquier demócrata o militante social. Pero esa definición ha suscitado en Argentina algunos pronunciamientos que sugieren la abstención[1].
Los argumentos son semejantes a los expuestos frente a otras elecciones latinoamericanas, donde las diferencias entre los potenciales presidentes estaban más desdibujadas. La denuncia de esas similitudes y el rechazo a la resignación frente al “mal menor” indujeron al voto en blanco. Ahora se repite la misma postura, sin notar lo que entraña Bolsonaro.
El ex capitán manifiesta públicamente su defensa de los dictadores, los torturadores y los asesinos de presos políticos. Exige la eliminación de los derechos laborales y exhibe sin ningún pudor sus posturas machistas, homofóbicas y despectivas hacia los negros e indígenas. Retoma los fantasmas del anticomunismo para propiciar la mano dura contra los opositores. Despotrica contra los sindicatos, reclama la anulación del aguinaldo y aplaude la flexibilización laboral.
Todo indica que no se quedará en las palabras. Anticipó su desconocimiento de un veredicto adverso de las urnas y sus allegados proponen la intervención del ejército si Haddad llega a la presidencia. Lo secunda en la fórmula un general retirado que reclama esa tutela militar para perpetuar el golpismo institucional.
Bolsonaro sintoniza con el despliegue de tropas en las favelas y con la declaración del estado de sitio frente a la huelga de los camioneros. Sus discursos concuerdan con el clima que rodeó al asesinato de Marielle Franco y al tiroteo de los militantes que acompañan a Lula.
La figura más reaccionaria de las últimas décadas promueve también la desregulación de la tenencia de armas, para legitimar el acaparamiento de tierras a punta de pistola. Exige más coerción en el país que alberga la tercera población carcelaria del mundo y que padece un promedio de 175 asesinatos por día.
¿Se puede situar en el mismo plano a este fanático derechista con el candidato del PT? ¿La victoria de Bolsonaro tendría las mismas consecuencias que el triunfo de Haddad? Los partidarios de la equiparación evitan responder a estos interrogantes.
El peligro a la vista
Los sugerentes del voto en blanco estiman que Bolsonaro es “visto como fascista aventurero y provocador por el gran capital”[2]. Pero no aclaran si comparten esa evaluación. Tampoco definen si esa caracterización atempera la amenaza que supone la conversión del capitán en primer mandatario. Si se acepta que ese individuo puede deslizarse hacia alguna modalidad de fascismo, el voto en blanco es un suicidio.
El peligro que entraña Bolsonaro es reconocido en todas las convocatorias a combatirlo con movilizaciones unitarias. Esos llamados serían redundantes si fuera equivalente a Haddad. Como resulta obvio que ambos candidatos se ubican en polos contrapuestos, ningún simpatizante de la izquierda duda donde ubicarse.
¿Qué sentido tiene sostener una batalla en las calles prescindiendo del cuarto oscuro? ¿Hay que repudiar al represor en el primer terreno y proclamar la indiferencia en el segundo? ¿Las movilizaciones no buscan justamente impedir su victoria en los comicios?
El principal argumento contra el voto a Haddad es el programa y la trayectoria pro-capitalista del PT. Se estima que repetirá (o acentuará) la política económica regresiva que implementó Dilma. Tomando en cuenta esos antecedentes, algunas organizaciones de izquierda presentan candidatos propios en la primera vuelta. Pero lo que se discute ahora no es esa diferenciación, sino la postura frente al ballotage.
Los potenciales auspiciantes de la abstención enumeran las capitulaciones del PT frente a la derecha. Recuerdan, por ejemplo, que antes del golpe el propio Temer secundaba a Dilma. Pero no es lo mismo la inconsecuencia frente al fascismo que la encarnación de esa desgracia. Es muy distinto vacilar, conciliar o acobardarse frente al enemigo que compartir su rol. Ignorar las diferencias entre Haddad y Bolsonaro puede conducir a un horror sin retorno.
Otra justificación para negar el voto al PT es lo ocurrido en diversas elecciones latinoamericanas. Especialmente los casos de Macri-Scioli o Moreno-Lasso suscitaron grandes divergencias[3]. Pero no hay que comparar peras con manzanas. Cada elección exige una evaluación específica. La inexistencia de una regla general es corroborada por la propia trayectoria de los críticos actuales del PT, que votaron a Lula en sus primeras presentaciones.
El ballotage con Bolsonaro presenta ciertas semejanzas con la reciente elección del delfín de Uribe en Colombia. Ese resultado afianzó la campaña de asesinatos de militantes, que los paramilitares consuman con el amparo del estado. Desde la firma de los acuerdos de paz con las FARC han sido ultimados 385 dirigentes sociales. No es poco lo que se juega en este tipo de comicios.
Bolsonaro no es un neoliberal más de los tantos que pululan en América Latina. Alienta una variante extrema de ese modelo. Su ministro de economía sería un afamado banquero (Paulo Guedes), que ya anunció la profundización de las reformas laborales y previsionales iniciadas por Temer. Aspira a consolidar el poder del 10% de privilegiados que concentra el 43% de la riqueza nacional.
El gendarme troglodita ya alineó a todas las formaciones del conservadurismo tradicional y se nutre de los sectores medios que sostuvieron el golpe contra Dilma. Su ascenso electoral ilustra la radicalización reaccionaria de ese segmento, que está furioso con las tibias reformas insinuadas por el PT. No sólo propician una gran venganza contra los sindicatos. Arremeten contra los pobres que se atrevieron a levantar la cabeza, en un país signado por normas de sumisión gestadas durante el pasado esclavista.
Bolsonaro promueve la criminalización de los desamparados. Como el fin de la dictadura fue negociado en Brasil sin ninguna penalidad para los militares, tiene abierto el campo para ensalzar a los gendarmes.
Su espantosa retórica debería alcanzar para definir un voto por el PT en el ballotage. Esa elección no implica aprobar las posturas de Haddad, sino rechazar la llegada de Bolsonaro. No es lo mismo evaluar las potencialidades fascistas de ese cavernícola en el llano, que lidiar con sus atropellos desde la presidencia.
Al cabo de tantas experiencias es inadmisible equiparar las dos opciones que disputarían la segunda vuelta. Sería nefasto repetir el error cometido por los comunistas alemanes, que subestimaron al nazismo y asimilaron a los adversarios socialdemócratas con el enemigo principal (“social-fascistas”). El desastre posterior se midió en baños de sangre.
La incidencia sobre Argentina
Un curioso argumento a favor de la abstención es el rechazo que genera Bolsonaro entre los grandes medios del establishment mundial (como la revista The Economist). Se omite que esa oposición no es compartida por los sectores de la alta burguesía brasileña que orquestaron el golpe, incentivaron el encarcelamiento de Lula y auspician la represión para asegurar el ajuste. Conviene recordar que la irrupción de un ultraderechista siempre generó discrepancias entre los poderosos. Pero esas prevenciones no impidieron la llegada de Hitler o Mussolini al gobierno.
En cualquier caso las posturas de la izquierda no se deberían forjar recogiendo opiniones en la prensa hegemónica. Los alineamientos por arriba siempre obedecen a motivaciones ajenas a los oprimidos. El rechazo por abajo a Bolsonaro simplemente deriva del peligro que supone para los trabajadores. No es necesario zambullirse en la lectura de los medios internacionales para arribar a esa elemental conclusión.
La izquierda que objeta el voto por Haddad recuerda la mutación regresiva que tuvo el PT durante su gobierno. Ese partido convalidó el poder de las clases dominantes y se negó a implementar las transformaciones sociales que esperaban las mayorías. El desengaño frente a esa frustración nutrió el ascenso de la derecha.
Pero ese acertado retrato omite la hostilidad posterior de los mismos grupos dominantes hacia el PT. Si el idilio inicial hubiera continuado, no se habría consumado el golpe contra Dilma y el encarcelamiento de Lula. Los sugerentes del voto en blanco han quedado encandilados por ocurrido en la primera etapa, sin registrar los sucesos posteriores.
A Lula no lo encerraron por su favoritismo hacia los bancos y los grandes contratistas, sino por su tolerancia de las conquistas obreras que la burguesía pretende demoler. Los acaudalados proscriben al líder del PT porque simboliza esas mejoras y obstruye la restauración conservadora.
El dirigente que recorrió nuevamente el país con discursos combativos, difiere del gobernante que apuntaló los negocios de los principales empresarios. El político hostigado por O Globo no es el mismo que enaltecía la tapa del Time. Una diferencia semejante y muy familiar a cualquier argentino se registró con Perón. El mandatario perseguido por los gorilas en 1955, estaba muy distanciado del presidente que inauguró en 1975 la represión en gran escala.
Con el cambio del último año Lula recompuso su imagen, recuperó electorado y seguramente ganaría los comicios en curso. Por eso ha logrado consumar en tiempo récord, una impresionante transferencia de votos hacia Haddad.
El desconocimiento de este viraje impide comprender el nuevo escenario y participar en la defensa de Lula contra sus perseguidores. Ese despiste condujo en Argentina a la inacción frente a las protestas contra su detención. Los exponentes más extremos de la misma desubicación directamente celebraron el encarcelamiento.
La elección brasileña tendrá un gran impacto sobre toda la región. Un triunfo de Bolsonaro apuntalaría la restauración neoliberal y una victoria de Haddad contendría esa andanada. Este mismo contraste sería mayor en nuestro país.
Macri ya tantea un camino semejante al transitado por el derechista. Aspira a imitarlo en el despliegue represivo y en los atropellos jurídicos. Toda la farsa de los Cuadernos intenta repetir con Cristina la proscripción que padece Lula.
Si Bolsonaro accede a la presidencia, el líder del PRO subirá la apuesta de su reelección con mayor complicidad de los medios y la justicia. Buscará también reforzar una base social reaccionaria con discursos agresivos.
Por el contrario, un eventual triunfo de Haddad agravaría el aislamiento y deterioro de Macri. Los medios oficialistas ya perciben esa eventual adversidad. En medio del monumental fracaso económico de Cambiemos se generalizaría la percepción de un próximo fin del macrismo. Esa sensación asumiría una dimensión más explosiva, si el triunfo del PT afianza las incipientes propuestas de anular la legislación aprobada con Temer, introducir una ley de medios y preparar una asamblea constituyente.
Pocas veces la trayectoria de Brasil estuvo tan emparentada con el futuro de Argentina. Ambos países transitan por el mismo desfiladero y por los mismos escenarios contrapuestos. En los dos países la esperanza rivaliza con el espanto. Los aciertos de la izquierda frente a esa disyuntiva serán premiados y sus errores no tendrán disculpa.
Claudio Katz
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz