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¿Jaguares de América Latina?

Columna de opinión por Patricio López
Martes 16 de octubre 2018 10:18 hrs.


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Si hubiera en este mundo personas sabias que además tuvieran pasaportes en blanco en el ítem de la nacionalidad, seguramente nos aconsejarían descreer de cualquier relato que exalte al propio pueblo en comparación con los demás. Al fin, unos y otros están compuestos por seres humanos y por lo tanto portadores de grandezas y miserias.

Decimos esto porque en los últimos 25 años se levantó en Chile un discurso que nos desvió de nuestra histórica idiosincrasia humilde, sobria y solidaria. De contrabando frente al orgullo que nos produjo el fin del aislamiento dictatorial y la recepción fraternal a nuestros jefes de Estado que recorrían el mundo, los vientos de la globalización nos transformaron de pronto con apelativos tan vergonzantes como “los jaguares de América Latina”. Fue la época en que empezó a decirse que teníamos una buena casa en un buen barrio y que nuestras relaciones prioritarias debían ser con las grandes potencias, en vez de los vecinos. Fue la misma época en que nuestras élites empresariales y también nuestro comportamiento como turistas cambió: pasamos a ser prepotentes, altaneros, exigiendo porque estamos pagando tal como lo hacemos entre nosotros. Hoy en el exterior se nos quiere menos que antes por este súbito cambio.

Este cambio también afectó la ponderación de los asuntos regionales. Basta abrir el diario o encender la televisión. Nuestros medios y dirigentes se expresan con desprecio de los presidentes de América Latina: los consideramos poco serios en comparación con los chilenos. Pensamos que en todo el continente se vive peor que acá y aunque hay ámbitos que podrían confirmar esta creencia, también nos hace olvidar otros asuntos donde la vida en este territorio es enormemente desventajosa. Algo así como un jaguar con mala suerte.

Para ir a lo más cercano, pongamos el caso de Argentina. Ese país vive momentos duros por la situación macroeconómica y tiene índices importantes de corrupción en la política que, en todo caso, no nos son para nada ajenas. Pero veamos la otra cara de la moneda: a ese lado de la Cordillera la salud y la educación son gratuitas y nadie debe endeudarse casi de por vida para pagar una carrera o una operación, o recurrir a la Ley Ricarte Soto que solo se hizo posible cuando los enfermos con sus pertrechos salieron a marchar a duras penas. No hay que hacer completadas para pagar un tratamiento de cáncer.

Ayer, en Argentina igual que en Chile, hubo alzas en el transporte público. En nuestro país a nadie le pareció bien, pero se aceptó con resignación. En Argentina cundió la molestia e incluso se anunciaron manifestaciones. La diferencia es que acá la micro sube a 700 pesos y nos resignamos, mientras allá subió a 270 pesos chilenos y produce indignación.

En todas las ciudades argentinas el centro en la organización de la ciudad lo tienen los grandes parques y espacios públicos y no las carreteras. Áreas verdes por doquier, árboles centenarios que se ofrecen como recreación gratuita para un pueblo que entonces sale de sus casas y accede a ellos por miles de manera gratuita, sin tener que gastar mucho dinero para poder disfrutar de un día domingo. Necesariamente, el mantenimiento de estos grandes espacios requiere de un Estado que no sea tan pequeño.

En Argentina las jubilaciones son significativamente mayores que en Chile y no es de extrañar que los adultos mayores salgan a cenar o a tomar café con los amigos. Éste es un lujo privativo para la gran mayoría de los jubilados chilenos, condenados estructuralmente a la pobreza o al subsidio de los hijos por el sistema de AFPs.

Estos breves ejemplos no deben entenderse como una idealización de lo que ocurre en Argentina, solo que sería tan absurdo como la idealización que algunos hacen de lo que ocurre en Chile. Sí son ejemplos respecto a cómo nos hemos acostumbrado a pagar, y sin cuestionar, por derechos que en otras partes están plenamente consagrados. No deberíamos sentirnos jaguares ni mucho menos por ello.

Envíanos tu carta al director a: patriciolopez@u.uchile.cl

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.