No hubo sorpresas en Brasil: Jair Bolsonaro ha sido elegido presidente y con ello se abre un nuevo ciclo para América Latina. Muchas postales quedan de un día que esperamos no recordar con demasiado pesar en el futuro, pero de todas ellas ninguna es más elocuente que las camionetas con militares que, metralletas en ristre, salieron a celebrar con los partidarios del nuevo presidente el resultado de la elección.
No puede haber frivolidad a la hora de ponderar la admiración de Bolsonaro por Pinochet, por la dictadura militar brasileña e incluso por célebres torturadores de ese país. Como lo hemos dicho desde hace muchos años, y más allá de las nobles intenciones, la idea del “Nunca Más” no se asienta en la realidad histórica, pues desde ahí la lección que se nos enseña es que el rumbo es cíclico y que los pueblos sí pueden volver a tropezar con la misma piedra.
Ciertamente, muchos acontecimientos deben sucederse para que un dirigente que no cree en la democracia, en los derechos humanos ni en las instituciones internacionales que cautelan el bien común llegue al poder. Se ha señalado la corrupción de la política y en especial del Partido de los Trabajadores como el factor que empujó al pueblo brasileño detrás de Bolsonaro, pero este elemento, siendo cierto, no es el único. En el proceso que llevó a la destitución de la presidenta democráticamente elegida, Dilma Rousseff, en agosto de 2016, las fuerzas de derecha moderada y la socialdemocracia hicieron alianza con militares y grupos evangélicos radicales para lograr su propósito. Esos sectores, que ocuparon históricamente un lugar destacado en el escenario político, fueron al cabo de dos años borrados del mapa electoral y se convirtieron en los más castigados, mucho más que el PT, por los votantes brasileños.
No puede haber frivolidad a la hora de ponderar a Bolsonaro y aunque debería escandalizarnos que los mercados hayan dado todas las señales posibles en su favor, más debería llamar la atención que gobiernos democráticos de la región, haciendo vista gorda de todo lo ya sabido, estén dando señales de simpatía por el nuevo presidente, debido a que se sienten identificados con su programa económico. Es legítimo en democracia que se adhiera a la reducción del Estado, a la privatización de las empresas públicas e incluso a la implantación del sistema de AFPs en Brasil, pero es sorprendente que mandatarios como Mauricio Macri, desde Argentina, augurara un pronto trabajo conjunto; que Mario Abdo en Paraguay dijera que trabajarán juntos por fortalecer las democracias en la región; que el sorprendente Lenín Moreno se refiriera al triunfo de Bolsonaro como “una gesta democrática”; o que el presidente Sebastián Píñera desde Chile se adelantara a invitar a Bolsonaro a nuestro país.
Mientras los militares salen sin permiso de sus cuarteles para celebrar el triunfo del presidente electo y mientras sus detractores salieron con libros a las calles para confrontar el llamado de Bolsonaro a que los ciudadanos tengan armas en sus casas, los presidentes de la región parecen tener otro criterio, priorizar y felicitar la apertura de Brasil, y con ello de toda la región, a la inversión extranjera. En una supuesta coincidencia que ha pasado desapercibida, cuatro días antes de la elección los gobiernos de Chile y Brasil anunciaron el acuerdo para un tratado de libre comercio y agendaron su firma para el lunes de la próxima semana. Ningún presidente de partidos políticos chilenos, parlamentario ni menos la opinión pública sabe qué ni para qué se negoció.
Esperamos que la adhesión a un cierto tipo de macroeconomía no sea tal que lleve a nuestras autoridades y dirigentes políticos a seguir desdeñando la grave amenaza que se abre para las democracias de la región, con el resultado conocido ayer. Y esperamos que quienes ya han tomado conciencia no sigan haciendo política desconectados de la ciudadanía. Hay vastos sectores de la población que han sido abandonados por los partidos y que esperan, quizás sin saberlo aún, que aparezca un líder mesiánico que ofrezca resolver sus problemas haciendo a un lado a las instituciones democráticas.