Este viernes empezará la cumbre del G20 en Buenos Aires, lo cual ha ido sacando a la capital argentina de su normalidad hasta convertirla, en estas horas, en una ciudad colmada de medidas de seguridad y en donde ni siquiera funcionará el transporte público. Para este jueves está agendada la primera de las grandes marchas contra la cita, mientras los más importantes líderes políticos del mundo siguen llegando a Argentina. Si bien este grupo y sus reuniones datan de la década del ´90 del siglo pasado, desde la crisis del año 2008 ha adquirido una mayor relevancia por su pretensión de convertirse en “el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política”.
La idea de convertirse en el espacio de la “nueva gobernanza global” ha traído también significativas resistencias. En cada una de estas cumbres ha habido grandes protestas, como se vio en Washington, Londres, Seúl, Pittsburgh, Toronto, Cannes, Los Cabos y por último Hamburgo, el año pasado.
Hecha la descripción general, debemos pasar al análisis de lo que esta cumbre en específico supone. Lo primero es que no debemos verla como una cita en Argentina, sino como la primera reunión del G20 que se hace en Sudamérica. No ocurre allá, sino acá. La señal, adicionalmente, debe ser complementada con la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que se hizo el año pasado en Buenos Aires. La realización de estos dos encuentros, donde se definen las condiciones del orden económico mundial, suponían una fuerte apuesta de los grandes poderes por esta región del mundo. El triunfo de Mauricio Macri en Argentina era visto como el punto de inflexión del ciclo de los gobiernos progresistas y la apertura de Latinoamérica a la liberalización. Es evidente que ha habido avances en esa dirección, entre los cuales podemos mencionar el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, la proliferación de tratados de libre comercio en la región y el suicidio lento del proteccionista Mercosur para generar un nuevo consenso en torno a la abierta Alianza del Pacífico.
Sin embargo, no todo ha resultado como originalmente se esperaba. El gobierno de Macri no ha sido al cabo un punto de inflexión, pues en todos los indicadores macroeconómicos la situación actual es peor que en el gobierno de Cristina Fernández, a quien tanto se criticaba. Durante estos tres de un total de cuatro años de gobierno, el presidente argentino no ha podido cumplir sus promesas ni implementar del todo las medidas de ajuste, por lo que hasta los medios que lo sostuvieron, como La Nación y Clarín, ven con pesimismo que sea reelecto el próximo año, mientras los análisis internacionales dan cuenta de una cumbre desperfilada con un anfitrión débil, al cual incluso se la adjudica el bochorno de la final de la Copa Libertadores como un ejemplo de falta de conducción.
Estos mismos elementos llevan a la idea de que en Brasil Jair Bolsonaro pudo haber dicho muchas cosas en campaña en favor de su programa ultraliberal, pero otra cosa es sobreponerse a las resistencias sociales para poder transformar sus propuestas en realidades. Mal que mal y a pesar de todas las desigualdades, América Latina sigue siendo la región del mundo más politizada y con mayores niveles de movilización social. En una conversación con el analista argentino Jorge Elbaum que próximamente publicaremos en nuestro diario electrónico, él señalaba que adhería a la visión del historiador Eric Hasbawn, según la cual desde una perspectiva más larga se ve una continuidad en las luchas sociales, pero gradualmente desde un peldaño más alto desde la perspectiva de las conquistas sociales. Es una mirada optimista que podría servir para ponderar esta cumbre, donde se discuten las reglas para el comercio y la inversión trasnacional, poniéndolas por encima de la profundización de la democracia ni de los derechos humanos.