Si bien el proceso de envejecimiento de la población es un proceso sociodemográfico global, existen particularidades que responden a dimensiones administrativas, sociales y de salud de cada región y país. Uno de los ejemplos más claros en este sentido, es la diferencia de tiempo que transcurrió en Europa y América Latina en tener una población envejecida: Mientras que el proceso en el viejo continente tardó más de 200 años, en América Latina el envejecimiento de la población ocurrió en algo más de 50.
En el caso chileno, es posible identificar una serie de variables que han incidido en tener en la actualidad una población envejecida, siendo las mejoras sanitarias y las políticas de gestión poblacional las que quizá mayor impacto han tenido sobre el aumento de la expectativa de vida (que en la actualidad alcanza los 80,5 años) y la disminución de la tasa de natalidad: 13,7 nacimientos/1.000 habitantes (año 2016) y una Tasa Global de Fecundidad (promedio de hijos por mujer) de 1,7 hijos (año 2016); muy por debajo de la tasa de reemplazo generacional de 2,1.
Sin embargo, en la década del 50, la realidad era la opuesta en temas de natalidad, ya que el promedio de hijos por mujer superaba los 5, aunque con muy altas tasa de mortalidad infantil. En la década del 60, comienza a implementarse la planificación familiar, teniendo como efecto una primera fase de disminución acelerada en los años 80 (2,7 hijos) y una segunda fase de descenso moderado de 2,4 hijos para el año 2000.
Necesitamos población de reemplazo: Políticas pro-natalistas
El anuncio del Presidente Piñera de “lanzar un Proyecto en favor de la natalidad” que permita “premiar a las familias que quieran tener más hijos”, se suma a otras serie de iniciativas que el Estado chileno a desplegado frente a la necesidad de población de recambio: Bono por hijo (2009); incorporación del parto al Bono PAD (año 2004) y entrega de ajuar (año 2012). Si bien estas iniciativas no han sido circunscritas abiertamente a una política poblacional, buscan un cambio específico en el comportamiento demográfico a modo de contrarrestar las bajas tasas de natalidad y de reemplazo. Si bien estas iniciativas que resultan favorables en algunos casos, creemos que no ayudarán a resolver un tema de fondo: la segregación y la brecha socioeconómica chilena que se manifiesta en todos los tramos de edad. En este sentido, resulta paradojal que se repitan las mismas inquietudes, las mismas problemáticas de Estado que en la década del 50-60, cuya única variación es el segmento de la población en cuestión: hoy los envejecidos. Es fundamental estimar en forma transdisciplinaria los efectos de las intervenciones, y observar las políticas de población siempre en un marco ético, más que direccionar políticas que instrumentalicen grupos de la población en pos de objetivos ideológicos y mejorar los números de la población de reemplazo. Es efectivo que en Francia y en los países nórdicos los incentivos a la natalidad han funcionado, sin embargo, se ha tratado de iniciativas integrales que trascienden los estipendios y las “mejoras” habitacionales para familias que decidan tener más hijos.
Sabemos que el envejecimiento por lo menos hasta el 2050 es un fenómeno que no cambiará, a lo sumo, disminuirá su velocidad. En este sentido, se torna necesario un trabajo político direccionado a la mejora de la calidad de vida de las Personas Mayores en un sentido amplio, en dónde todos los sectores: Estado, academia y sociedad civil puedan ser gestores y promotores de una sociedad cuyas definiciones sean pensadas más allá del marco regulativo de la cifras sociodemográficas.
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Los autores son académicos del INTA y forman parte de la Red Transdisciplinaria sobre envejecimiento de la Universidad de Chile.