Cada vez que hablamos sobre lo que está sucediendo en la Araucanía parece ser que no existen medias tintas: todas las posiciones son opuestas y polarizadas, imposible de encontrar consensos. Sin embargo, cuando se empieza a conocer qué es lo que ocurre con la infancia, las opiniones parecen tener la oportunidad de volverse acuosas e incluso dilucidar algunos acuerdos. Por eso, creo, no dejó indiferente a nadie lo que ocurrió con el niño de quince años que estaba junto a Camilo Catrillanca cuando fue asesinado y que luego, según informó el INDH, fue torturado. Sobre todo porque no es un hecho aislado: sólo entre 2011 y 2017, de acuerdo al mismo organismo, 133 niños, niñas y adolescentes han sido agredidos por la policía chilena en esta región.
Por todo ellos debemos saber llegar a acuerdos. Cuando se trata de infancia vulnerada no pueden haber bandos, buenos o malos, porque debe ser urgencia erradicarla aquí y en todos lados. Todos los que estamos involucrados en este tema lo sabemos: es esa la edad clave para actuar y también donde más vulneraciones se generan. ¿Pero estamos dispuestos a ser tajantes y decirle no a la vulneración de sus derechos en Chile, incluyendo a la Araucanía?
La incapacidad que hemos tenido para integrarnos con el pueblo mapuche, y sentirnos parte de él, es una herida que tenemos hace mucho tiempo. Hoy más que nunca se ve el reflejo de eso: en la falta de oportunidades de este territorio y en la incapacidad que muchos tenemos de reconocer sus riquezas y necesidades. Hoy, en Chile, al agrupar por zonas a los niños, niñas y adolescentes que viven en situación de pobreza, el 40,2% es de una zona rural. Cuando la medición de la pobreza era por ingresos existía un 15% de pobreza en zonas urbanas y 10,8% en la ruralidad, sin embargo, cuando se integró la medición multidimensional —la primera vez que se midió fue en la Casen 2013 e incluyó aspectos como la calidad de la educación y salud que reciben— los indicadores zonales se reinvierten y los sectores rurales se duplican. Lo que muestran esos datos es alarmante: la falta de prioridad y de querer conocer realmente las zonas más alejadas de las ciudades, su escasa inclusión horizontal y la ceguera respecto a sus riquezas.
Durante muchísimo tiempo, la manera de ver el desarrollo en las zonas rurales ha estado estrechamente vinculado al indicador del mundo agrícola, ganadero y forestal, pero nunca desde lo integral del ser humano, desde lo que realmente se requiere en esos territorios; de la construcción en conjunto, desde el estar ahí.
Lamentablemente, hoy, lo único certero es que la violencia sólo provoca más violencia. Y claro, cuando hablamos de violencia nos referimos a los perdigones, las balas, los allanamientos. Pero también a esa violencia silenciosa: la de la invisibilización histórica, la del centralismo, la del no reconocer al otro, la falta de interés por insertarse aquí y hacer algo, antes de que sea tarde.
Hoy la infancia en la Araucanía nos está diciendo a gritos que debemos construir diálogos, ampliar nuestras miradas, construir integralmente desde lo local. Sólo así podremos poner a los niños, niñas y adolescentes como prioridad en cualquier rincón de nuestro país y el continente.
La autora es directora de la oficina sur de América Solidaria Chile