¿Es acaso una causa asumida por nuestra sociedad la lucha que hemos llevado históricamente las mujeres y por eso no tiene sentido para ciertas personas que se convoque a huelga y paro? Si observamos en detalle tan solo algunos aspectos de la sociedad chilena podemos identificar fácilmente aquellas líneas ideológicas implantadas, en su mayoría etno-androcentristas (centradas en una cultura y en los hombres), cosmovisiones violentadoras pertenecientes a culturas masculinas que invisibilizan a la mujer y a todo aquello que no encaje en la concepción binaria de la humanidad. Sólo a modo de ejemplo, el canon de belleza impuesto en nuestra sociedad es uno de ellos: dista de la fisionomía latina y en específico de la chilena siendo un prototipo de belleza foráneo e idealizado que anula a aquellas mujeres de rasgos indígenas y utiliza nuestros cuerpos como un mero objeto de morbo publicitario (porque cuando los mismos cuerpos protestan desnudos por la calle es inmoral); o el estereotipo de la mujer dueña de casa sumisa, a cargo de las tareas domésticas y los cuidados familiares, que sirve como ejemplo cuando se quiere acallar las voces que se alzan denunciando las desigualdades y las inequidades.
Desde nuestra área de trabajo, liderazgo y participación de jóvenes, hemos tenido la oportunidad de investigar las distintas violencias de género presentes en colegios, liceos y escuelas. Realizamos el estudio “Violencias de género: Otra mirada a la brecha escolar” en centros educacionales de la Región Metropolitana. El 24,7% de quienes participaron, declararon haber recibido una o más formas de violencia sexual al interior de sus establecimientos. Asimismo 34,4% señala haber sido víctima de discriminación en la escuela producto de estereotipos de género, evidenciándose también que las mujeres reciben cuatro veces más refuerzos estereotipados que los hombres con frases como; “compórtese como señorita”.
Falta mucho camino para que estas realidades cambien. Necesitamos trabajo al interior de las escuelas, mayor voluntad de quienes habitan este espacio educativo, así como poner en valor las diversidades. Falta respeto entre estudiantes y colegas, escucharse y que los contenidos se valoricen tanto como las emociones. Para eso trabajamos día a día, necesitamos participar desde todos los escenarios posibles: calle, escuela, casa, barrio, marcha y redes.
No necesitamos “celebraciones tradicionales” en los inicios de cada mes de marzo (felicitaciones, rosas, dulces y chocolates) que perpetúan estos aspectos opresores fomentando las discriminaciones entre nosotras por no cumplir o encajar en ese canon opresor y cosificador de la mujer. Hay que enseñar la historia para no olvidar nunca que un 8 de marzo se conmemora la muerte de muchas mujeres por alzar la voz y reclamar sus derechos, que no es una celebración, sino una instancia que nos recuerda lo doloroso que ha sido esta lucha y cuanto aún dista por recorrer.
No podemos celebrar:
-Si no podemos transitar libremente por las calles de nuestro país sin tener miedo a ser maltratadas, cuestionadas, acosadas, violadas o asesinadas.
-Por los 9 femicidios y 19 frustrados en lo que va del año.
-Cuando hay violencia obstétrica en la salud pública y en la privada.
-Aún no podamos todas decidir libre, equitativamente y sin cuestionamientos como llevar nuestra vida reproductiva.
-Cuando se discrimina por criterios biológicos a toda la diversidad de formas de ser mujer.
-Mientras se siga legislando con una visión masculina, privilegiada y sesgada.
-Porque se sigue educando y reproduciendo modelos y estereotipos que nos clasifican, nos invisibilizan, a nosotras, a la mayoría de la sociedad chilena (porque en Chile las mujeres somos mayoría).
Por todo esto… NO, no podemos limitarnos a pensar que la causa esta asumida en nuestra sociedad porque día a día nos vemos enfrentadas a diversas injusticias por las que aún nos queda luchar. Vivas, libres y sin miedo.
Las autoras son Investigadoras de Fundación Semilla.