El nuevo emperador llegó a la ceremonia vistiendo un traje de corte occidental y una gruesa cadena de oro, acompañado por integrantes masculinos de su familia, incluyendo su hermano, el príncipe Fumihito Akishino.
En su primer discurso a la nación, Naruhito juró “actuar de acuerdo con la Constitución (…) y orientar siempre mis pensamientos hacia el pueblo, y estar junto a él”.
Solamente el 22 de octubre Naruhito y la emperatriz aparecerán vestidos con los elaborados ropajes tradicionales japoneses para una ceremonia en el Palacio, antes de un desfile por la capital.
Educado en Oxford, Naruhito tiene por delante la difícil tarea de continuar el legado de su padre y al mismo tiempo aproximar la corona japonesa de la población, sin renunciar a las centenarias tradiciones ligadas al Trono del Crisantemo.
También ha hecho referencia a la necesidad de modernizar la familia real. Al casarse con Masako (quien dejó de lado una promisora carrera como diplomática), Naruhito se comprometió a defenderla “a cualquier costo”.
Ella, sin embargo, encontró dificultades para adaptarse a la vida del palacio real, incluyendo la extraordinaria presión sufrida por un heredero.
Naruhito y Masako tienen una hija, Aiko, de 17 años, quien no podrá heredar el trono por ser mujer.
Naruhito, en tanto, ascendió al trono en circunstancias muy diferentes a las que existían cuando su padre se tornó emperador, en 1989.
En esos años, Japón era una de las máximas potencias económicas del mundo, y su poderío tecnológico era la envidia de cada nación industrializada del mundo, con una bolsa de valores que exhibía resultados difíciles de igualar.
Pero luego de una “década perdida” después del estallido de esa burbuja, Japón aún está empantanado en una lucha contra la deflación y un tímido crecimiento, al tiempo que su población exhibe un elevado promedio de edad.