Daniela González vivía en Concepción cuando tenía 13 años y, entonces, su abuelo murió. Era el año 2011 y ella aún no componía ni una de sus canciones que hoy alcanzan 40 mil visitas mensuales en Spotify. No son muchas, es verdad, los artistas de su generación que hicieron carreras en la capital chilena o que ya firmaron contrato con alguna disquera internacional son capaces de multiplicar por cien ese número, como es el caso de la trapera Paloma Mami. La lista top de esta plataforma musical, en 2018, ubica entre lo más cercano al indie pop chileno a Mon Laferte, Gepe o Los Bunkers, pero, ¿lo son realmente?
El hecho es que la Daniela del 2011, la que aún no había decidido incursionar en ese género musical que el crítico español Diego Manrique aseguró tiene su peor caricatura en una “música tocada y cantada con desgano”, se encerró en su pieza, tomó el piano, el instrumento que desde siempre le fascino, y tarareó unas letras con sonidos o algo así.
Ocho años después, el productor de su primer EP, el músico y compositor, Javier Barría, me dirá que lo que más le sorprendió de Daniela fue su capacidad para componer melodías vocales, ese mecanismo expropiado de los pájaros y que el escritor estadounidense Thomas Harris define como una “suerte de queja del día”. “No es un despertar feliz”, dice Harris, y Daniela dirá que es una forma de adquirir “conciencia con el cuerpo”. Cantar es eso, me dijo, “una especie de resonancia, dejar que la voz rebote en ciertas cavidades del cuerpo y que produzca algo”.
Gregorio, su abuelo, jamás escuchó una composición suya. Solo a veces y en los días en que Daniela vivió en su casa, alcanzaba a oír la vibración del piano y de su voz a través de la pared que separaba sus habitaciones. Gregorio era sordo, además; usaba audífonos especiales. El día que murió, Daniela compuso la primera canción que aparecería en su disco Trino ocho años más tarde. Desde el funeral, la mantendría en silencio hasta cuando tuvo que grabar el disco una vez instalada en la capital definitivamente. Es más, poco antes de la presentación pública del disco en Matucana 100, Daniela me confesó haberla ensayado una sola vez por completo; las otras, solo tocaba el piano y repetía la letra en su mente.
“La soledad no es no tener / es olvidar pertenecer”.
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Conocí la música de Dulce y Agraz a mediados el año 2018 y en una lista de reproducción de Spotify que una amiga me compartió y que tituló “Viernes valiente”. Pero Daniela González era dulce solamente en la letra de la canción que mi amiga había incluido en una lista que decía escuchar cuando los viernes coincidían con la felicidad o la armonía. Casi a los pocos días de haber escuchado “Me reparto en ti”, decidí enviar el enlace del vídeo a mi hermana menor, Romina, que estaba en Perú y que en el verano allí me había confesado tener su primer novio.
Romina, de trece años, enganchó increíblemente con las letras de Dulce y Agraz, y yo le dije, o pensé, que esperaría paciente el instante en que su corazón sea roto por primera vez para así intercambiar todo mi arsenal de letras y melodías escondidas en otra lista a la que me sumé y que titulaba “Pa’ llorar con españoles”.
Se hizo fan mi hermana de Dulce y Agraz, por completo. De alguna forma, pese a mi advertencia, aceptó valiente la inercia hacia la desolación como un riesgo implícito del amor. Daniela González, el rostro detrás de Dulce y Agraz, declaró en su primera entrevista, en Radio La Clave: “Me gusta usar ese contraste, melodías armónicas y dulces con letras más o menos nostálgicas”. Tenía 16 años en ese entonces, tres más que Romina cuando la conoció y los suficientes como para llegar a la otra orilla, a lo agraz. Por ese entonces, también, Daniela aparecía fotografiada en los bosques de su natal Concepción, vestida siempre en tonos pasteles y con algunas flores cubriendo su chasquilla o regadas en la grama. Un detalle no menor que notaría e intentaría cambiar la que hoy es la fotógrafa que más la ha retratado y que, además, ilustraría su primer disco, Valentina Palavecino.
Durante aquella entrevista, registrada a través de un vídeo de YouTube, sonó de cortina la misma canción con la que yo conocí su música y que terminó por convertir a Romina en su fan. Entonces, yo le prometí a Romina contactarla algún día y escribir sobre ella.
“Déjame despacio, lento sobre tu cama / los recuerdos veremos aquí, dormidos sobre la almohada”.
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Daniela tiene el cabello pintado y apenas le toca los hombros. Sus cejas son anchas y su mirada triste. El día en que la entrevisté me citó en un café del barrio Italia, muy cerca de donde actualmente también dicta clases de canto, y completaba su look, de jeans y suéter fucsia, con un collar bordado a mano y que ha lucido en diversas entrevistas, ensayos, firmas de discos en este mes, hasta el día de la presentación en Matucana 100.
Daniela: “Al principio se me coló el miedo de esperar el éxito, que se llene y sea la sensación del momento, ahora solo significa un evento ceremonioso para mí”.
Queda poco menos de una semana para la presentación oficial de Trino y Daniela Gonzáles está tomando clases de baile, además. Incluso, lo de comenzar a dar clases de canto fue por un trato que hizo con una amiga. Clases de danza a cambio de las de canto. A un año de haberlas recibido, Daniela dice ahora poder detectar frases en una coreografía tal y como el resto las detectamos en un poema o en la música.
Hay incertidumbre, también, sobre todo de sus fans. Trino, un disco publicado en noviembre de 2018 y que cuenta con once canciones, se ha nutrido de la colaboración de otros artistas contemporáneos a Daniela. Aunque con Francisco Victoria regrabó el tema “No me alcanza” luego del lanzamiento del disco, la edición latinoamericana de Noisey calificó la colaboración como “tres minutos de potencia vocal y desolación afectiva”; mientras que, por otro lado, con Trinidad Riveros, Princesa Alba, incluyó el tema “Nada que temer” y se ha convertido en la segunda canción más escuchada de todo el disco.
Nadie sabe si ambos estarán el día de la presentación.
A Javier Barría, productor del primer EP de Dulce y Agraz, le pregunté una vez qué características compartía Daniela con los artistas de su generación y él me respondió que eso a lo que yo llamaba “generación” era un reducto de los artistas exitosos de Santiago y que, por ese detalle, encontraba más diferencias que similitudes en Daniela con músicos como Princesa Alba, Gianluca o DrefQuila.
“¿Qué es el indie?”, ¿recuerdan la pregunta?, eso que partió grabándose en compañías independientes y que posteriormente fue tomando una estética recogida del rock, del pop y del punk, para muchos críticos capitalinos está ausente en las listas top de Spotify y a cambio, quién sabe, nos ha dejado un nuevo outsider: el trap.
Para Barría, la combinación ideal en la música actual tiene que ver con la unión de un hit y una buena imagen. Valentina Palavecino, directora de fotografía en muchos de los videos hits de artistas de trap que no pasan de los veintidós años y que suman miles de reproducciones en YouTube, como Gianluca o Princesa Alba, coincide con eso.
Valentina: “Spotify funciona con singles sueltos, esto de esperar como por doce canciones resulta un tanto impensado porque estamos en un mundo donde todos sacan música a cada rato. Hay artistas que están apostando por discos conceptuales, pero siempre va el single antes de.
Yo: “¿Cuál consideras que es el hit en Trino?”
Valentina: “Creo que es Súbitamente”.
Súbitamente es hoy la canción de Trino con más reproducciones en el YouTube. En un análisis del disco en el sitio web larata.cl, Daniela había confesado no haber querido incluirlo en la selección final porque creía que la letra proyectaba algo del amor romántico que ya no la representaba, pero desistió finalmente y para Valentina fue un acierto.
Ella misma le propuso grabar un vídeo para ese tema y utilizarlo para proyectar algo más que el mero amor romántico. Entonces, bajo la dirección de Camila Grandi, hicieron un casting de parejas diversas y la condición era solo besarse frente a cámaras.
Valentina: “No tenía que ser un amor romántico, sino un amor que acepta, que puede ensancharse y que no juzga. Ella se aceptó a sí misma, finalmente, con todo lo que había pasado y recorrido, y si bien no era como una radiografía calcada de lo que vivió, si era una metáfora”.
“Y súbitamente estoy desvanecida / me acostumbro al calor / y a la vez me voy / me cubro la herida”.
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En noviembre de 2017, a dos años después del lanzamiento de su EP, Daniela confesó para la serie “Cuando ella habla, escucho la revolución”, del sitio web potq.cl, haber sido víctima de manipulación y violencia en su relación con el director de teatro, Jimmy Valenzuela. Por esos años, ella vivía aún en Concepción y juntaba dinero para mudarse completamente a Santiago, realizando encuestas de análisis del Poder Judicial o el Servicio de Impuestos Internos.
De los años en los que formó parte de su primera banda, “No te dispares a los pies”, Daniela asegura haber conocido las consecuencias de trabajar en un proyecto underground. Algo sí le quedó claro después de esa etapa en la que asegura no haber sentido “la presión del éxito”, “ya no quería tocar por la buena onda, no quería llevar la batería en la micro”.
Pero su historia con el canto empezó mucho antes. Una vez, publicó en su canal de Soundcloud, que aún mantiene activo, una canción que grabó cuando aún no pasaba de los diez años. “Siempre me traiciona la razón y me domina el corazón / no sé luchar con el amor”, entona allí Daniela sobre una pista de karaoke de Camilo Sesto y con uno de esos micrófonos con abundante efecto reverberante. Su madre, Marta Mella, fue compositora de canciones infantiles, pero además es asistente social y siempre quiso que su hija terminara el colegio con el ritual de la fiesta y el diploma. “Se lo imaginó toda su vida y yo no lo quería”. A cambio y luego de haber conocido gente que hacía lo mismo en un conservatorio, Daniela terminó la media a través de exámenes libres y se pasaba los días componiendo las primeras canciones para su EP. Las versiones de esos temas están subidas también en su canal de Soundcloud. Una de ellas, “El peso de mi pedal”, se la envió a un cantante santiaguino que admiraba, Javier Barría.
“Aluciné con su canción”, me dijo Barría. Trabajaron un par de meses con audios de ida y vuelta, y luego él viajó a Concepción para la grabación final del EP. Fue un compilado de cinco temas cuyo primer single, El peso de mi pedal, fue estrenado en YouTube el día del cumpleaños número 16 de Daniela. Ese día, ella se recuerda aún en su colegio y obsesionada con actualizar las visualizaciones del vídeo. 2 mil a las 11:30, 5 mil al medio día; Daniela no sabría que en un par de años se convertiría en la artista más escuchada de la región del Biobío, según Spotify. Una vez, un periodista le preguntó por las personas que le acompañaron para concretar su EP. “Porque, claro, es obvio que a tu edad no lo haces tú sola”, le dijo. Daniela dice que no le molesta que se enfoquen en su edad, pero que detesta el paternalismo.
Valentina Palavecino escuchó ese EP cuando participaba como oyente de las tocatas de Concepción y dice haber conectado con Daniela porque tenían la misma edad. Pero creció también y se dio cuenta del rol al que la prensa la había condenado: la edad, las flores en la grama, la sonrisa siempre y los tonos pasteles. Entonces, años más tarde, cuando se enteró de que Daniela ya vivía en Santiago, le propuso sacarle una fotografía para un fotolibro que construye y que reúne retratos de músicos chilenos.
Daniela estira los brazos y encoje las piernas sobre unas sábanas desordenadas. Hay una máquina de escribir con papeles a un costado y el gato de Valentina mira directo a la cámara. La fotografía que sacó Palavecino fue tomada en el living de su propia casa y está inspirada en una fotografía de Patti Smith.
“Vi algo en la personalidad de la Dani que ya no era tan suave y se estaba empoderando”, me dijo Palavecino. El cambio del que habla, lo comprobé el día en que Romina, mi hermana, vio la fotografía y me preguntó: “¿Por qué la Dulce y Agraz no se depila las axilas?”. No recuerdo lo que le respondí, pero es justo que se lo haya cuestionado.
Romina continuó: “A mí a veces me da pereza depilarme las axilas, pero mi papá me ha dicho que tengo que hacerlo”.
“Cómo mirarte sin desarmarme / cómo abrazar sin ser indolente / borrar así, de repente, lo que duele para siempre”.
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Horas antes de la presentación de Trino, programada para la noche del 2 de mayo en el local de Matucana 100, Daniela aparece en una storie de Instagram intentando abrir un licor espumante y se deja ver Francisco Victoria a su costado. La presentación de Trino, me dijo ella, era una especie de cumpleaños porque “les pongo etapas a mis discos”. Para cerrar la del EP, por ejemplo, organizó un concierto al que tituló “Adiosito EP”. En esos años, entre Concepción y Santiago, vivió hasta en tres casas y terminó de componer lo que sería Trino en un departamento cerca al metro Tobalaba y con vista al Costanera Center.
“Creo que siempre partí de la letra”, me dijo Daniela sobre su proceso de composición. Siempre ha intentado definir lo que hace como “música poesía” y no menciona ni al indie ni al pop, menciona a los poetas contemporáneos que lee ahora: Fabián Burgos, Julieta Marchant.
Daniela: “No estoy a favor del amor romántico, pero lo viví y lo sigo viviendo a veces”.
Y eso, que de a pocos es nostalgia, fue un espejo en su primer EP: su primer novio y su mejor amigo a la vez, amar al límite y caer de pronto. Pero en Trino cambió de rumbo totalmente y no se refiere exactamente a los residuos de una relación que denunció. “Son todas las cosas que te van quebrando de a pocos, la crianza que me quebró, los comentarios de hombres estuvieron antes de esa persona y que no necesariamente fueron mis pololos”.
Los colores pasteles, finalmente, fueron mantenidos por Valentina Palavecino en la portada del disco. Además, colocaron una mesa dorada que, según la fotógrafa, aparenta dar impulso a Daniela. Ella, mientras tanto, alza los brazos y es atravesada por una bandada de aves y una luz circular que la convierte en la encargada de repartir un mensaje.
La noche de la presentación de Trino, Palavecino, como en múltiples presentaciones, fotografió todo el evento y dice no haber hablado casi nada con Daniela ese día. “Yo estaba con otro lenguaje”. A Daniela, dice, no le gusta estar sola antes de sus presentaciones y “creo que se roba un poco la energía de quienes la acompañan antes de subir al escenario”.
En septiembre del 2018, Palavecino acompañó a Daniela a un concierto en Argentina y poco antes de su presentación en Niceto Club, cuando estaban en el ascensor del edificio, recordaron haber olvidado las llaves dentro del departamento. “No nos importó”, me dijo la fotógrafa, entregó el show de su vida y al día siguiente Palavecino la retrató cruzando una calle bonaerense, soltando una carcajada y levantando una pierna.
Dulce y Agraz aparece en el escenario del M100 atravesando la misma luz en círculo estampada en la portada de su disco. Su sombra proyectada se desliza al ritmo de su canción “Bajo tus ojos” en una versión que días antes definió para la prensa como ambient soft. Entre esa y la próxima canción, Daniela hace una pausa y repite con voz quebrada: “Me conmueve demasiado verlos aquí, porque Trino es un disco muy personal”.
Yo: “Por estos días has dicho que Trino es un manifiesto, ¿intentas proyectar algún principio allí?”
Daniela: “La declaración de principios más consciente que tengo ahora es no renunciar ni evadir a las emociones negativas, eso es parte de la vida de todos. He tratado de reflexionar sobre el dolor como una oportunidad y una suerte de lección”.
Tras un intercambio de luces, en medio de la canción Duele, aparece su grupo de coristas en donde se destaca la cantautora Yorka Pastenes.
“Tengo heridas florecidas y unas costras que han secado”, repite Daniela, y yo pienso en Romina y en los días que se vienen y que son inevitables.
Nada importa. El público adolescente está de pie en el M100 y Daniela repite, como un susurro, un trino que es ahora una promesa: “Cuando el dolor abre un espacio / entra vacío queda un hallazgo”.