La diputada Gael Yeomans anunció en exclusiva en Radio y Dario Universidad de Chile que introducirá una indicación al proyecto de ley de reducción de la jornada laboral a 40 horas, presentado por un grupo de diputados a contrapelo del Gobierno, para que se considere en ese cuerpo legal el llamado “derecho a la desconexión”, un concepto acuñado en Europa, donde en algunos países se reguló el abordaje de jefes y empleadores hacia trabajadores fuera de la jornada laboral.
Es curiosa la paradoja de las nuevas tecnologías. Se supone que concurren para liberarnos, pero -en un sentido distinto al del pasado- nos eclavizan. No tenemos que dedicar un día entero a lavar ropa, como lo hacían nuestras madres y abuelas (todas mujeres, por la acción del patriarcado). No tenemos que caminar 15 kilómetros diarios o mucho más como los antiguos nómades o quienes vivieron luego en zonas rurales. No tenemos que ir al banco o a la tienda a pagar una deuda (basta con apretar un botón). No tenemos que ir al estadio o al teatro a comprar antes las entradas para un partido o un concierto (basta con apretar un botón). Podemos comprar comida hecha, comer tomates en invierno, paltas en verano, demorarnos 1 hora y media a Valparaíso y no dos días; o 11 horas a Madrid y no un mes en barco, como antes.
Todo parece mucho más fácil, pero estamos cansados ¿qué nos está pasando?
En su libro La sociedad del Cansancio el filósofo coreano del sur Byung Chul Han, publicado hace algunos años pero plenamente vigente, explica cómo en su consideración hemos pasado de ser “sujetos de obediencia” a “sujetos del rendimiento”. La sociedad disciplinaria, descrita por Foucalt, es aquella donde a través de la prohibición y de la imposición se nos obligaba a hacer cosas. Contra ella se rebeló gradualmente el movimiento sindical para poner límites a la situación de casi esclavitud que vivían los trabajadores luego de la Revolución Industrial. La jornada de ocho horas sobre la cual se discuten hoy los dos proyectos laborales en Chile no fue obra del Espíritu Santo, sino consecuencia de la la reivindicación del movimiento obrero por la reducción de la jornada laboral y el establecimiento de las ocho horas de trabajo diarias o 48 horas a la semana, ya que recordemos, para entonces la demanda era descansar apenas un día y trabajar seis días a la semana. Esta acción colectiva fue conocida también como el Movimiento por la Jornada Reducida, como respuesta en principio a las penosas condiciones de trabajo en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII.
El 8 de junio de 1847, en Inglaterra, recién una ley terminó por conceder a mujeres y niños la jornada de diez horas. Los obreros franceses apenas conquistaron una jornada de 12 horas después de la revolución de febrero de 1848. La Asociación Internacional de los Trabajadores definió como reivindicación central la jornada de ocho horas, a partir de su Congreso de Ginebra en agosto de 1866, declarando que la limitación legal de la jornada de trabajo era una condición previa sin la cual fracasarían todos los otros intentos de mejoras y la emancipación misma de la clase obrera.
Podríamos seguir, porque la sucesión de hechos a mencionar es mucho más larga y penosa, para ilustrar los enormes esfuerzos y sacrificios que supuso la delimitación de la jornada laboral. Por eso, llama la atención que casi sin resistencia, casi sin que nadie se hubiera dado cuenta, ese significativo y extenso momento de la historia haya sido desbaratado por el solo hecho de tener los llamados “teléfonos inteligentes” en nuestros bolsillos. Quien sabe cuántos millones de veces han sonado llamadas o mensajes de whatsapp mientras se está con la pareja, en el cumpleaños de los hijos, en un carrete con los amigos, en medio de un recital o de un partido de fútbol. Y lo realmente increíble es que es el trabajador el que se reacciona con sentimiento de culpa por no poder contestar. Y su vivencia queda condicionada desde entonces hasta que finalmente lo hace.
No se trata de soslayar que en todos los rubros y tipos de organización hay graves imprevistos y urgencias que pueden requerir a trabajadores fuera de su horario laboral. La pregunta es cuántas de las llamadas y mensajes recién descritos trataban sobre asuntos que perfectamente pudieron esperar para el día siguiente. La respuesta segura es: la abrumadora mayoría.
El cambio tecnológico está basado en un cambio de época, también descrito por Byung Chul Han, al describir nuestra subjetividad contemporánea como la de “sujetos del rendimiento”. Es decir, personas que a través de la adopción de la creencia que somos emprendedores que debemos todo a nosotros mismos, nos empujamos a auto-explotarnos sin que necesariamente haya un jefe haciéndolo. Así, nos parece hasta natural que nos llamen o escribimos fuera de la jornada laboral y muchas veces somos nosotros mismos quienes lo propiciamos.
Esto, si nos detuviéramos colectivamente a analizarlo, está mal y debe ser corregido. La necesidad de dedicar más espacio al esparcimiento, al ocio y a nuestros seres queridos no solo requiere de la reducción de la jornada laboral, sino también de que nos podamos desconectar. No cabe duda que el anuncio exclusivo en nuestro medio de la diputada Yeomans generará una enorme controversia, como ya lo hizo en Europa cuando se discutió políticamente, especialmente porque se incorpora a un proyecto que ya produce urticaria. Pero abrirá un debate enormemente interesante y necesario.