La sorpresiva e irrefrenable fuerza del proyecto de las 40 horas

  • 03-09-2019

De una manera bastante asombrosa y en buena parte debido a los errores no forzados del Gobierno, el proyecto de ley de la jornada laboral de las 40 horas se ha convertido, probablemente, en el más emblemático de este año, hasta el punto de estar presente en las sobremesas, en los matinales y por supuesto de manera destacada y cotidiana en los medios informativos. El Gobierno ha tratado de embestirlo de muchas maneras, los diarios del duopolio han sido portadores de la campaña del terror y además ha debido avanzar en medio de las severas divisiones en la oposición, pero como en las artes marciales donde la fuerza ajena se transforma en fuerza propia, el proyecto se ha robustecido legislativa y políticamente y entre ayer y hoy saltó la primera valla en la Cámara de Diputados.

En los días previos hubo nuevos ataques para bajar la iniciativa. Se trató de instalar la idea de su supuesta inconstitucionalidad, hasta el punto que ayer El Mercurio tituló con un elocuente “Reducción de la jornada laboral a 40 horas impactaría en las arcas fiscales en hasta US$2.400 millones”, portada cuyo contenido posterior fue rebatido durante el día, al punto que pasó rápidamente al descrédito y hasta la sorna en los análisis y posteos en las redes sociales. Las argumentaciones del ministro del Trabajo, Nicolás Monckeberg, le han hecho adicionalmente un flaco favor a la propia causa gubernamental, desde su traspié en un matinal hace algunas semanas hasta su exposición ayer, donde incluso llegó a afirmar que Chile podía haberse impedido de jugar la Copa América si se aprobaba el proyecto. Lapidariamente, el diputado socialista Marcelo Díaz se refirió al desempeño de ayer de Chile Vamos y el Gobierno como “un circo pobre”.

En la perspectiva de llevar el análisis a una dimensión más integral y de largo plazo, algunos analistas y dirigentes han planteado que la discusión sobre la jornada laboral no se puede separar del debate sobre la productividad e, incluso, sobre la conversión de los puestos de trabajo como consecuencia de la revolución tecnológica. Efectivamente se trata de dos debates centrales: si nuestro país tuviera políticas de Estado prospectivas deberían formar saludablemente parte de la discusión. Sin embargo, sabemos que en ambos casos Chile ha llegado tarde y mal y, por lo tanto, es extemporáneo precipitar su discusión ahora, como consecuencia de este proyecto puntual, puesto que puede llegar a ser interpretado como una excusa para no discutir el mérito de la reducción de la jornada laboral.

Toda esta dinámica de asertividad de los diputados promotores del proyecto y del errático desempeño político y comunicacional del Gobierno ha llevado a una extraña corriente de enorme popularidad hacia esta iniciativa, en un contexto de desidia ciudadana generalizada y en donde los noticiarios televisivos suelen hablar de cualquier cosa, menos de los proyectos de ley que se discuten en el Parlamento. Aquí no ha sido así: todas las encuestas, incluso las de la derecha, demuestran un altísimo nivel de apoyo en un país donde no solo se trabajan muchas horas, sino en ciudades desreguladas donde las personas deben recorrer muchos kilómetros y ocupar mucho tiempo en llegar a sus puestos de trabajo. Por último, debemos mencionar la desigualdad de género involucrada por la desigual carga de deberes entre mujeres y hombres fuera del espacio laboral formal.

En estas circunstancias el proyecto ha sorteado la Comisión de Trabajo de la Cámara y se muestra hoy como una bola política que crece y avanza sin que los obstáculos le frenen. El Gobierno podría recurrir a las medidas que ha amenazado para frenar su tramitación, pero esto solo podría agudizar su impopularidad en este tema. Quizás llegó el momento de dejar de nadar contra esta enorme corriente ciudadana y buscar una nueva estrategia.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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