No es necesario tratar de elegir cuál es el factor más relevante que ha estado en juego durante la fallida acusación constitucional contra la ministra de Educación, Marcela Cubillos. Si el mérito mismo de la presentación, si el desempeño de la dignataria, si la incapacidad de la Oposición de ponerse de acuerdo o si el rol de la Democracia Cristiana, que para algunos ha terminado por cruzar la línea roja hacia el oficialismo. Todos estos factores han estado entrelazados y afectados de manera importante por los acontecimientos de las últimas horas, por lo que no podemos considerar éste como un mero acontecimiento en el devenir político y parlamentario del año en curso.
Respecto al mérito mismo de la presentación, hubo un debate intenso durante las semanas precedentes en el que, en primer lugar cronológico, participaron constitucionalistas que tendieron a estar solo parcialmente de acuerdo o en franco desacuerdo con los fundamentos de la acusación. Esta tendencia llevó a algunos a afirmar que se trataba de una decisión injusta o equivocada, sin tener en consideración que al ser ésta una atribución que en todas las constituciones que ha tenido Chile ha recaído en el Parlamento, adquiere una connotación inevitablemente política. Baste para ello recordar el periodo donde más acusaciones se presentaron en la historia de Chile, que fue el gobierno del presidente Salvador Allende, donde once altos funcionarios llegaron a ser destituidos en los apenas 1.000 días de la Unidad Popular. O los últimos 15 años, donde otros dos ministros de Educación, Yasna Provoste y Harald Beyer, fueron destituidos en medio de un debate que nunca fue puramente constitucional.
Sobre el desempeño de la ministra Cubillos, el análisis se debe realizar en el contexto de que ésta es la cartera, probablemente, más conflictiva de la política chilena. La lista de ministros y ministras renunciados y destituidos es larga. Alguna vez la ministra Carolina Schmidt, que era la mejor evaluada en el Sernam, pasó en una sola medición a ser la peor evaluada por el solo hecho de cambiarse a Educación. Pero en medio de esas coordenadas hay que señalar también que la actual ministra se ha caracterizado por una evidente dureza e intransigencia, que ha arrastrado al Gobierno a agudos conflictos como el que por semanas le enfrentó con los profesores. Marcela Cubillos siempre ha cultivado un perfil firme y de determinación ideológica, por lo que deberíamos deducir que el Ejecutivo tomó deliberadamente la decisión de enfrentar la cartera de esa manera, justo cuando debían implementarse algunas de las tímidas y trabajosas reformas forjadas durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet.
La incapacidad de la Oposición de ponerse de acuerdo en cuestiones fundamentales acumula ya a estas alturas una larga lista. Una tendencia. Es así no más y no conviene rasgar vestiduras para efectos del análisis. Son varias oposiciones y no basta oponerse al gobierno de Sebastián Piñera para tener algo sustantivo en común. La pretensión de una sola oposición, y cohesionada, data del trauma de que Chile necesita grandes mayorías para dar gobernabilidad y, también, del sistema binominal que dividió durante décadas a la política chilena en un solo río. Es hora de salir de un trauma que ya es viejo y también de darse cuenta que el cambio del sistema electoral parlamentario produce diversidad, que es la que se expresó ayer durante la acusación. Cuento aparte es qué llevó a algunos individuos a votar contra la voluntad mayoritaria de su sector: para ello las explicaciones han ido desde lo más noble a lo más espurio.
Por último, es evidente que la Democracia Cristiana ha caído en la tentación de usar el lugar de la fuerza dirimente en la correlación entre el oficialismo y el resto de la oposición. Esa posición, que alguna vez usó el senador Carlos Bianchi en la Cámara Alta, otorga un alto de poder de negociación y pone a quien lo ejerce en el centro del sistema político. Es difícil negarse a estar ahí. Pero este derrotero de la Falange no puede interpretarse solo a la luz de esta coyuntura, pues desde años se viene dando un desafecto entre la DC y otras fuerzas más próximas al progresismo. Fue muy extraño, por ejemplo, que durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet personeros como el senador Andrés Zaldívar afirmara que “el hecho de tener mayoría no nos obliga a usarla”, que el entonces presidente del partido, Ignacio Walker, sostuviera que “no estamos obligados a cumplir el programa” o que Jorge Burgos fuera el único ministro del Interior de oposición que recuerde la historia política reciente. Hay que entender este proceso, por lo tanto, en el marco del próximo debate sobre la política de alianzas, puesto que el mismo segundo gobierno de Bachelet demostró ser demasiado amplio para la ejecución de un propósito. Así, al final todo se multiplica por cero.
La acusación se cayó y la Ministra se salvó, pero los coletazos de lo ocurrido ayer recién comienza. Por si todos los factores comentados fueran pocos, se nos impone constatar que las coordenadas ya no son las de siempre. Sabemos meridianamente qué es y dónde está la derecha, pero ignoramos qué es y dónde está el centro. Y para qué hablar de la izquierda.