149 páginas tiene Latinoamérica es grande. La ruta internacional de Los Prisioneros (Santiago Ander), libro que acaba de publicar el músico y productor Cristóbal González acerca del impacto que el trío tuvo en diferentes regiones del continente.
Construido como un relato “polifónico”, el volumen revisa cada uno de los viajes y giras que Los Prisioneros hicieron a países como Uruguay, Argentina, Perú, Colombia, Venezuela y México, en sus dos etapas de actividad.
En cada capítulo se recogen archivos de la época y recuerdos que los propios Prisioneros han compartido en ocasiones anteriores, pero también testimonios de músicos, escritores o productores que conocieron a la banda en esos mismos países.
El productor uruguayo Alfonso Carbone, el músico argentino Guillermo Goy Ogalde (Karamelo Santo) y el escritor peruano Martín Roldán Ruiz, por ejemplo, dan cuenta de las apariciones del grupo en escenarios diversos: el festival Montevideo Rock, el concierto de Amnistía Internacional en Mendoza o la limeña Plaza de Toros de Acho, agitada por un pogo polvoriento.
“Quise dejar que esas personas hablen. Al leerlos a ellos, vemos a Los Prisioneros a través de una mirada internacional, leemos a personas que hablan de lo que significó la banda desde sus lugares”, explica González.
Ex miembro de Santo Barrio y actual representante de Santaferia, el propio González vivía en Caracas cuando el grupo liderado por Jorge González llegó a presentar su disco Corazones (1990).
Hasta ese ya lejano Festival de Rock Iberoamericano realizado a fines de 1991, de alguna forma, hay que remontarse para entender el origen del libro: “Cuando volví a Chile, en 1995, le contaba a mis amigos que allá había una escena de rock, que había visto a Los Prisioneros, y nadie me creía”, dice González.
“La gente asociaba Venezuela con las Miss Universo, con el petróleo, con las teleseries, con el Puma Rodríguez, pero no cachaban que había una escena underground y que Los Prisioneros habían tenido una gravitación dentro de ese circuito, porque acá nunca se contó esta historia, ni antes, ni durante ni después”, sostiene.
Por otra parte, el libro permite entender la recepción dispar que tuvieron Los Prisioneros más allá de las fronteras chilenas. En Uruguay y Argentina, por ejemplo, su impacto fue acotado y matizado por críticas negativas; en Perú, en cambio, sus canciones calaron incluso antes que viajaran a hacer conciertos.
¿Por qué? “Somos países vecinos, mucho más parecidos de lo que creemos en muchas cosas”, responde Cristóbal González. “Ellos tenían realidades distintas a las nuestras en ese momento, pero la lírica de Jorge González tiene esa universalidad y atemporalidad. La gente hizo suyas esas canciones en Perú y siguen siendo muy queridos”.
Autor de otras dos publicaciones en torno a Santo Barrio y Santaferia, González cree además que la ruta de Los Prisioneros a través del continente estuvo teñida de cierta épica, entre carteles compartidos con Sting y Peter Gabriel y actuaciones manchadas por piedrazos o rencillas en camarines: “Hay que entender el contexto. Inicialmente son tres amigos que tienen un interés común y aprenden a tocar, se animan y acompañan hasta que le dan forma a esto”, valora.
“Después llegaban a festivales internacionales y se encontraban con bandas y staffs, principalmente argentinos, que eran muy fuertes y consolidados. Querían marcar su predominancia en el mercado, pisar fuerte, y eso significaba que muchas veces no alcanzaban a probar sonido o quedaban desfavorecidos con los horarios. Pese a todas esas dificultades de gestión, económicas, técnicas, finalmente se instalan como referentes”, concluye.