La crónica tozudez del presidente chileno Sebastián Piñera, su escasa pericia política y el divorcio absoluto del conglomerado de partidos que lo apoya – pero también la gran parte de la oposición – respecto a dar solución a las reivindicaciones sociales, tienen hoy sumido en crisis al sistema político del país austral.
La peor crisis desde el inicio del proceso democrático tras la derrota de la dictadura militar y que se acrecienta con un gobierno soberbio, inepto e incompetente como el de Piñera, que muestra conductas propias de personas con discapacidad visual y auditiva, pero no mudez. Y cuando esa falta de silencio vocal se propaga con su incontinencia verbal, exhibida y criticada por su propio sector, le suele jugar en contra al sostener que está en guerra contra millones de chilenos que están en la calle. Sumado al coro de ministros, voceros y parlamentarios, que tratan infructuosamente de defender una obra inexistente, una empresa que jamás se ha concretado, sólo parafernalia.
La Juventud señala el camino
Estas semanas han sido la muestra absoluta del divorcio y agotamiento de una forma de hacer política bajo una práctica instalada por todos los partidos, que han sido parte de los diversos gobiernos del duopolio instalado en el país desde el año 1990.
Un duopolio que ha creído que el país era una empresa y bastaba el ejercicio del directorio para que las medidas que se tomaban se llevaran a cabo por una población servil, una sociedad de borregos que agachaba el lomo en forma indigna. Una sociedad que soportaba burla tras burla de ministros que creen que los ciudadanos son empleados de algunas de sus empresas. Una sociedad, que de la mano de la clásica y sana rebeldía y coraje de la juventud le dijo ¡no más! al gobierno cuando quiso alzar las tarifas del metro de Santiago (el ferrocarril subterráneo con una de las tarifas más caras del mundo) que es utilizado por cerca de tres millones de chilenos cada día.
Una respuesta lógica cuando el Ministro de Economía Juan Andrés Fontaine señaló ante esta subida “El que madrugue será ayudado, de manera que alguien que sale más temprano y toma el metro a las 7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy”. No contento con ello el Ministro de Hacienda Felipe Larraín sostuvo, ante las críticas al aumento de los precios de bienes y servicios básicos. “Para los románticos (…) que las flores han tenido un descenso en su precio: Así que los que quieran regalar flores en este mes, las flores han caído un 3,6%”.
Esa juventud, principalmente estudiantes secundarios comenzaron a evadir el pago de este medio de transporte generando una ola de imitaciones a lo largo de todas las líneas del metro, sacando a la policía militarizada a la calle, con declaraciones del gobierno tratando de delincuentes a esta juventud y definiendo, finalmente, el jueves 17 de octubre cerrar las estaciones del metro dejando a decenas de miles de personas sin forma de llegar a sus casas, que comenzó a exteriorizar lo que estaba latente: rabia, indignación, impotencia que explotó en millones de gritos.
Fue el comienzo de una jornada que lleva ya cinco días de manifestaciones, de irritación, de indignación que se acrecentó con el nuevo desatino del gobierno de decretar primero: ley de seguridad interior del Estado, el viernes 18 Estado de Excepción y el sábado 19 de octubre declara Toque de Queda, como no se había vivido desde la dictadura militar. Es decir, 30 años en la cual el país vivió sin tener presente esta medida extrema y lógicamente con una juventud nacida posterior a ella, que increpa a los uniformados porque se trata de una juventud nacida en democracia, con todas sus imperfecciones y que exige su derecho a manifestarse a denunciar lo que considera abusos por parte de la autoridad y que les toca directamente como es el tema de la educación. Una juventud que visualiza en sus propias casas los efectos de un “milagro económico” chileno que sólo ha dado bienestar a una parte pequeña de la población. Jóvenes que perciben un futuro gris. Según el último Informe llamado Panorama Social de América Latina elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 1% con más ingresos en el país posee el 26,5%, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1% de la riqueza neta del país.
El gobierno del presidente Sebastián Piñera Echeñique ha hecho oídos sordos al clamor ciudadano, que va más allá de terminar con el alza del transporte, sino que se adentra en reivindicaciones destinadas a cambiar la estructura del modelo: reforma tributaria que deje de favorecer a los más ricos del país, trabajar por un sistema de pensiones que no deje a la capitalización individual la jubilación de los chilenos y chilenas. Una educación donde la equidad sea el fundamento y no aquella donde siga privilegiando a un sector mínimo de la población. Un sector de salud donde no exista un servicio para ricos y una para pobres donde sólo el año 2018 han muerto 26.700 mil chilenos y chilenas por no poder concretar una operación. Millones que no tienen acceso a especialistas, a fármacos, a un tratamiento completo que mejoren sus expectativas de vida.
Las manifestaciones que se están dando, unida a acciones de saqueos y delincuencia en múltiples ciudades del país austral, es la muestra del ocaso de un modelo político-económico que ya no da ancho, que se ha agotado, que no tiene bases, no hay sustento ideológico, moral ni político para seguir manteniendo en pie este arquetipo denominado neoliberal.
Realidad reconocida incluso por personeros de la propia derecha como el ex alcalde de Puente Alto y ex candidato presidencial Manuel José Ossandón quien llama a crear una “derecha social” e incluso formar un gobierno de consenso. “Mí sector está tomando esto como un tema solo de delincuencia, un tema de violencia, es de violencia y hay delincuencia, pero esto tiene causas, y si no queremos reconocer las causas esto no se va arreglar. Hay demandas sociales que hay que atender”. Bien sabe esa derecha más “liberal” que es posible que pierda el enorme botín que significa el Estado.
Piñera y su incompetencia
Piñera no quiere reconocer las causas, el multimillonario empresario devenido por segunda vez presidente de Chile sostuvo, el día domingo 20 de octubre, en un punto de prensa en la Guarnición Militar de Santiago, la capital chilena “ “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”, la pregunta que surge es ¿Quién es ese enemigo poderoso e implacable del cual habla Piñera, que no respeta a nadie ni a nada? ¿Será acaso que el próximo paso sea acusar públicamente a Venezuela y su presidente Nicolás Maduro? O ¿tal vez a Cuba, a Evo Morales? Aunque parezca risible, dichas teorías han salido de las huestes más radicales de la derecha en las reuniones sostenidas por este conglomerado para tratar de contrarrestar las movilizaciones que tienen a su gobierno contra las cuerdas. El único resultado del mensaje de Piñera fue asimilar sus palabras a las pronunciadas por el fallecido Dictador Augusto Pinochet.
Lo señalado muestra la rotunda discrepancia, la escasa noción de realidad que tiene el Gobierno frente a lo que sucede en el país. El segundo mandato de la derecha y la ultraderecha en Chile ha mostrado que las frases huecas, sin fondo social, alejada de aquellas preocupaciones y necesidades de la población son su respuesta frente a las demandas ciudadanas. Y se ha mantenido así durante 29 años de democracia formal hasta que la sociedad dice ¡basta! Y explota indignada y sale a las calles a exigir sus derechos a exhibir la vergüenza propia escondida tras el velo del consumo, del letargo político avalado por una casta política, en común unión con empresarios, grupos económicos y medios de información, que han gozado de todas las prebendas que un sistema, como el que rige Chile, puede proporcionar.
Una casta política que en estas protestas ha sido dejada a la vera del camino, imposibilitada de asumir un papel de liderazgo porque la población, mayoritariamente no confía en ella. No deposita su confianza en parlamentarios, en empresarios, grupos económicos, ministros, instituciones del estado como aquellas, que hasta hace poco tiempo representaban el escalón más alto en el aprecio ciudadano y la confianza en ellos, específicamente Carabineros de Chile. Cuerpo militarizado, que a la luz de una enorme corrupción interna, sobre todo de sus altos mandos minó esa confianza hasta convertirla en un remedo de protección ciudadana.
La población nos les perdona el robo, los miles de millones de pesos esquilmados el Estado para enriquecer a la alta oficialidad mientras el cuerpo de suboficiales y rangos menores debe salir a la calle y recibir el desprecio ciudadano. Esa institución requiere ser cambiada estructuralmente. Misma impresión que se tiene respecto al Ejército de Chile involucrado en multimillonarios escándalos de corrupción vinculado a facturas duplicadas, robo de recursos por parte de algunos Comandantes en Jefe y pago de comisiones fraudulentas en la compra de material militar. Es este Ejército el que saca a sus miembros a la calle a apoyar el trabajo de vigilancia de la policía uniformada.
El país vive situaciones que debilitan la convivencia social, que afectan la vida diaria, que implican la muerte de personas, ya sea a manos de agentes del Estado, que han salido a controlar estas movilizaciones como también muertes debidos a acciones de saqueo que han terminado con incendios de los establecimientos sujetos a esos actos delictivos. Según las autoridades se contabilizaron 15 muertos hasta el lunes 21 de octubre – cuatro de las cuales atribuidas a la acción de patrullas militares – . La destrucción y daños de decenas de estaciones del metro de Santiago, seis trenes, cuantificado en una cifra superior a los 200 millones de dólares. Destrucción de mobiliario público: semáforos, plazas, paraderos del sistema de transporte, rejas, calles, luminarias.
El Gobierno responde con fuerte represión a las demandas de la población, aquella que se manifiesta mayoritaria y pacíficamente en función de sus reivindicaciones pero, actúa en forma hasta benevolente con aquellos que han saqueado comercios, grandes, pequeños, cadenas de supermercados, tiendas de ropa, electrodomésticos en las principales ciudades del país. Es una dicotomía peligrosa pues se reprime la manifestación por mejores condiciones de vida y se hizo vista gorda, por varios días, a la represión de los elementos que claramente ocasionan daños. La pregunta que surge frente a esto. ¿Por qué? ¿Por qué se pretende exacerbar el clima de peligro, enfrentar a chilenos contra chilenos? Esto, porque estamos siendo testigos que parte de la población armadas de palos y objetos contundentes defiende lo que denomina sus bienes e incluso aquellos, que no siendo suyos, consideran son parte de sus derechos como ciudadanos: acceso a comprar sin tener impedimentos e incluso limitar el tránsito por el entorno donde habitan.
Da la impresión que la derecha más belicista dentro del gobierno de Sebastián Piñera quiere entrar en una dinámica de guerra, de levantar un enemigo interno, incluso asignar responsabilidad en los hechos de violencia que se han dado a la influencia del gobierno de Venezuela o “poderoso enemigos” repetido hasta el hartazgo por la derecha chilena sin dar prueba alguna de esto, hace sospechar que ciertas mentes termocéfalas, al interior del grupo gobernante, quiere concretar un golpe blando. Idea nada descabellada si siguen los días manifestaciones, saqueos e incertidumbre.
Piñera habla de un nuevo pacto social pero con quién. ¿Con los mismos que nos han llevado a este sistema inequitativo? No hay posibilidad de cambio en el país si se sigue pensando que el cambio es el gatopardismo frustrante y traicionero, el lampedusiano “el cambiar todo para que nade cambie”.
Es por esto, que las movilizaciones que sacuden Chile han pasado de la lógica etapa reivindicativa de no más alzas en los servicios de transporte a un político y concreto ¡Fuera Piñera! generando con ello un efecto político de envergadura, que no se saldará con el hecho que Piñera lance al altar del sacrificio a algún ministro o un funcionario de alto nivel. O que llame a un consenso social con quienes generan desconfianza en la sociedad. Piñera ha quedado en el viejo régimen de creer que todo se soluciona entre el presidente del Senado, de la Cámara de Diputados, el presidente de la corte Suprema y la figura presidencial. Eso es parte de la vieja política, la que ha muerto en los fuegos de las múltiples fogatas que se han encendido en Chile.
Las palabras de Piñera al país en la noche del lunes 21 de octubre mostraron que las esperanzas de cambio serán vanas. Nuevamente centró sus palabras en el tema de la violencia. Acusando a desconocidas organizaciones se ser responsables de la violencia con medios y recursos gigantescos. La referencia de Piñera al dolor que le causaba los hechos de violencia en Chile es meramente económica. No hay en sus palabras ideas de futuro, de cómo aumentar nuestras expectativas, como ser más competitivos como país en correlación con un cambio socioeconómico que permita pensar en remuneraciones justas, en acceso a servicios que son derechos básicos, a pensar en nuestras jubilaciones como lo que su palabra indica “júbilo”. A soñar por un país más justo competitivo pero con alta productividad pero con una población mayoritariamente satisfecha de su nivel de vida. Nada de eso hay en las palabras de Piñera ni en las próximas conversaciones entre la casta política. Quiere avanzar hacia un acuerdo social para encontrar mejores soluciones pero el temor, en base a 29 años de experiencias políticas traumáticas, es que todo quede en meras promesas y la triada entre políticos-grupos económicos y el sostén ideológico comunicacional haga estéril todo esfuerzo de mejora. Ello, hasta volver a salir a la calle pero ahora sin freno alguno.
Las palabras finales de Piñera en sus palabras al país recordaron un referente que no puede ser emulado, signando la incompetencia y la ineptitud de un gobierno que debe encomendarse a la divinidad. Piñera se despidió del país afirmando el “Dios bendiga a Chile” rogativa que Piñera y su gobierno tendrán que repetir como un mantra, frente a los próximos eventos internacionales a celebrarse en el país: la XXV Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU (COP 25) a fines de noviembre próximo y la Cumbre de la APEC cuya Cumbre de Líderes se efectuará los días 16 y 17 de noviembre.