Enfrentamos tiempos caóticos en Chile, difíciles de calificar y, más aún, para aventurar algún desenlace. Muchas horas de programación televisiva, cientos de columnas de opinión, fotografías y registros audiovisuales, no alcanzan para dar una perspectiva clara de un movimiento que sobrepasó con creces a las instituciones y el quehacer de políticos de larga trayectoria. Estamos “en caliente”.
Pero tampoco esta dificultad inicial debería confundirnos ni hacernos caer en los lugares comunes de quienes desprecian a los movimientos sociales y reivindican la clarividencia de algunos que se ofrecen como interpretes privilegiados. Especialmente cuando esos privilegiados, quienes han participado del juego político durante estos años, hablan de haber “escuchado” a la ciudadanía, como ha dicho en varias oportunidades el presidente Piñera.
Y es que, frente a la supuesta neutralidad que defienden algunos expertos, posicionando conceptos como “democracia”, “diálogo” y/o “Pacto Social”, los medios han sido incapaces de dar cuenta de los distintos intereses en juego. No se trata de que existan (o no) las condiciones para deliberar racionalmente sobre una cierta agenda política y social, sino hasta qué punto requerimos que cambie la composición antipopular del Estado que nos gobierna desde el Golpe de 1973.
Los errores de interpretación han sido varios, pero cabría señalar al menos dos que son ejemplos de elitismo e intelectualismo. El miércoles 16 de octubre, en una entrevista televisiva, el expresidente de la empresa Metro, exmilitante DC del grupo “Progresistas
con Progreso”, increpó a los estudiantes con tono burlesco: “cabros, esto no prendió”, a propósito de las acciones de evasión masiva que lideraron. Dos días después, la movilización se hizo general. El domingo 20, con dos noches de toque de queda, un prolífico columnista lanzaba como una de sus tesis que el estallido actual contenía bases generacionales (“el moralismo juvenil”), con el objetivo de denigrar su lógica. Cuatro días después, se llevaba a cabo una de las marchas más masiva y transversal de la que se tenga memoria.
Una de las cosas más interesantes de lo que está ocurriendo hace una semana en el país, es que estamos presenciando un nivel de movilización histórica. Si antes era recurrente hablar de lo pasivos y cómodos que eran los chilenos, a diferencia de sus pares argentinos,
hoy vemos que eso no es una condición intrínseca. De alguna forma, el levantamiento ascendente ha sido capaz de hacer sentido a la mayoría del país, lo cual se ha traducido en enormes marchas por la Alameda, decenas de ciudades a lo largo del país y en el extranjero.
Se están dando circunstancias concretas para que los y las trabajadoras, el pueblo en su diversidad, desde los barrios acomodados hasta los más estigmatizados, se reconozca explotado. Cabe señalar que el 91,5 por ciento de los trabajadores recibe una remuneración menor a $1.000.000 líquidos, y ni siquiera ese monto permite cubrir los costos de vivir en Chile.
Es cierto que las condiciones materiales de bajos salarios, privatización de los derechos sociales, sobreendeudamiento vienen desde hace décadas, pero se necesitó una mecha. Los expertos nos explican que parte del malestar se debe al descontento de la supuesta “clase media” y de las dificultades del ascenso social, piedras angulares del proceso de modernización capitalista que tenemos. Lo que no reconocen es que la modernización buscaba beneficiar especialmente a un conjunto de grandes empresarios que se fueron alejando cada vez más del conjunto de la sociedad.
Hoy hemos sido capaces de encontrarnos en las calles, ver que somos numerosos y que tenemos proyectos de vida que son incompatibles con continuar este esquema que se nos impone desde el poder y las leyes. Si bien no es fácil reconocer un perfil ideológico claro en las protestas, el estribillo “el pueblo unido, jamás será vencido” se canta en cada concentración, barricada, y caceroleo.
La canción, que fuera tocada por primera vez en una concentración masiva en 1973, meses antes del Golpe cívico-militar, resuena en la actualidad como una oportunidad de recuperar y reinterpretar para el momento presente las luchas populares que pusieron al centro la urgente necesidad por la dignidad de la vida y del trabajo.