Nuestra juventud inmune a las lacrimógenas, lo hizo posible

  • 26-10-2019

 

Plaza Italia, miércoles 23 de octubre, cinco de la tarde. Miles de personas nos reunimos para exigir un cambio concreto en el sistema que nos tiene con una inequidad insostenible. Tratan de dispersarnos con lacrimógenas. Estoy a una cuadra distancia y lloro y me ahogo a pesar del pañuelo empapado en agua con bicarbonato. En cambio los jóvenes resisten.  A estas alturas creo que deben tener un gen mutado o algo que los hace inmunes a las lacrimógenas.  Inmunes al miedo. Inmunes a la represión.  En una de esas Cecilia Morel tiene razón y est@s cabr@s son evolutivamente superiores a nosotros, casi alienígenas: no tienen miedo, pasean las lacrimógenas y no se cansan de reclamar por sus derechos hasta que lo logran.

Es una manifestación pacífica llena de música y baile. Son miles de personas que pueden ser un riesgo cuando vienen los pacos y empiezan a correr.  Pero no corren. Aunque disparan lacrimógena tras lacrimógena la multitud no cede ni un metro. Es más, ¡las devuelven! Viene el guanaco y me preparo a correr, porque seguro la masa se moverá hacia acá.  Equivocada de nuevo.  La masa no avanza. Se mojan los que están en el rango de acción, gritando que hace calor y el vehículo no es capaz de dispersar el grupo.

Es que entiéndame: una que es hija de la dictadura demora en superar sus propios fantasmas para poder salir a la calle, pero a un/a estudiante se le ocurrió inmediatamente que debían saltar el torniquete como manera de protestar por el alza del precio del metro.  Algo tienen los jóvenes con la inmediatez, reaccionan altiro. Con memes. Con videos de denuncia. Con manifestaciones.  Yo me demoro tres días en pensar que hubiera sido una buena idea haber grabado tal cosa.

Porque me hago responsable de mi aporte a los 30 años de silencio y de seguir el ritmo de un sistema que nos oprime.  De no reclamar lo suficiente.  De no escribirle a mi diputado o senador para solicitarle modificaciones a la Constitución.  Esta nueva generación no calla. No sé si es porque no tienen nada que perder, como algunos dicen por ahí.  Pero puede ser.  No tienen educación, no tienen salud, no tienen jubilación, no iban a tener vida trabajando 44 horas a la semana, más 20 horas en trayecto de ida y vuelta. ¿Cómo no rebelarse?

Al regresar de la manifestación leo un rayado que dice “Mi mamá tiene miedo, yo no”. Y tiene toda la razón.  Muchos de los que pasamos los 40 tememos a los uniformados porque los asociamos directa e inevitablemente con desapariciones y tortura.  Algo en nuestro organismo nos hizo tener pesadillas desde el momento en que Piñera dijo “toque de queda”, abriendo heridas que no han sanado y reviviendo hechos de terror que ocurrieron aquí en Chile bajo esa circunstancia.

Quiero creer que dejamos de lado ese miedo y fuimos capaces de criar a nuestr@s hij@s con conciencia social, pero sin trauma.  Cabr@s que no bajan los brazos porque saben que mamás y papás que, aunque podamos tener miedo o no, saldremos a defenderlos sin medida.  Ya lo dicen otros carteles como “contra toda autoridad, menos mi mamá” o “si me pasa algo, mi mamá deja la cagá”. Quiero creer que ese fue el pequeño aporte de mi generación a este movimiento.

Agradezco a la evolución por esta juventud adaptada genéticamente para protegerse de los depredadores con sus lacrimógenas, con el coraje de enfrentarse pacíficamente a la autoridad y demandar una vida digna.  Fueron capaces de despertar a un país entero.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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