¿Vándalos?

  • 06-11-2019

“Persona incivilizada que comete acciones destructivas contra la propiedad pública”,  RAE.

 

Estaba en Cali, Colombia cuando supe que Santiago ardía un 18 de octubre de 2019. Esto es, que algo más colectivo había sucedido en el transporte público, el Metro, en específico, ese símbolo de la “civilización de Chile” que tanta veces había oído afuera destacar y recomendar conocer: es muy limpio. Agradecí la existencia de Whatsapp y de la información en línea.  Aumentaba mi nerviosismo al escuchar las radios Bío-Bío y Cooperativa en línea, advertí a la medianoche que el tono cambiaba y que de la sorpresa de la evasión protagonizada por niños y adolescentes, se ponía énfasis en el “vandalismo”: algo así como hordas de salvajes desconocidos que preferentemente atacaban supermercados, que hasta dónde sé son propiedad privada. Y vino el estado de emergencia, y vino el toque de queda. Mi cuerpo se paralizó. En febrero de 2018 la Araucanía estaba bajo estado de excepción y el país no se remeció entero, la muerte del joven comunero mapuche Camilo Catrillanca no logró estremecer a “Chile”, ni siquiera cuando se comprobó el montaje comunicacional y las responsabilidad de Carabineros de Chile, pero sí lo hizo la evasión del Metro de la “civilizada” Santiago. Y las multitudes no protestaron por la medida al sur del Bío Bío. Sin embargo, parece que la acumulación de agravios estalló en un simple salto. Y las banderas del pueblo mapuche se hicieron presente a raudales en la marcha del viernes 25 de octubre, la más grande de la historia, titularon muchos.

Ya estaba en Santiago, llegué el lunes 21 en la madrugada. Puse en mi pecho un cartel rasca hecho de papel de cuaderno y lápiz de color azul y rojo: Chile, fin al estado de emergencia. Las miradas de la mayoría chilena que venía de días de vacaciones (yo había sido invitada a hablar de archivos, patrimonio popular y esas vainas) eran de reojo, nadie se acercó a comentarme nada. Solo una pareja mayor, frente a la alterada reacción de la señora bien, decidió cambiarse de asiento para no verme. El viaje fue de un incómodo silencio, y tenía rabia. No podía creer que mi hija viviría esto. Los recuerdos de la infancia, de la adolescencia y de la juventud son presente en los cuerpos de los nacidos en los setentas. Son rabia cotidiana cuando vez diariamente que se nos gobierna con violencia, sin respetar incluso la mal parida constitución que nos rige.

Al pasar por la PDI, el funcionario público vio mi letrero. Me preguntó qué hacía: historiadora, profesora de la Universidad de Chile. Que le vaya bien, cuídese.

Llegué cuando el toque de queda se levantaba ese día. Me sudaban las manos. Avisé a mi gente que había llegado bien. Sólo quería abrazarlos y sumarme a la protesta. El aeropuerto era como un fantasma. Gente que esperaba sus vuelos al interior de Chile, mientras los que llegábamos ningún problema teníamos. Un país dislocado por cierto. Un país cuyo discurso del miedo enciende como reguero de pólvora aunque veas que las cosas siguen funcionando. Y todos los vacacionistas llegaron bien a sus casas pues sus buses y autos allí estaban. Yo tomé un taxi sin problema. Hasta televisión tenía. Y allí el fuego, los saqueos. Ojalá llegue bien señora, ya llegué bien le dije, espero llegar bien a mi casa, claro que con militares en las calles no me siento segura. ¿No?, me dijo. Pero y los vandalismos qué le parecen. Se supone los sacaron a la calle para controlarlos y no veo que lo hagan. Un sujeto en tanqueta y con metralla por su sola presencia podría disuadir, un civil frente a eso no tiene nada que hacer. Sí, poh, dijo. Si los milicos ya mataron a uno. Silencio.

Por la Alameda vi aparecer a los primeros militares, en las salidas del famoso Metro. Se me apretó la quijada. Y no estaban pintados como los de la infancia, adolescencia y juventud, sino que con una especie de pañuelo, casi capucha negra en la mitad de su rostro. El taxista miraba mi piñufla cartel. Yo miraba a las personas en las paradas de micro, ¿qué esperaban, qué nos esperaba en los siguientes días? ¿Qué las diferenciaba a ellas o a mí de los llamados vándalos en que habían “justificado” el golpe de fuerza revestido de preocupación de padre de familia del presidente de la República? En esos días todavía no se barajaba la acusación constitucional, como tampoco nadie se había preguntado si era constitucional lo que se había hecho. Y entonces el discurso de la guerra estaba instalado, había vándalos y había militares. Pero se logró vencer al miedo y hoy no estamos en estado de emergencia, sin embargo tenemos muertos, heridos, torturados y espero aparezcan todos los que han sido denunciados como desaparecidos. Y muchos justifican las violaciones a los derechos humanos por los que destruyen la propiedad pública y privada, que los dejan sin trabajo o que restringen la valiosa libertad de movimiento (de automóviles por cierto) más no parece preocupar la de expresión. Unas diputadas respondieron con cifras de supermercados saqueados a las fotografías de víctimas de la dictadura que Pamela Jiles osara levantar frente al rosto del hoy ex ministro Chadwick, para el que también pedimos acusación constitucional. Y muchos en las redes sociales dicen que debieran matar a todos los perturbadores del orden público como también a los del Instituto Nacional de Derechos Humanos que solo defienden a los delincuentes. Para expresarse así, parece que sí existe libertad.

Lo mismo decían durante todo 2018 y hasta octubre mismo de 2019 sobre los estudiantes secundarios, en especial, del Instituto Nacional que hoy ha cerrado su año escolar por orden del alcalde de Santiago Felipe Alessandri.¿No es hora de pedirle cuentas también? ¿Acaso como toda autoridad elegida debe responder ante sus decisiones sin consulta de sus “vecinos”? (él ni vive en nuestra comuna). En el comunicado de 4 de noviembre se señala “la decisión tomada se basa en que en este momento no existen las condiciones de seguridad adecuadas para proteger tanto a la comunidad escolar como a los funcionarios de los establecimientos. Al momento de tomar la decisión se ha ponderado la situación que ha vivido la comuna y el país en las últimas semanas, y que además ha sido en estos liceos donde se ha concentrado la mayor cantidad de hechos de violencia y vandalismo durante el año”.

He visto y denunciado, desde el año 2008 desde la ventana de mi oficina, tanto a mis propias autoridades universitarias como en público el abuso de poder con menores de edad por parte de las fuerzas policiales así como la inoperancia de los recursos públicos invertidos en estas fuerzas para supuestamente indagar sobre los responsables del uso de bombas molotov sin que haya, hasta ahora, informes concluyentes al respecto. Fui formada en la educación pública en todos sus niveles, desde la básica con los retratos de O’Higgins y Pinochet en mi sala de clases, hasta el proceso de retorno a la democracia en la Universidad de Chile con profesores involucrados en delitos de lesa humanidad, así como delatores en las salas de clases. Sé que cuando los aparatos de inteligencia y de desconfianza de las comunidades operan, estos realmente funcionan, por lo tanto, la mayor responsabilidad respecto de lo que sucede en una comunidad es de quienes la conforman, así como de los llamados adultos responsables que nunca debemos dejar de ver en los menores a personas menores, con todos sus derechos. La figura del padre protector y guardián hace mucho rato está en retirada, es un fantasma histórico en nuestro país, al cual se invoca cual manto tranquilizador: si no te portas bien te las voy a dar con el cinturón o el chicote. Y así, hoy muchos de los tratados en democracia de este modo, son padres o madres y adultos responsables. Y este año, toda la educación superior recibe en sus salas de clases a los nacidos en el año 2000. ¿Cambio histórico? Evidentemente que sí.

¿Qué hace que unos y otros crucemos la delgada línea de la gente “civilizada” y digna de ser protegida, a la de los “vándalos y delincuentes” que no merecemos vivir, ni siquiera a hacer acto de presencia? ¿En qué momento cada una de nosotras y nosotros podemos pasar del lado de los vándalos? No me gustan las explicaciones desde la distancia, esto es, que no soy yo a quién se refieren cuando se quema o se saquea, no me gusta eso de los olvidados del sistema históricamente, los anómalos y anómicos porque pareciera que efectivamente fuéramos alienígenas, alienados de nuestra propia historia. Claro, no me gusta la agresión de otro lanzada al aire y que puede alcanzar incluso al que defiende, o por el cual se manifiesta, no me gusta el discurso de la guerra, ni el de los mártires pues solo han servido a las iglesias, las confesionales y las laicas.

La lógica del miedo generacionalmente está en mi cuerpo, de un miedo defensivo eso sí, no de miedo a decir lo que pienso o al llamado “conflicto” y valoro enormemente que esté en retirada, que recuperáramos las calles, que efectivamente estemos trabajando en eso del espacio público, en reunirnos, en discutir, en debatir, en aprender juntes y construir juntes. Quisiera sin embargo, que los días de constante marcha y protesta al hoy, 4 de noviembre, permita entender a más gente que criminalizar la protesta, pero en particular a los jóvenes como potencialmente subversivos simplemente por opinar distinto, por cuestionar a las autoridades establecidas, es ejercer autoridad como autoritarismo el que tiene siempre el potencial de crear discursos altamente peligrosos sobre quién tiene la razón y el derecho a usarla, así como manidos usos del término “contexto”. Está mal que hayas aceptado que lanzaran bombas lacrimógenas a tus hijos y creyeses que con eso estabas haciendo algo por su futuro civilizado (como cuando enviabas al servicio militar al niño para remediarlo), o asustarte con el uso de la razón y de la disputa al creerlo un potencial bárbaro. Mañana si te “normalizas”, esto es, si vuelves a lo anterior, desterrarás de tu propia casa y de tu futuro a quien ha ido delante de ti y por ti con cuanto cartón encontró a su paso para escribir lo que piensa y lo que desea.

Porque parece que los “vándalos” sí saben hacerlo.

 

La autora es Historiadora, Directora del Archivo Central Andrés Bello de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile y vecina de Santiago.
Imagen @Getty Images

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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