El 12 de febrero de 1971 no fue un día cualquiera para el gabinete del Presidente Salvador Allende. Por el contrario, aquella jornada marcó un antes y un después, sobre todo, porque, entonces, se concretó uno de los anhelos más fervientes del Gobierno: crear una editorial pública y abierta a toda la ciudadanía.
Durante su candidatura, Allende había hablado del proyecto editorial, señalando que, durante su administración, la cultura tendría un papel central. Por ello, una vez que el Estado concretó la compra de Zig-Zag, que enfrentaba una aguda crisis, el Mandatario se apresuró a declarar: “El paso que hemos dado significa el inicio de una nueva etapa en la difusión de la cultura en nuestro país”.
“La nueva editorial de Estado contribuirá eficazmente a la tarea de proveer a los estudiantes chilenos de sus textos de estudio, de promover la literatura nuestra y de permitir que el libro sea un bien que esté al alcance de todos los chilenos”, remataba.
Más tarde el sello sería conocido como Quimantú, es decir, sol del saber.
Con los años, el proyecto editorial se transformó en un hito de la Unidad Popular, sobre todo, por su enfoque democratizante. Sin embargo, de forma paralela, también se convirtió en un paréntesis marcado por la irrupción de la dictadura que terminó por liquidar el proyecto.
Por ello, con el fin de reconstruir los alcances de esta propuesta, un grupo de investigadoras se embarcó en la reconstrucción de esta historia, publicando así el libro Quimantú: prácticas, política y memoria (Grafito Ediciones).
El texto, escrito por Isabel Molina, Marisol Facuse e Isabel Yáñez, se divide en tres partes y aborda las principales etapas del proyecto editorial, entre ellas, su creación y su enfoque político y cultural. Al mismo tiempo, se basa en una serie de archivos de la Biblioteca Nacional de Chile y el Archivo Nacional de la Administración. El texto es complementado como 20 testimonios de ex trabajadores y gestores del proyecto, entre ellos, Jorge Arrate, Pablo Dittborn, Sergio Maurín, Tomas Moulian y Arturo Navarro.
“Quimantú fue muy importante. Tuvo un amplio impacto en otras editoriales, porque lo que hicieron fue bastante revolucionario en el sentido de que hicieron ediciones muy baratas, las que podían distribuirse en otros canales, por ejemplo, quioscos. Esa fue una idea muy innovadora, que existía en otros países, pero que era la primera vez que se hacía en Chile”, comenta Isabel Molina.
“Ellos también empezaron con las colecciones de bolsillo, algo que también existía en otros contextos, pero acá era inusual. Editorial Nascimento, que publicó a los Premios Nobel y a los Premios Nacionales de Literatura, también sacó una colección de este tipo. También hubo una editorial cristiana que replicó el modelo. Entonces, hubo un cambio muy notorio en el mercado editorial”, añade la investigadora.
Quimantú fue un proyecto que desde un principio atrajo las miradas desde diversos sectores: si por un lado estaba su forma inédita de comercialización, por otro, destacaba su método de producción. Esto, ya que desde el día uno se impuso una fórmula de autofinanciamiento, lo que era potenciado por la existencia de un taller propio. En la práctica esto se tradujo en un quehacer constante: había tres turnos que permitían que la casa editorial operara durante 24 horas.
“Quimantú genera colecciones para distintos lectores: había textos para los primeros lectores, después estaba la colección ‘Quimantú para todos’, después los cuadernos políticos, estaba la revista Paloma, que tenía un tiraje gigantesco. Pero también había otras revistas como Estadio, que era de deporte. En esa línea, Quimantú es un conglomerado difícil de replicar hoy”, señala Isabel Molina.
“Su catálogo era bastante amplio. Había una gran parte de las colecciones que querían poner al alcance la literatura general, no con un énfasis partidista o político. Ahí lo que primaba era la idea de que los ciudadanos tuvieran acceso a la lectura, entonces, había autores norteamericanos que, dentro de ese contexto, podría haber sido vedado, pero no, porque lo que primaba era la buena lectura general, los clásicos de la literatura universal”, afirma.
Para la investigadora, Quimantú es una experiencia que plantea a una serie de lecciones respecto del contexto actual. En primer lugar, sostiene que su osado modelo impactó, de forma instantánea, en los lectores.
“Quimantú plantea un proyecto que no tuvo reparos en atreverse a hacer cosas. Sus proyectos o ideas innovadoras no pasaban por un tema burocrático, sino que se pensaba, se hacía y se probaba. Había una puesta en marcha rápida”, dice.
“Sin dejar de lado la importancia de planificar y considerar a quienes van dirigidos los libros, es importante que desde las políticas públicas se actúe más rápido. Hasta ahora, lo que hemos visto es que se terminan entrampando y yendo en desmedro de la población”, comenta. Así, el texto también da cuenta de un ejercicio de memoria, donde cultura y política se entrecruzan.
Presentación
El texto será presentado este domingo 22 de diciembre a las 16:00 horas en el marco de la Furia del Libro. La actividad se realizará en el Centro Cultural GAM con entrada gratuita.